L a policía turca detuvo el 7 de octubre al pastor estadounidense Andrew Brunson y su esposa Norine –residentes en Turquía durante los últimos veinte años–, por “actividades contra la seguridad nacional”. Las autoridades mantuvieron a la pareja aislada durante 12 días, sin acceso a un abogado o a las autoridades consulares de Estados Unidos. Aunque el Directorio para la Gestión de la Migración acabó poniendo en libertad a la esposa del pastor, Brunson ha permanecido en régimen de aislamiento sin acceso a asesoramiento jurídico durante más de 40 días. Por terrible que parezca, el trato dado a la pareja se entiende mejor como parte de una campaña más general de la formación gobernante de raíz islamista, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), para intimidar y poner en el punto de mira a los cristianos de Turquía.
Tras la intentona golpista del 15 de julio, en los mítines organizados por el gobierno y sus medios afines se ha estado incitando contra las minorías religiosas del país. Los diarios progubernamentales vapulearon al patriarca ecuménico greco-ortodoxo por “tramar” el golpe con la CIA, y publicaron un pasaporte vaticano falsificado para demostrar que el supuesto autor intelectual de la intentona era un cardenal católico. En la subsiguiente oleada de violencia, las patrullas ciudadanas tomaron como objetivo iglesias protestantes y católicas y escuelas armenias.
Resulta desconcertante la mano dura aplicada por el gobierno del AKP. El 8 de octubre, las autoridades prohibieron a la iglesia protestante en Antioquía –antigua cuna de la cristiandad– realizar un estudio sobre la Biblia “sin permiso”. Poco después, dos responsables de la Asociación Turca de Iglesias Protestantes denunciaron que habían sido interrogados por la policía en relación con sus actividades pastorales. El 17 de octubre, las autoridades aeroportuarias negaron la entrada a un protestante estadounidense que había estado al frente del Ankara Refugee Ministry, insistiendo –como en las acusaciones contra el matrimonio Brunson– en que era una “amenaza para la seguridad nacional”. A principios de este mes, las autoridades trasfirieron el control de la iglesia siríaca en la ciudad de Urfa a la Facultad de Teología Islámica de una universidad vecina.
Para los cristianos de Turquía, esta intimidación no es nueva. El propio Brunson fue objetivo de un ataque armado en 2011. Unos asaltantes mataron a un sacerdote católico romano y un arzobispo en 2006 y 2010, respectivamente. Un protestante alemán y dos conversos turcos fueron torturados y masacrados brutalmente en una editorial bíblica en 2007, tres meses después del asesinato del director del principal semanario armenio del país.
Las autoridades han sido benévolas con los atacantes de cristianos. Los cinco responsables de la matanza de la editorial fueron excarcelados en 2014, y el asesino del sacerdote quedó libre el año pasado. El asesino del editor armenio fue recibido como un héroe cuando fue trasladado a la comisaría, donde los agentes alabaron su coraje y le pidieron que posara con la bandera turca.
A menos que el gobierno del AKP introduzca salvaguardas contra los delitos de odio, se enfrente a la cultura de la impunidad y frene las provocaciones contra los cristianos, Turquía se arriesga a engrosar la larga lista de Estados de Oriente Medio donde las comunidades cristianas ancestrales están desapareciendo. En cada país, las minorías religiosas han sido históricamente el canario en la mina: una vez que desaparezca el pluralismo religioso de Turquía, es probable que no pase demasiado tiempo hasta que su pluralismo político se evapore de igual manera.
*Ex parlamentario turco, miembro fundador del Panel Internacional de Parlamentarios por la Libertad Religiosa.
Fuente: Foundation for Defense of Democracies. Traducción: Revista El Medio.