Ver más resultados...
Esta secta, perseguida en todo el Medio Oriente, disfruta en el Estado judío de plena libertad religiosa y cultural, y posee la única mezquita de su credo en toda la región
Eliana Rudee*L a comunidad ahmadí, secta islámica que cuenta con aproximadamente 20 millones de integrantes —menos de 1% de la población musulmana mundial—, es una minoría perseguida en todo el Medio Oriente. Pero al sur de la ciudad israelí de Haifa está la aldea de Kababir, de 2.000 habitantes, 70% de los cuales son ahmadíes.
En Kababir los ahmadíes gozan de plena libertad religiosa y cultural, y la suya es la única mezquita ahmadí del Medio Oriente, inaugurada en 1934 y remodelada en 1979. Han hallado refugio en el Estado judío en contraste con la persecución que sufren en el resto de la región, en forma similar a los drusos, los bahais y los cristianos.
Según el líder de la comunidad ahmadí de Israel, Muhamad Sharif Odeh, su grupo disfruta de completa libertad religiosa, en especial si se compara con sus hermanos del resto de la región y de Pakistán, donde los ahmadíes no pueden usar ningún símbolo religioso y ni siquiera se les permite saludarse de la manera tradicional árabe. “Los ahmadíes en los países árabes sufren mucho”, dice. “No se les permite tener mezquitas ni minaretes, se les persigue y se les encarcela por sus creencias”.
A pesar de su seguridad y libertad en Israel, “tenemos un largo camino por delante” en cuanto a derechos civiles y políticos, afirma Odeh, quien dice haber sido discriminado por los judíos por ser árabe, y por los musulmanes por ser ahmadí.
Un siglo de antigüedadEl movimiento ahmadí se fundó en 1889 por Punjabi Hazrat Mirza Ghulam Ahmad. Él aseguró haber recibido una revelación de Alá, quien le asignó la misión de renovar el Islam a través de una amplia reforma pacífica.
Los ahmadíes afirman que son musulmanes verdaderos, pero creen que el fundador de su comunidad fue el Mahdi, el “profeta en la sombra” del Islam y su mesías. También creen que la inspiración y revelación del Corán continuó a través de los califas aunque es el libro sagrado.
Esta comunidad arribó a Éretz Israel en 1927, cuando el primer misionero, Maulana Jalalud-Din Shams, fue enviado desde la India al Medio Oriente para difundir el mensaje del Mahdi. A principios de la década de 1930, Kababir se había convertido en el centro de los ahmadíes de toda la región.
La doctrina ahmadí se centra en la creencia de que el profeta Mahoma prohibió la guerra y el uso de armas, que los ahmadíes tienen el deber de lograr la paz universal sobre la base de la justicia y establecer la soberanía del Islam en todo el mundo a través de la educación. “Mirza Ghulam Ahmad vino para corregir las interpretaciones del Corán, pues el libro sagrado es una fuente de protección y de amor para todos, en lugar del odio, la violencia y el asesinato”, asevera Odeh. “La idea de que se puede usar la espada para promover la yijad (guerra santa) no es el verdadero Islam. La yijad no consiste en promover la guerra, sino en luchar contra el mal que tenemos dentro de nosotros, y difundir por el mundo la palabra del Corán con bondad y afecto”.
La filosofía ahmadí, explica Odeh, consiste en “enseñar, reparar y educar a la gente para el amor, la humanidad, la paz universal, la armonía y la cooperación”. En este sentido, los ahmadíes consideran que es más importante cuidar de los lugares sagrados de los demás credos que de sus propias mezquitas; en Israel existe un comité especial ahmadí que ayuda a las personas necesitadas sin importar su origen religioso.
Además, Kababir cuenta con una escuela elemental integrada. “Noventa por ciento del alumnado es ahmadí, y el resto son judíos y cristianos”, señala Muat Odeh, primo de Muhamad. “Ello demuestra que si usted desea la coexistencia, es posible”.
Pero Muhamad Sharif Odeh no es optimista en cuanto a que su mensaje de amor se propague por el mundo, o incluso en Israel. Es escéptico sobre los políticos, quienes “cuidan solo de ellos mismos, su partido y su cargo”, y sobre las fuerzas de seguridad que, en su opinión, ejecutan castigos colectivos y guerras no defensivas.
“Soy musulmán y palestino, y estoy aquí. Es bueno que exista un Estado judío”, dice Odeh, quien asegura tener buenas relaciones con muchos miembros de la Knesset, incluyendo al líder de la Lista Árabe Unida, Ayman Odeh —quien vive en Kababir— y con Yehuda Glick, legislador del partido Likud, quien según Odeh ha rezado dos veces en la mezquita.
Los ahmadíes rechazan los ataques terroristas, así como el secuestro o asesinato de soldados israelíes, no solo porque el derramamiento de sangre está contra sus enseñanzas religiosas sino porque consideran que solo los gobiernos tienen la autoridad para iniciar guerras. Señala Odeh: “Estamos promoviendo el fanatismo en Cisjordania y Gaza. Se han convertido en semilleros para el terrorismo y el radicalismo. Los palestinos juegan con armas de plástico y de madera mientras los israelíes juegan con muñecas. La barbarie no es la solución, debemos respetar los acuerdos de paz. Usted no puede enviar gente a matar a otros y decir que desea la paz”.
Ayman, converso al ahmadismo de 32 años nativo de Nablus (Shjem) —quien pide que se le identifique solo por su primer nombre—, condena el ataque del pasado 5 de febrero en que un árabe israelí asesinó a puñaladas al rabino Itamar Ben Gal, de 29 años y padre de cuatro niños, mientras se dirigía al Brit Milá de un sobrino. “Lloro cuando veo morir gente inocente”, dice Ayman, cuya familia lo repudió cuando se hizo miembro de la secta. “Ellos lo hacen en nombre de mi Dios, mi profeta y mi libro sagrado. Necesito trabajar duro para corregir lo que [el terrorista que asesinó a Ben Gal] hizo”.
La comunidad ahmadí, secta islámica que cuenta con aproximadamente 20 millones de integrantes —menos de 1% de la población musulmana mundial—, es una minoría perseguida en todo el Medio Oriente. Pero al sur de la ciudad israelí de Haifa está la aldea de Kababir, de 2.000 habitantes, 70% de los cuales son ahmadíes.