E l auge del terrorismo a nivel global, dejando aparte a quienes lo estimulan financieramente y le proporcionan armamento así como apoyo diplomático y mediático, es también responsabilidad de los que guardan silencio, miran a otro lado y transitan con sus conciencias (si es que las tienen) tranquilas, sin riesgos, las sendas apacibles del temor, de la hipocresía, de la indignidad remunerada y de lo “políticamente correcto”.
La incorporación de este concepto al lenguaje de moda, lo “políticamente correcto”, constituye un embrión de dictadura lingüística, manejado cultural y políticamente por una “casta de sacerdotes” de extrema izquierda, los llamados “progresistas” (progres) y otros no tan de izquierda. En realidad son antijudíos agazapados que pretenden esconder su judeofobia sin lograrlo.
El inocultable y vergonzante pensamiento, y la actitud intolerante que significa lo “políticamente correcto”, han contribuido, en mayor o menor grado, a la involución democrática de las sociedades occidentales, aun en las de profundo arraigo de la democracia, en las que se mancillan, pisotean y atropellan las libertades, principios y valores y los derechos humanos en general, y está ganando terreno y adeptos. La desvergüenza abarca Estados, organizaciones de variado tipo nacionales e internacionales, medios de comunicación, el ámbito universitario, intelectuales, artistas y otros.
El origen de este movimiento hipócrita, engañoso, no es nuevo, teniendo en su trasfondo el signo de la intolerancia, el afán de esconder sus inconfesables designios bajo el manto de un lenguaje “políticamente correcto”, encaminado a instaurar un sistema único de pensamiento, valiéndose de medios de comunicación sumisos, amedrentados, comprados o expropiados por la minoría dominante, nido de corruptos, que han vendido su alma al diablo; y de programas educativos de adoctrinamiento dogmático, según las normas de la nefasta propaganda “goebbeliana” nazi-fascista y del cadalso zarista-estalinista, tergiversando la historia, intentando reconstruirla y adecuarla a sus innobles intereses, escondiendo, por ejemplo, su condición judeofóbica bajo los términos “entidad sionista” o “anti-israelismo”. Sus metas y métodos están al desnudo, su mala fe también, en muchos casos.
Ya es hora de que las sociedades que padecen de la acción denigrante de los mal llamados “progresistas” progresen (¿hacia adelante o hacia atrás?), despierten de su letargo y se trasformen en sociedades “indignadas” que, al parecer, es un vocablo que “enaltece” y “dignifica”. Todos tenemos derecho a “indignarnos” si queremos mantener en alto nuestra dignidad y no incorporarnos al grupo de los que denomino los “mini” (por sus siglas en español), compuesto por los que tienen Miedo, son Indiferentes, padecen Necesidades y son víctimas de su Ignorancia, o al grupo de los “CO.CO.CI.CA”: CÓmplices, CÓmodos, CIegos y CAllados.
Los hombres y mujeres de bien deben rechazar el doble rasero empleado para medir, juzgar y condenar las acciones, en el uso de su legítimo derecho a la defensa de Israel por un lado, y el aplauso, la denigración, la falsificación de la historia, los llamamientos al boicot y las constantes amenazas de destrucción del Estado judío de Israel, ejemplo de democracia, erguido como un faro de luz en el proceloso mar del totalitarismo, el despotismo y la radicalización destructora de sus propios pueblos sometidos y depauperados. ¡Cuán diferente sería la situación de esos países si aceptaran transitar el camino de la paz con Israel y, tanto ellos como quienes los apoyan, entendieran que el antisionismo y el anti-israelismo son manifestaciones judeofóbicas! Sus máscaras no logran cubrir sus bajas pasiones. Dan lástima.
Escribí este artículo antes de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París, y unas semanas después el de San Bernardino (California), con la implantación de estados de alerta y de emergencia en diversos grados, falsas alarmas, amenazas de grupos terroristas, consumación de atentados por parte de los llamados “lobos solitarios”, y restricciones al libre tránsito en muchos países, lo que afecta la vida cotidiana, el comercio, el turismo, la asistencia a escuelas y universidades, a eventos deportivos, artísticos y culturales en Europa y en el continente americano. Sumemos a esto las migraciones masivas de africanos y mesorientales víctimas de regímenes dictatoriales, del radicalismo religioso, de enfrentamientos étnicos, que huyen de la hambruna, la insalubridad y en general de las condiciones infrahumanas en que viven, en desesperada búsqueda de un futuro mejor en Europa.
Es de destacar que, finalmente, la comunidad internacional democrática, a la que se han sumado Rusia y países musulmanes no radicalizados, han forjado una alianza y están combatiendo al Estado Islámico y otros grupos terroristas y yijadistas en diversas partes del mundo.
Esperemos que se imponga la cordura en los gobernantes y que, cuanto antes, cese este drama inhumano. Recemos para que así sea.