Beatriz W. de Rittigstein
A principios del presente mes de julio, producto de un corto viaje a Israel, Mario Vargas Llosa publicó, en el periódico El País de España, tres reportajes bajo el título “Los estragos de la ocupación”; el primero: “Las aldeas condenadas”, el segundo: “Los niños terribles” y el tercero: “La muerte lenta de Silwan”. Y, como ya nos tiene acostumbrados el Nobel peruano, describió solo lo que él quiso ver y la forma subjetiva en que lo vio, totalmente en coordinación con quienes difunden, de manera malintencionada, una propaganda negativa que expone ante el público una serie de inexactitudes sobre los hechos, sumando otros tantos sucesos que han sido ignorados o malinterpretados de acuerdo a perversos intereses.
Lo que Vargas Llosa llama “realidad” son episodios parciales de muy determinadas situaciones, por lo tanto, más bien constituyen unos cuantos cuentos. Sus reportajes vienen correspondiendo al género narrativo, propio de su obra novelesca, en el que de modo admirable ha utilizado lo real maravilloso, pero no es adecuado para un género periodístico como lo es el reportar y documentar. La mezcla de géneros resulta en una visión arbitraria y manipulada; peor, injusta, hace daño, ocasiona estereotipos y rencores, y en nada contribuye a solucionar los problemas.
Por otra parte, Vargas Llosa señala que todos los gobiernos de Israel, a excepción de Sharon que promovió la evacuación de Gaza, han apoyado los asentamientos; pero omite aclarar que Ehud Barak, y después Ehud Olmert, ofrecieron devolver el 93% de los territorios tomados en la Guerra de los Seis Días, y que intercambiarían territorios por el 7% restante, tal como se convino en su momento con Jordania. Sin embargo, la Autoridad Palestina rechazó esa oferta. Hace pocas semanas, Bill Clinton recordó la cumbre en Camp David, en la cual Ehud Barak hizo esa oferta que hubiera podido dar una solución estable al conflicto entre los palestinos e Israel. Todos los presentes quedaron atónitos cuando Arafat reaccionó con una contundente e inexplicable negativa. Además, precisamente, la salida unilateral de Gaza, iniciativa de Ariel Sharon, fue un lamentable fracaso; los palestinos no aprovecharon las construcciones israelíes y lo destruyeron todo, no solo la magnífica infraestructura agrícola, sino también hasta una sinagoga. El mensaje fue erróneo y tras ello se fortaleció Hamás, movimiento que propugna la destrucción de Israel para construir el Estado palestino sobre sus ruinas.
El escritor, como si el asunto de la construcción de la valla de seguridad fuera un capricho israelí, no da ninguna explicación acerca del motivo por el que Israel se vio obligado a construir el mal llamado “muro”, olvidándose de la cantidad de ataques terroristas perpetrados por grupos palestinos, sobre todo las bombas que estallaron en autobuses del servicio público en ciudades israelíes, asesinando a una gran cantidad de personas. El resultado evidente de la medida fue la sensible disminución de esos embates.
Adicionalmente, en Israel y en los territorios reclamados por los palestinos, Vargas Llosa fue guiado a manera de tour por miembros de la ONG Rompiendo el Silencio, la cual se dedica a hacer públicos supuestos testimonios de soldados israelíes; pero todas esas declaraciones son anónimas, no constituyen verdaderas denuncias ante las autoridades con la anhelada intención de que se indaguen, juzguen y castiguen los auténticos delitos. Por cierto, hay trabajos de investigación que muestran quiénes son los que financian “Rompiendo el Silencio”: palestinos y árabes, e incluso gobiernos europeos, unos con muy claros intereses, y los otros reciben informaciones encubiertas sobre el destino de los recursos. Esas enormes sumas de dinero podrían donarse para mejorar la calidad de vida de la población palestina, en vez de darles tan malévolo uso, que en sí mismo demuestra que no hay disposición para un verdadero acuerdo de paz.
Por último, llama la atención que Vargas Llosa, tras semejantes críticas ya preconcebidas, se haya hospedado en Israel, bajo la comodidad y la propia seguridad israelí, y no lo haya hecho en alguna ciudad en Cisjordania bajo responsabilidad de la Autoridad Palestina; o en Gaza, donde su vida habría estado en manos de grupos terroristas como Hamás o la Yijad Islámica.