El reverendo Al Sharpton es un buen ejemplo de las dolorosas contradicciones entre la lucha contra el racismo y la lucha contra el antisemitismo
Ben Cohen*
Combatir el racismo no significa necesariamente luchar contra el antisemitismo. La lucha contra el racismo a veces puede involucrar elementos de antisemitismo, y luchar contra el antisemitismo a veces puede conducir a acusaciones de racismo.
Si analizamos la trayectoria de la política racial en Estados Unidos en los últimos 50 años, es difícil evitar esas tres conclusiones, tan deprimentes como son.
Aun así, mi propósito al tratar el tema no es disuadir a los judíos estadounidenses de participar en el nuevo movimiento de derechos civiles que ha surgido tras el repugnante asesinato policial de George Floyd en Minneapolis. Tampoco, con profundo pesar, lo planteo porque se me haya ocurrido una ingeniosa propuesta para resolver esas contradicciones de una vez por todas. Lo estoy planteando tan solo porque necesitamos tener la vista clara sobre los desafíos que tenemos por delante.
Manifestantes judíos a favor del movimiento Black Lives Matter. ¿Existe alguna correspondencia de BLM con respecto al antisemitismo?
(Foto: The Times of Israel)
«Quiten su rodilla de nuestro cuello», exclamó el reverendo Al Sharpton durante el funeral de Floyd en Minneapolis el 4 de junio, reflejando la ira de las comunidades negras en todo Estados Unidos por el ciclo aparentemente interminable de brutalidad policial. Es un llamado a la acción que resuena poderosamente con muchos judíos (incluido yo mismo) en los niveles emocional y moral. El problema es el papel dañino que puede desempeñar la memoria histórica en momentos intensos como estos.
El reverendo Al Sharpton que hizo esa llamada de atención en presencia de la afligida familia de George Floyd, es el mismo Al Sharpton que incitó a los alborotadores antisemitas en la zona de Crown Heights de Brooklyn, Nueva York, durante tres terribles días durante el verano de 1991. «Si los judíos quieren poner manos a la obra, díganles que sujeten sus yarmulkes y vengan a mi casa», declaró en un mitin en Harlem antes de pronunciar un discurso en el funeral de Gavin Cato, niño afroamericano de 7 años cuya trágica muerte en un accidente automovilístico provocó disturbios, y donde invocó las frases antisemitas más escalofriantes. «Todo lo que queremos decir es lo que dijo Jesús: si dañas a uno de estos pequeños tienes que pagar por ello», dijo Sharpton a los dolientes. «Sin compromiso, sin reuniones, sin tomar un café, sin sonreír».
Sharpton nunca ha ofrecido una disculpa genuina por tan grotescos comentarios, tal vez porque reflejan lo que realmente piensa, y ciertamente porque nunca hubo ningún costo político asociado a ellos. Treinta años después, todavía anda por ahí, dirigiendo a una nueva generación de activistas. En la lucha contra el racismo en Estados Unidos, podemos estar seguros de que se dirá que el historial de antisemitismo de Sharpton es un tema secundario, por no decir una pequeña irritación, y que quienes lo plantean lo hacen para desacreditar los objetivos del movimiento.
Sharpton es un buen ejemplo de las dolorosas contradicciones entre la lucha contra el racismo y la lucha contra el antisemitismo que describí al principio. La política sectaria que representa es la antítesis de la imagen icónica, muy apreciada por los judíos estadounidenses, del rabino Abraham Joshua Heschel marchando junto a Martin Luther King en 1965 en Selma, Alabama. Pero en el clima político actual, es el enfoque de Sharpton sobre las relaciones entre negros y judíos el que tiene muchas más posibilidades de prevalecer.
Entonces —y esta es la pregunta que enfrentan los muchos judíos dedicados a erradicar el cáncer del racismo de nuestros departamentos de policía y nuestras instituciones públicas en general—, ¿qué se supone que debes pensar cuando te encuentres con el antisemitismo como un elemento en esta lucha? ¿Y qué debes hacer?
Durante los últimos cinco años, una campaña emprendida por grupos antisionistas ha impulsado la falsa narrativa de que los oficiales de policía estadounidenses han aprendido métodos brutales de personal militar israelí
Como confesé anteriormente, no tengo respuestas claras, en parte porque creo que todavía estamos diagnosticando la naturaleza del problema. Durante los últimos cinco años, una campaña emprendida por grupos antisionistas ha impulsado la falsa narrativa de que los oficiales de policía estadounidenses han aprendido métodos brutales de personal militar israelí, que a su vez los probó primero en los palestinos (la evidencia proporcionada es ridículamente endeble. Una afirmación que encontré, según la cual la policía de Minneapolis fue «entrenada» en control de manifestaciones por oficiales de las Fuerzas de Defensa de Israel, se basaba completamente en el enlace al reporte noticioso sobre una conferencia antiterrorista de un día, organizada por el consulado israelí en Chicago, al que aparentemente asistieron algunos oficiales de Minneapolis… en 2012).
Sin embargo, esta disposición a abrazar la demonología del sionismo habla de un problema más profundo. La mayor parte del antisemitismo que se encuentra en las comunidades negras en Estados Unidos no tiene nada que ver con Israel o el sionismo; más bien es una versión americanizada del antisemitismo cristiano, adaptada por los nacionalistas y socialistas europeos de diversas tendencias durante los últimos dos siglos. Su mensaje central es que la democracia capitalista es un sistema diseñado por judíos para beneficiar a los judíos, quienes luego gritan «antisemitismo» para tapar los ojos de las masas. La eulogía de Sharpton a Gavin Cato, citada anteriormente, refleja el traslado de esas ideas a través del Atlántico.
Tanto en Estados Unidos como en Europa, el racismo contra los negros y otras comunidades de color siempre ha sido una característica de la política de derecha. En contraste, el antisemitismo ha estado presente tanto en la izquierda como en la derecha, quienes comparten los mismos prejuicios sobre los judíos incluso si tienen ideas ligeramente diferentes sobre ellos. A pesar de la preponderancia de los judíos en la izquierda, plantear el antisemitismo como una preocupación específica en esos entornos ha sido históricamente tratado con sospecha, como una amenaza implícita para dividir el movimiento progresista sobre la base de quejas “tribales” judías. En el contexto del movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos, un país donde el papel histórico desempeñado por el antisemitismo ha sido insignificante en comparación con el racismo, las denuncias de antisemitismo se presentan con frecuencia como un siniestro intento de legitimar el «privilegio blanco” de la comunidad judía con el manto de la discriminación.
Lidiamos con una fórmula antigua y obstinada, capaz de causar daños reales en situaciones como la que ahora enfrentamos como sociedad. Los judíos estadounidenses son lo suficientemente fuertes en su identidad como para no hacen a un lado las injusticias que enfrentan los afroamericanos simplemente porque el antisemitismo es un factor en el movimiento contra el racismo en este país. Del mismo modo, tenemos pocas opciones para reconocer que el antisemitismo seguirá viniendo a nosotros desde todos lados; y que debemos esperar, especialmente cuando venga de la izquierda, tener que lidiar con él por nuestra cuenta.
*Analista estadounidense, columnista en numerosos medios internacionales.
Fuente: Jewish News Syndicate (jns.org). Traducción NMI.