El surgimiento del caraísmo puede considerarse “un rompimiento que no llegó a mayores”, a pesar de que lleva más de doce siglos generando controversias
Sami Rozenbaum
L a aparición de la secta de los caraítas representó el cisma más importante en la historia del pueblo judío, y el más perdurable en cuanto a la importancia que adquirió y el número de sus practicantes que aún existe.
Durante el siglo VIII de la era común el Judaísmo tenía dos centros principales, Babilonia y Jerusalén, que pocos siglos antes habían culminado la redacción de sus propias versiones del Talmud (recopilación y argumentación sistemática de la ley judía “oral”). En Babilonia residía el exilarca, máxima autoridad religiosa y legal, que como director de la academia talmúdica producía jurisprudencia para todo el pueblo en la diáspora.
Hacia el año 767, el exilarca Isaac falleció. Uno de sus sobrinos, Anán ben David, aspiraba asumir el cargo, pues además era discípulo de Yehuda Gaón, el erudito más respetado de la época. Sin embargo, según las crónicas, Anán tenía rasgos de “orgullo y temeridad” y una mentalidad demasiado emancipada para el gusto de los círculos dirigentes, quienes optaron por designar a su hermano menor, Janania. Anán se negó a aceptar esta decisión.
Un siglo antes, tanto el actual Iraq como Eretz Israel habían sido conquistados por el naciente imperio islámico, y el califa de Bagdad era la máxima autoridad en todos los aspectos, incluso para aprobar o no la designación del exilarca judío. Como Anán se resistió a la disposición ratificada por el califa, fue encarcelado y corría el riesgo de sufrir la pena de muerte. Al parecer conoció en la cárcel al destacado jurista musulmán Abu Janifa, quien le recomendó alegar que era el líder de una secta independiente, lo que el Califato toleraba. Así lo hizo Anán, y eventualmente quedó libre.
En un principio, Anán discrepaba del Judaísmo rabínico o rabanita (aquel surgido tras la destrucción del Segundo Templo) en cuanto a la forma en que se organizaba el calendario. La Torá establecía que cada mes comenzaba cuando los sacerdotes observaban la Luna nueva en Jerusalén; pero como ahora la mayoría del pueblo residía fuera de Eretz Israel, surgieron discrepancias hasta que, en el siglo IV, el Nasí (máxima autoridad) del Sanedrín, Hillel II, fijó el calendario judío que se sigue empleando en la actualidad, que define el “comienzo del tiempo” en el año 3761 antes de la era común y establece un almanaque perpetuo. Anán postuló el regreso al sistema de la Torá, pues según él no podía modificarse lo que en ella había sido estipulado directamente por Dios.
A partir de ese punto, la controversia se extendió a más y más aspectos de la halajá, hasta que se convirtió en todo un cuerpo doctrinario que Anán puso por escrito en su obra principal, Séfer Hamitzvot (Libro de los Preceptos). Solo la palabra divina registrada podía usarse para deducir las leyes —aunque estas no estuvieran claramente explicadas en la Torá—, y cada quien era libre de interpretarla. En esto, la nueva secta de Anán coincidía con los samaritanos*, los saduceos y otros movimientos disidentes que habían surgido más de mil años antes.
Según Anán, no solo la Torá sino también los libros de los profetas podían considerarse palabra divina, con lo cual amplió la base para generar la jurisprudencia religiosa de lo que entonces se llamó ananismo. En el siglo IX sus practicantes comenzaron a ser denominados karaim (“los de las escrituras”, en referencia a la lectura exclusiva de la Torá), y varios de los grupos heterodoxos preexistentes se unieron al movimiento.
Los caraítas no descartaban completamente los argumentos y decisiones de los sabios del Talmud, sino que los consideraban solo unas entre muchas explicaciones posibles; no estaban dispuestos a ceñirse a sus interpretaciones como las únicas válidas. De hecho, en el Talmud, siendo un compendio que hoy llamaríamos dialéctico, existen numerosas contradicciones e incluso aspectos que quedan sin respuesta. Por otra parte, hay discrepancias entre la tradición talmúdica de Babilonia y la de Jerusalén, lo que Anán usó como evidencia de que no había una sola ley oral revelada.
*Vea el dossier “Los samaritanos, ventana viva al antiguo Israel”, en la edición 2022 de NMI: http://bit.ly/2fWbMbf
Las interpretaciones de Anán sobre las escrituras eran sumamente estrictas y ascéticas, ignorando la flexibilización que se había producido con el paso de los siglos para “suavizar el yugo” litúrgico. Por ejemplo, no permitía ningún fuego dentro de los hogares durante el Shabat, aunque hubiese sido encendido antes de comenzar el día sagrado; tampoco estaba permitido salir de las aldeas durante ese día, y preferiblemente había que permanecer dentro de las oscuras casas. Estableció una separación absoluta hacia los rabanitas, con quien prohibió los matrimonios. Postuló restaurar la pena de muerte establecida en la Torá para muchos pecados, que el rabanismo ya había eliminado (aunque de todos modos los judíos no tenían el poder de imponer esa pena en el imperio islámico). También llegó a proponer la proscripción de comer carne hasta que se cumpliera la profecía del retorno a Sión; según la leyenda, el mismo Anán marchó a Jerusalén y fundó allí la primera sinagoga de su movimiento.
Sin embargo, el caraísmo llevaba en sí la raíz de su propia disgregación: como cada quien podía interpretar la Torá y no había un líder único, después de la muerte de Anán el movimiento comenzó a dividirse en numerosas sub-sectas que estaban en desacuerdo entre sí.
Pero un nuevo auge se produjo con un sucesor de Anán, Benjamín Nahawendi (de Nehavend, Persia), a principios del siglo IX, quien hizo menos belicoso al movimiento respecto al rabanismo, permitiendo que se adoptaran algunas interpretaciones del Talmud mientras no se hallaran otras. Nahawendi era un filósofo religioso, e intentó despojar la imagen de Dios de su forma humana, asumiendo la teoría del Logos de Filón de Alejandría.
Durante el siglo X destacó Jacob Kirkisani (“el circasiano”), exégeta caraíta que produjo varias obras de importancia para este movimiento y recorrió el Medio Oriente difundiendo sus ideas. Para entonces el caraísmo ya era un grupo consolidado, y sus dirigentes comenzaron una labor proselitista entre los rabanitas. Surgió una gran cantidad de literatura (sobre todo en árabe), entre la que predominaba la de tipo polémico, y el movimiento produjo numerosos teólogos, gramáticos y exégetas bíblicos. Muchos caraítas se sumaron al auge de las ciencias que entonces se estaba produciendo en el mundo islámico. Los caraítas se extendieron, surgiendo varias comunidades importantes en Eretz Israel (incluyendo Jerusalén), Egipto, Babilonia y Persia.
El Judaísmo rabínico reaccionó ante las intenciones caraítas de restarle adeptos; el mayor de los opositores a la secta fue el célebre Saadia Gaón, quien escribió un libro dedicado a ellos; según Saadia los caraítas eran simplemente herejes, por lo cual estaban proscritos y no había reconciliación posible. En contraste, Maimónides, quien interactuó con los caraítas de Fostat (Egipto), recomendó tratarlos “con respeto, honor, amabilidad y humildad, mientras ellos no difamen a las autoridades de la Mishná y el Talmud”.
La primera gran catástrofe para el caraísmo sobrevino en el año 1099, cuando la Primera Cruzada conquistó Jerusalén; junto con los rabanitas, los caraítas fueron quemados vivos en su sinagoga, marcando el fin de esa comunidad. Durante el siglo siguiente el caraísmo declinó en el oriente, pero se extendió por el Imperio Bizantino. En Constantinopla floreció una comunidad que produjo una importante literatura y numerosas traducciones; allí, Yehudá Hadassi escribió Eshkol ha-Kafer, un sumario enciclopédico de la teología caraíta. En el siglo XIV vivió en Nicomedia (actual Izmir, Turquía) Aarón ben Eliahu “el joven”, considerado el Maimónides caraíta por su monumental obra Gan Eden, compilación de las creencias y normas de ese movimiento; claro que ello resultaba paradójico, ya que supuestamente el caraísmo no debía poseer un canon sólido de interpretaciones.
La conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, y la expulsión de los judíos de España en 1492, tuvieron grandes consecuencias para el caraísmo. Turquía acogió a muchos judíos de Sefarad y allí vivieron una época de esplendor, sobre todo durante el reinado de Suleimán “el Magnífico”. Se establecieron numerosas escuelas judaicas, sinagogas e incluso imprentas. En ese ambiente intelectualmente estimulante se produjo un acercamiento entre rabanitas y caraítas, e incluso algunos doctores rabanitas de la ley tuvieron discípulos caraítas.
A finales del siglo XV surgió la obra que fijaría definitivamente el código legal caraíta: Aderet Eliahu de Eliahu Bashyazi, equivalente al Shulján Aruj de Yosef Caro. Bashyazi asumió una posición conciliadora hacia los rabanitas, e incluso llegó a recomendar a sus seguidores que estudiaran la Mishná y el Talmud, pues “reúnen declaraciones genuinas de nuestros padres”.
Sin embargo, con el paso de las generaciones el caraísmo bizantino-turco fue perdiendo dinamismo; el eje del movimiento se trasladó hacia el norte, particularmente Crimea y Lituania, donde grupos caraítas se habían establecido siglos antes, algunos como prisioneros de las guerras tártaras.
Los caraítas de Crimea sufrirían las persecuciones de Chmielnicki (Jmielnitzky) junto con el resto de los judíos, a mediados del siglo XVII. Tras estas terribles masacres, la interacción entre los caraítas de Crimea y Lituania fue muy fructífera, y se publicaron numerosas obras explicativas sobre su historia y filosofía, a veces por solicitud de autoridades cristianas que estaban interesadas en comprender sus diferencias con el Judaísmo rabínico.
Otro cambio importante se produjo a finales del siglo XVIII, cuando Lituania y Crimea fueron absorbidas por el imperio ruso. Esto trajo profundas consecuencias para las relaciones entre el caraísmo y el rabanismo: la emperatriz Catalina II decidió en 1795 que los caraítas no estarían sometidos al doble impuesto que debían pagar los judíos, y además se les permitiría adquirir tierras, con lo que mejoró su situación económica. Luego, en 1827, los caraítas fueron exonerados del servicio militar obligatorio por el zar Nicolás I. También se les permitió vivir fuera de la “zona de residencia” delimitada para los judíos al oeste del imperio.
Demografía caraíta
Los caraítas nunca constituyeron una población muy numerosa. El censo ruso de 1879 contabilizó casi 10.000, los que habían aumentado a 12.900 para el año 1910. En la década de 1930 su número se había reducido a unos 10.000 en la Unión Soviética y alrededor de 2000 en el resto del mundo, con congregaciones en Polonia, Turquía, Egipto y Palestina. Casi todos los caraítas soviéticos, que se concentraban en Lituania y Crimea, fueron asesinados en el Holocausto.
Por razones religiosas los caraítas se rehúsan a ser contados, lo que dificulta conocer su población actual. La mayor cantidad se encuentra en Israel, donde se estima que residen unos 25.000. Existe una comunidad de cerca de 1000 integrantes en Daly City, suburbio de San Francisco, California, quienes incluso poseen la única sinagoga caraíta de Estados Unidos. Quedan remanentes en varios países europeos, así como en Turquía, Brasil y Australia.
Poco después, con la intención de mejorar aún más su estatus en la sociedad rusa, los propios caraítas comenzaron a argumentar ante las autoridades que ellos eran fundamentalmente distintos a los judíos rabanitas, alegando que presuntamente ellos eran más trabajadores, más honestos y más fieles al trono. A causa de esto, los judíos rabanitas fueron expulsados de la ciudad lituana de Troki en 1835. Poco después, las autoridades dejaron de llamar judíos a los caraítas, y en 1863 se les otorgaron todos los derechos civiles que disfrutaban los demás rusos, reconociéndoseles como un credo independiente; sus comunidades estarían encabezadas por un jajam (sabio), electo por delegados de todas las comunidades caraítas, que no sería una figura religiosa sino secular. Obviamente, en este período la división y el resentimiento entre los caraítas y los rabanitas del imperio ruso se hizo insuperable.
El último líder caraíta de importancia fue Abraham Firkowicz (1786-1874), quien vivió entre Lituania y Crimea. A lo largo de varios viajes por el Cáucaso, Eretz Israel, Siria y Egipto, descubrió numerosos manuscritos antiguos (tanto caraítas como rabanitas y samaritanos) que se creían perdidos, y gracias a ellos escribió varias obras destacadas sobre historia y religión. Sin embargo, a lo largo del tiempo surgieron acusaciones de falsificación contra Firkowicz, quien al parecer utilizó algunos de esos documentos para demostrar que los caraítas descendían de las “diez tribus perdidas” de Israel, por lo cual no vivían en Tierra Santa en la época de la muerte de Jesús; probablemente ello influyó en la benigna situación del caraísmo en la Rusia zarista.
Al llegar al siglo XX, estudiantes caraítas de la Universidad de Moscú llevaron a cabo el primer intento de crear un periódico de esa comunidad; otras publicaciones periódicas caraítas aparecieron brevemente en Viena, en idiomas ruso y polaco. Debe destacarse que los caraítas de Crimea y Lituania desarrollaron una lengua propia, el caraímico o caraí, relacionado con el turco pero escrito con caracteres hebreos.
Cuando Hitler invadió la Unión Soviética, el destino de los caraítas fue el mismo del de los demás judíos que cayeron en manos de los nazis: casi todos los caraítas de Crimea y Lituania, unos 10.000, fueron asesinados en 1943.
Los caraítas que vivían en los países musulmanes tuvieron que emigrar a raíz de la creación del Estado de Israel; la única comunidad importante que quedaba en el mundo árabe, la de Egipto, debió hacer lo propio debido a la persecución que se desató contra ellos tras la Guerra de los Seis Días de 1967. Los que hicieron aliá fueron recibidos en Israel como judíos, y se les otorgaron las mismas facilidades para establecerse y desarrollar su vida religiosa y educativa. Hoy en día, la mayoría de los caraítas israelíes residen en las ciudades de Ramle, Ashdod, Ofakim, Beersheva y Jerusalén, así como en varios moshavim.
El cisma que comenzó a mediados del siglo VIII finalizó formalmente en 1973, cuando el rabino jefe sefardí de Israel, Ovadía Yosef, dictaminó que los caraítas son judíos “para todos los efectos”, y que por ende los judíos ortodoxos pueden contraer matrimonio con caraítas. Sin embargo, de vez en cuando surgen voces entre los haredim que todavía expresan sus dudas al respecto.
Puede decirse que la aparición del movimiento caraíta constituyó el mayor desafío doctrinal surgido en el Judaísmo durante la época diaspórica. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en el Islam entre sunitas y chiítas, o en el Cristianismo entre católicos y protestantes, el enfrentamiento entre caraítas y rabanitas, si bien fue a veces muy amargo, nunca llegó a la violencia y quedó confinado al debate. Ambos bandos se beneficiaron de la larga controversia, pues se generó un inmenso cúmulo de literatura que requirió profundas investigaciones documentales, análisis e interpretaciones, que enriquecieron el bagaje cultural del Judaísmo. Así, paradójicamente, quienes se oponían a una “ley oral” inspiraron la producción de mucha más jurisprudencia civil y religiosa. Y al final, la historia de los dos grupos divergentes terminó en reconciliación.
Similitudes y diferencias
El caraísmo y el Judaísmo rabínico comparten sus fundamentos religiosos, la mayor parte de su historia y su filosofía básica. Sin embargo, el caraísmo se centra en el significado literal de lo establecido en la Biblia, que cada quien debe interpretar. Esto implica cierta rigidez, pero paradójicamente privilegia la razón individual por encima del dogma. La frase central de Anán era: “Busca a profundidad en la Torá y no dependas de mis opiniones”.
Los fundamentos del caraísmo son:
FUENTES