Durante su discurso ante la Asamblea General de la ONU el pasado 27 de septiembre, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu reveló información adicional sobre el programa nuclear de Irán, específicamente sobre la existencia de otra instalación en el corazón de Teherán, e instó a la Agencia Internacional de Energía Atómica a que la inspeccionara “antes de que los iraníes la vacíen”. También indicó que, tras las otras denuncias que él hizo hace algunos meses —a raíz de la osada sustracción de muchas carpetas y discos de información secreta de Irán por parte del Mossad—, la AIEA “no ha hecho siquiera una pregunta” a los iraníes, mucho menos ha solicitado inspeccionar los instalaciones secretas cuya existencia reveló, incluyendo fotos, gráficos y coordenadas precisas.
La AIEA ha ignorado olímpicamente la solicitud de Netanyahu. En un mensaje emitido hace pocos días, el director de la agencia, Yukio Amano, manifestó: “(…) enviamos inspectores a los sitios y locaciones solo cuando es necesario. La agencia usa todas las salvaguardas relevantes a la información disponible, pero no toma cualquier dato como verídico. Toda la información obtenida, incluso por parte de terceros, se somete a una revisión exhaustiva y se evalúa junto con el resto de la información disponible, para llegar a una valoración independiente que se basa en nuestra propia experticia”.
En otras palabras, como dice el portal jewishpress.com, la AIEA respondió al primer ministro “Gracias, pero no necesitamos su ayuda”. Lo que él reveló es, para ellos, “cualquier dato”.
Quienes sí se toman muy en serio las revelaciones y advertencias de Netanyahu son los propios árabes, sobre todo con respecto a la otra información que desveló en la ONU: las tres instalaciones para producir y almacenar misiles que el grupo terrorista predilecto de Irán, Hezbolá, ha establecido en pleno Beirut, capital del Líbano. Varios intelectuales y comunicadores sociales de países musulmanes sunitas se han pronunciado en ese sentido, como revela el periodista George Chaya en un artículo en el portal Infobae.
Por ejemplo, el 28 de septiembre el periodista saudí Turki al-Hamad escribió: “El gobierno [cooptado por Hezbolá] del Líbano ha negado las afirmaciones de Netanyahu de que Hezbolá fabrica misiles en el barrio de Al-Ouzai de Beirut. Para serles sincero, le creo más a Netanyahu que a Hezbolá. Durante [la Guerra de los Seis Días de] 1967, la radio israelí describía el avance de las fuerzas israelíes, mientras que la radio egipcia Sawt Al-Arab enumeraba cuántos aviones israelíes estaban supuestamente derribando; días después, todos quedamos sorprendidos por la derrota árabe. Ya nos mintieron antes, y esa clase de gente nos miente hoy”, concluye al-Hamad.
Por su parte, el editor del diario kuwaití Al-Siyassa, Ahmad al-Khairallah, incluso pidió a Netanyahu, a través de Twitter, que ataque las instalaciones de misiles: “Gracias, Netanyahu, primer ministro de Israel. Usted le ha revelado al pueblo libanés los lugares donde se encuentran los misiles iraníes. Los ha confrontado con la realidad, echando abajo las mentiras de las destructivas armas iraníes que el Partido de Satanás [en referencia al nombre de Hezbolá, que significa “Partido de Dios”] ha traído al Estado y al pueblo libanés para arrojar la destrucción sobre ellos. Netanyahu, le estaremos muy agradecidos si destruye esas armas antes de que ellas destruyan al Líbano y a Israel. De hecho, todos los pueblos de la región se lo agradecerán. Irán debe ser expulsado de estos países, junto a todos sus agentes”.
En su columna del 2 de octubre en el diario saudí Al-Jazirah, el escritor y periodista Muhamad al-Sheikh escribió: “El primer ministro israelí Netanyahu declaró que Israel ha identificado tres lugares en el sector Al-Ouzai, todos muy cercanos al aeropuerto de Beirut, donde Hezbolá está fabricando misiles de precisión. Esa es un área muy poblada, por lo que queda claro que Hezbolá desea convertir a la población civil en escudos humanos. Si Israel ataca esos lugares, Hezbolá lo acusará de asesinar a civiles inocentes; pero si Israel no lo hace, esos misiles supondrán una amenaza y un peligro para su seguridad”.
Como explica George Chaya, esta no es la primera vez que analistas árabes han expresado su apoyo a las posturas y acciones de Israel. En mayo pasado, intelectuales y periodistas musulmanes acogieron con beneplácito el ataque de Tzáhal contra las instalaciones militares iraníes en Siria en respuesta al lanzamiento de misiles desde allí hacia Israel.
Todo esto refleja que las personas informadas del mundo árabe están muy al tanto de cuáles son las estrategias terroristas de Hezbolá, y que este es simplemente un instrumento del régimen iraní. Algo es seguro: la gente que vive cerca del aeropuerto de Beirut está ahora muy asustada, pero poco o nada puede hacer.
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Muchos israelíes se sorprendieron por la airada reacción de la comunidad drusa israelí ante la nueva Ley Básica “Israel, Estado-Nación del pueblo judío”. Los drusos siempre han sido una comunidad intensamente identificada con el Estado judío, pero en esta ocasión, por primera vez, entre quienes protestaron estaban sus principales líderes, jóvenes activistas, reservistas y numerosos veteranos del ejército israelí. Incluso los árabes israelíes y los palestinos quedaron atónitos ante semejante reacción.
En un artículo en el portal mosaicmagazine.com, titulado “Lo que los drusos saben sobre Israel que los judíos israelíes han olvidado”, Haviv Rettig propone una respuesta basada en entrevistas y comentarios de varios analistas drusos. Por ejemplo, el periodista Riyad Alí explicó por qué los drusos se identificaron tanto con los judíos cuando declararon la independencia de Israel: “(…) vimos similitudes entre su memoria colectiva y la nuestra, entre su narrativa y la nuestra. En su memoria está la palabra Holocausto; en la nuestra está la palabra mihni, orgullo. Somos un pueblo pequeño, débil, perseguido desde nuestros comienzos; un océano sunita hostil nos hostigó y buscó aniquilarnos, convertirnos. Nuestra religión es secreta no porque estemos ocultando algo, sino porque fuimos cazados, porque pasamos a la clandestinidad; hemos vivido bajo tierra durante mil años. Entonces llegaron ustedes y reconocimos lo que compartimos. Y extendimos nuestra mano como un pacto entre minorías, entre los débiles y los perseguidos”.
Para Riyad Alí y otros de sus connacionales, al establecer que solo el pueblo judío puede desarrollar su autodeterminación en Israel, el “sueño israelí” de los drusos queda destrozado.
Por otra parte, razona Rettig, la inexistencia de una constitución y, hasta ahora, una “declaración de misión” del Estado judío, hacían posible cierta ambigüedad que permitió, implícitamente, que todos los grupos de la variada demografía israelí se sintieran cómodos: “Haredim, nacionalistas religiosos, tradicionalistas de diversos tipos, colonos, progresistas, secularistas y, además de los judíos, cristianos, musulmanes y todos los demás, cada uno con sus partidos políticos, tribunales religiosos y sistemas educativos distintos, se han basado para su florecimiento en la vaguedad existente en el corazón del orden cívico israelí”. Agrega que las libertades de la democracia israelí, más que surgir de disposiciones constitucionales, “están arraigadas, más bien, en acuerdos de toda la sociedad que bordean la ley existente y llenan los vacíos dejados por la falta de una constitución escrita”.
Concluye Rettig: “(…) la democracia israelí no nace del tipo de ingeniería constitucional que dio origen a la libertad estadounidense, sino de un tenso compromiso social, forjado a lo largo de décadas entre identidades políticas, étnicas y religiosas dispares. Como los drusos nos han enseñado, hay mucho en juego para que el debate se cierre sin pensar más allá de lo que se ha hecho hasta ahora”.