E l estado de cosas que prevaleció durante más de medio siglo en varias de las naciones árabes de Oriente Medio llegó a su fin en 2011, con el estallido de la llamada Primavera Árabe. Las viejas dictaduras que fueron cayendo bajo la presión de las protestas populares y de la inconformidad de sectores políticos y religiosos dieron lugar a un vacío institucional y de poder que hasta el momento, un lustro después, no ha podido engendrar un nuevo orden capaz de reencauzar la vida nacional en cada uno de esos Estados sin el caos y la incertidumbre que hoy prevalecen. De esa realidad es justamente de lo que fue a México a tratar, en instituciones universitarias nacionales, Uzi Rabi, director del Centro Moshé Dayán para Estudios del Medio Oriente y África de la Universidad de Tel Aviv.
En las conferencias magistrales que impartió Rabi centró su exposición en la nueva realidad consistente en que países como Iraq, Libia, Yemen, Líbano y Siria están perdiendo aceleradamente su unidad como Estados, y están sufriendo una fragmentación que presagia su próximo fin como estructuras estatales sólidas que puedan funcionar a la manera de los modelos de Estados-nación surgidos de la modernidad europea de los siglos XIX y XX.
Rabi enfatizó que el fracaso de tales modelos en el Oriente Medio árabe ha hecho resurgir como elemento motor principal las identidades pre-estatales de los individuos y grupos que integran esas poblaciones. Eso quiere decir que las identidades nacionales que rigieron, pero nunca se consolidaron entre los habitantes de esa región desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 2011, han sufrido un golpe mortal. Ahora son las identidades sectarias, de carácter étnico, religioso o tribal las predominantes.
Como consecuencia hoy, cada día con más intensidad, muchos de quienes habitan en esa región han dejado de identificarse como iraquíes, sirios o libaneses, para asumirse primero que nada como sunitas, chiítas, kurdos, cristianos, alawitas, drusos, etc. Las confrontaciones y luchas por territorios y poder siguen esas líneas sectarias, tal como se ha venido viendo desde hace tiempo en la guerra civil siria.
Uno de los ejemplos más claros de este proceso de sustitución de la identidad nacional por la identidad sectaria-religiosa lo brinda el Estado Islámico (EI). Como es sabido, los miembros de esta salvaje agrupación provienen de múltiples Estados, pero han dejado de asumirse como sus ciudadanos y profesar lealtad a ellos. Un iraquí, un sirio, un francés o un alemán que milita en el EI hace caso omiso de su patria de nacimiento, para convertirse en fervoroso militante de una entidad que aspira a la destrucción de cada una de sus naciones de procedencia a fin de construir en su lugar el califato de sus sueños. De esa manera, tanto Iraq como Siria, Líbano y Yemen se hallan en un estado de caos a causa de ese sectarismo, por el cual la fragmentación va avanzando inexorablemente. En este contexto, es fundamentalmente la religión, con sus subdivisiones doctrinales y sus disputas históricas, lo que da sustento a estas identificaciones diversas y en conflicto unas con otras.
Rabi fue muy claro en señalar que todo este fenómeno no es bien comprendido por las potencias occidentales, que pretenden restaurar en la región un orden previo que en realidad no tiene futuro. Y dijo que en la medida en que esta incomprensión se mantenga, su actuación en ese escenario no contribuirá a terminar con el derramamiento de sangre y el terror que allí privan. Todo lo contrario tal vez. Sin duda, un planteamiento interesante, sugerente y preocupante también, el expuesto por este catedrático israelí.
*Licenciada en Sociología con Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana.
Fuente: Diario Judío (México). Versión NMI.