Desde el 7 de octubre de 2023, cuando se inicia este drama sin fin de secuestrados, muertos, ataques y negociaciones, los hutíes, unos hasta hace muy poco nada famosos residentes del Medio Oriente, han disparado desde el Yemen sobre Israel misiles balísticos y aviones no tripulados con carga explosiva, de los cuales ya se cuentan unos trescientos; la mayoría de ellos fueron interceptados gracias a novedosas y costosas tecnologías. El pasado jueves 18 de julio de 2024, uno de estos avioncitos logró llegar a Tel Aviv, emblemática ciudad israelí, y causar un muerto, varios heridos y el susto generalizado de toda la población israelí.
Los hutíes están a más de dos mil kilómetros de distancia de Israel. Sin fronteras y sin conflictos con su extraño objetivo, se han dedicado a interferir con la navegación de buques, lanzar cohetes y drones, amenazar y sembrar caos. Fuerzas militares que no son de Israel han venido conteniendo tímidamente a los hutíes, que se comportan como una pandilla de disociados con armamento sofisticado y siempre muy peligroso.
Llama la atención que Israel haya atacado a sus agresores del Yemen tan tardíamente, el sábado 20 de julio. Algunos atribuyen la reacción al atrevimiento de lanzar un dron sobre Tel Aviv, y por supuesto se levantan las conjeturas acerca de por qué tanta contención de Israel cuando resultan bombardeadas diariamente localidades como las del norte, también las del sur y la misma Eilat. De forma algo malintencionada, algunos señalan la mejor consideración que se le tiene a los habitantes del centro de Israel por encima de los sufridos residentes y desplazados del norte, o por encima de las golpeadas localidades más al alcance de los misiles y cohetes de Gaza. Justo al escribir esta nota, un ministro israelí anunció que el ataque contra Yemen obedeció a delicadas informaciones que se tenían y hacían imprescindible la reacción de Israel.
Militares hutíes exhiben sus misiles, de origen iraní, durante un desfile militar
(Foto: AFP)
Pareciera que Israel se ha visto obligado a contenerse en sus reacciones desde el inicio mismo de las hostilidades. La entrada a Rafah, en Gaza, como fase final de una muy larga campaña, fue demorada. Las acciones de Hezbolá en el Líbano, disparando todos los días, no han sido contraatacadas con la firmeza necesaria. Aunque lo anterior debe obedecer a razones logísticas, pues el ejército está comprometido en varios frentes y se deben cuidar los derechos humanos y el delicado aspecto diplomático, lo cierto es que las declaraciones de Joe Biden como presidente de Estados Unidos, y de Donald Trump como candidato presidencial, parecen tener un efecto bastante importante en el devenir de los hechos.
El presidente Biden ha hecho una afirmación que quizás necesita más de una interpretación. Varias veces ha dicho “don’t”, sin dar mayores detalles. Esta expresión se ha interpretado como una advertencia a los enemigos de Israel, pero también como una instrucción a su aliado de contenerse, de seguir ciertas pautas de la administración americana. Sea como quiera que se interprete, los resultados están a la vista, pues Israel no ha tenido toda la libertad de acción que ha requerido.
El jueves 18 de julio, el candidato Donald Trump, en su acto de proclamación, advirtió a Hamás que debería liberar a los rehenes antes de que él tome posesión de su cargo, una eventualidad que da por cierta. Justo dos días después, previo al ataque sobre Tel Aviv, Israel embiste contra los hutíes en Yemen; una acción de corte legendario de la Fuerza Aérea que se suma a otras del pasado, y que deja constancia de la capacidad de defensa de Israel, y llama la atención por ser algo tardía y porque no haya sido ejecutada tiempo atrás por alguna potencia afectada por las acciones de los hutíes.
Fuerzas militares que no son de Israel han venido conteniendo tímidamente a los hutíes, que se comportan como una pandilla de disociados con armamento sofisticado y siempre muy peligroso
El combate al terror requiere acciones y apoyos irrestrictos. A veces las palabras pueden ser los detonantes. Otras veces, las palabras actúan para desincentivar ciertas acciones. El “don’t” de Joe Biden contrasta con las expresiones de Donald Trump, y aunque juzguemos ambas con las mejores intenciones para con Israel, sus efectos al parecer no son los mismos.
Israel sigue sumido en una guerra sin cuartel. Para vencer y recuperar a sus secuestrados, para lograr un cierto ambiente de no beligerancia en la zona y dentro de sus propios límites, necesita de mucho apoyo diplomático y material, de declaraciones vehementes. También al escribir esta nota, el primer ministro de Israel se encuentra en ruta a Washington para intervenir en el Congreso estadounidense y presentar su drama. Mientras el primer ministro viaja, Joe Biden anuncia que no correrá como candidato a la presidencia en noviembre de 2024. Gran paradoja de la historia que sea quizá Benjamín Netanyahu el primer jefe de Estado que se reúna con Joe Biden luego de anunciar su decisión de no competir, y el último que lo haga en su calidad de candidato. Hay una larga historia entre Netanyahu y Biden.
No cabe duda de que las palabras juegan un papel muy importante. Dichos que influencian acciones, dichos que pueden traducirse en hechos. En este drama que se vive desde el 7 de octubre de 2023, los dichos y los hechos guardan una muy estrecha relación.