Carlos Penela*
S i tuviera que dar respuesta a lo que la pequeña nación de Israel me sugiere, lo que para mí significa, los afectos que en mí despierta (a pesar de sus conflictos, de sus dificultades, de sus desafíos...), intentaría hacerlo a la contra, dando la vuelta a la cuestión.
Y lo haría así porque el grado de parcialidad informativa, de odio visceral y pertinaz sobre esa nación es tan clamorosamente elevado si lo comparamos, especialmente, con el silencio cómplice e inmoral en relación a todo lo que acontece, por ejemplo, en sus países vecinos, que algo parece indicar que con Israel se aplica una excepcionalidad más que sospechosa e injusta.
Por tanto, intentaré dar razón de eso, arañando, de manera breve, justamente lo que Israel no es y que, por eso incluso lo hace a mi ver, cuando menos, mereciente de un juicio muchísimo más justo y positivo del que habitualmente es objeto.
De cierto, no es Israel ese país donde sus niños son empleados como carne de cañón en acciones suicidas y donde las madres se congratulan porque sus hijos serán supuestos mártires de una causa teocrática y totalitaria.
No es ese país donde alguien, por tener una creencia religiosa diferente a la mayoritaria y mostrar públicamente su fe, será despojado de su dignidad como ciudadano, siendo llevado a prisión, azotado delante de las masas o incluso ejecutado de manera bárbara. No es ese país donde las mujeres son subyugadas y reducidas a poco menos que mercancía, desprovistas de cualquier seguridad jurídica e impedidas de poder desarrollar una vida normal y digna como personas.
No es ese país donde, por el color de su piel, su manera de vida o su condición sexual, alguien será perseguido, confinado, sin posibilidad de vivir en paz, empujado al exilio o llevado al patíbulo.
No es ese país donde las lenguas de sus minorías son perseguidas y proscritas, donde esas lenguas no pueden ser aprendidas ni cultivadas por sus hablantes o donde las manifestaciones culturales de las mismas deben ser desarrolladas en el anonimato y en la precariedad.
No es ese país donde la educación, los progresos de la técnica, de la ciencia y el acceso a la cultura queden reservados solamente para unos privilegiados, manteniéndose a grandes grupos de su población en la ignorancia, en la demagogia y en el retraso. No es ese país donde, por las grandes desigualdades sociales, por la pobreza extrema, por la corrupción sin control o por la ausencia de asistencia sanitaria, sus ciudadanos se verán abocados a la miseria permanente, al hambre, al desamparo o a la muerte indigna.
No es ese país donde los disidentes no pueden expresar su voz, editar con libertad sus periódicos o manifestar en las calles su descontento bajo el temor de que sus protestas serán reprimidas de manera brutal y desproporcionada.
No es ese país donde no existe un parlamento elegido de manera democrática, derecho de reunión, libertad de prensa y de opinión, elecciones libres, organizaciones de trabajadores, asociaciones civiles o presencia de organismos internacionales.
No es ese país donde el poder judicial está en manos de una casta o un tirano, donde no existe una ley que se aplique con independencia o donde sus ciudadanos son juzgados de manera arbitraria, sin derecho a defender en condiciones justas su inocencia.
Pero, tristemente, tampoco es Israel ese país al que no se pregunta de manera insistente e insidiosa los motivos por los cuales debe existir, ni es ese país que no tendrá que rendir, casi a diario, cuentas por el simple hecho de defender el derecho a su propia existencia.
Así pues, a poco que se ejercite un mínimo de honestidad intelectual, de objetividad y de rigor en la verdad, no será muy difícil hallar todo eso que Israel no es, precisamente, en muchos de esos otros países que lo rodean (¡y ni solo!). Esos países, esos regímenes, esos gobiernos que nunca son, ni siquiera, amonestados por esos mismos que elaboran un juicio tan parcial, tan estricto y tan letal contra Israel. Y solo contra Israel.
Curiosa y vergonzosa paradoja de quien se yergue tan a menudo indignado como detentor de una supuesta superioridad moral que solo aplicará si fuere para referirse a esa pequeña nación.
*Escritor gallego, reconocido por múltiples premios literarios.
Fuente: Aurora.