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L a célebre obra Likutey Etzot escrita por rabí Natan, en nombre de su gran maestro rabí Najmán de Breslev, nos enseña que las correas de los tefilín protegen la fe de las fuerzas parásitas del mal; protegen la mente y el alma, permitiendo recibir nueva sabiduría y una nueva alma provenientes de la luz del rostro (or hapanim).
Uno debe analizarse constantemente para ver si está unido al Santo, bendito es. Los tefilín son una señal de esta unión. Para experimentar la verdadera santidad de los tefilín es necesario santificar y purificar el alma, lo que se logra estudiando Torá, aunque las circunstancias no sean propicias. Cuando la persona se ve abrumada por la oscuridad y el sufrimiento, y aun así hace el esfuerzo por estudiar Torá, eleva entonces la facultad del habla y llega a ser capaz de hablar con su Hacedor, derramando sus palabras con verdad. Puede entonces comprender su propia pequeñez y la tremenda grandeza del Creador, y sentir verdadera vergüenza ante la gravedad de sus pecados en contra del Señor y Rey del Universo, raíz de todos los mundos. Esta vergüenza se mostrará en su rostro y se hará digna de la luz de los tefilín, que son la señal de la unión con el Santo, bendito es.
Los tefilín son el “brillo del rostro de Dios” y la verdadera gloria de Israel. Son la vida y la verdad, la fuente de riqueza y de todas las bendiciones. El maltrato a los tefilín trae pobreza, desprecio y vergüenza, dejando a la persona en peligro mortal, el cielo no lo permita. Está la persona despreciando uno de los dos pactos diarios, el pacto que puede establecer por pura elección, pues el otro le fue impuesto a sus ocho días de nacido, el brit.
Los tefilín refuerzan la memoria, es decir, la conciencia de que el objetivo de este mundo es el mundo que viene, y que uno debe expandir constantemente su intelecto para llegar a comprender los mensajes que el Santo, bendito es, envía cada día con el fin de acercarlo a él.
Cuanto más esfuerzo haga la persona por quebrar sus deseos inmorales, más receptiva será la santidad de los tefilín. Los verdaderos rectos y temerosos de Dios, los guardianes de la tierra, son aquellos que cumplen a la perfección con la mitzvá de los tefilín.
Contra ellos se desata toda la fuerza de la tentación inmoral, y son los únicos que pueden aguantar y vencer las embestidas del mal instinto. Ellos se fortalecen ante estas pruebas separándose por completo de todos estos pensamientos, elevando el sello de las klipot (velos de impureza y mugre espiritual) y trasformándolas en el sello de la santidad (los tefilín), que encarna el brillo de las chispas de sabiduría, mediante las cuales uno conoce y acepta la divinidad y el reinado del Santo, bendito es. Entonces brilla la luz de los siete pastores fieles: Abraham, Itzjak, Yaacob, Moshe, Aharón, Yosef y David, correspondientes a las siete cabezas de las dos sin de los tefilín (una de cuatro cabezas y la otra de tres). El significado de los tefilín implica que debemos traer el brillo de Dios y buscar una comprensión cada vez más profunda de la divinidad. Pero existen límites necesarios al intelecto humano que deben ser observados. Los tefilín son el tikún (reparación), permitiéndonos profundizar nuestra comprensión y mantenernos a la vez dentro de los límites de la santidad. Está prohibido pasar más allá de los límites al acercarnos al brillo de la divinidad.
Es importantísimo en estos momentos de crisis material y zozobras personales, comunitarias, nacionales y mundiales, en donde la espiritualidad debe erigirse como norte primario y principal para la resolución de los problemas mundanos. Si no ponemos a Hashem y el servicio divino en la sinagoga en la lista de prioridades, y en cambio la apatía se convierte en el denominador común, estamos destinados a sucumbir por mera culpa propia.
¡Baruj Hashem leolam amén ve amén!