Elías Farache S.
La historia entre Israel y el enclave de Hamás en Gaza se repite fatídica y mortalmente. Una secuencia cíclica que se vuelve costumbre y con ello, al aburrir y representar un peligro incómodo pero no terminal, la hace más grave e intolerable.
Hamás sabe que puede molestar y enfurecer a Israel, a su gobierno de turno y a su población. Lanza cohetes indiscriminadamente sobre territorio israelí, ya protegido por una cúpula de hierro virtual y con una población acostumbrada a correr, evacuar y quejarse ante las autoridades por la carencia de seguridad y de soluciones. Israel responde con ataques quirúrgicos sobre instalaciones que producen cohetes, misiles y armamento. Nunca entendemos cómo puede haber tantas factorías y facilidades bélicas en un territorio que se autodenomina aislado y encerrado. Tampoco entendemos la capacidad de Hamás de reconstruir su infraestructura tantas veces y tan rápidamente.
Si los facilitadores del diálogo virtual tienen éxito, las cosas no van a más. Si fracasan, Israel arrecia sus represalias y Hamás lanza más cohetes. Hamás sabe que va a perder en el terreno, que habrá víctimas y daños con el antipático descriptivo de “colaterales”. Sangre, dolor y sudor. Pero también sabe que ganará en los medios, que se ensañarán contra Israel presentándolo como lo que ciertamente no es. Israel lo sabe, pero a las alturas de un conflicto en caliente, no tiene muchas alternativas.
Las tensiones en Israel se avivan cuando Hamás ataca, cuando se habla de negociaciones vía terceras partes, cuando se presentan condiciones. De cualquier forma, eso significa negociar con terroristas que no reconocen el derecho a la existencia de Israel. Pareciera que la agenda de un país y un ejército muy fuertes la dicta un grupo de personas en Gaza armadas con cohetes, túneles, cinturones explosivos, globos y mucha sinrazón.
Israel no quiere ir a Gaza, ocuparla y desalojar al gobierno de Hamás, hacerse cargo del lugar con sus problemas y su población hostil. Antes de terminar la tarea, las bajas israelíes serían cuantiosas y lamentables. La situación posterior, de Gaza sin Hamás, no ha de ser mejor para Israel que Gaza con Hamás.
Y he aquí el grave problema: Israel, el mundo, los palestinos, se están acostumbrando a este statu quo fatídico y mortal, pero de relativa baja intensidad. Cohetes, Cúpula de Hierro, represalias, negociaciones indirectas, pataleo de ganadores y perdedores, cese al fuego… y de nuevo, un tiempo después, cohetes, Cúpula de Hierro…
Mucho se discute si el problema entre israelíes y árabes es político o religioso, por territorios o por principios. Lo cierto del caso es que hasta tanto se reconozca el derecho de los judíos a un Estado, y se reconozca que Israel constituye una realidad cierta sobre el terreno, esta interminable historia seguirá siendo eso, interminable.
Porque si a ver bien vamos, en los momentos actuales el pequeño y molesto enclave de Gaza con Hamás encima incomoda y atribula. Pero no merece la arremetida que lo convierta en la sensación mediática que pretende.
Entre lo malo y lo peor, lo malo es bueno. Es malo este statu quo de ciclos repetitivos. Pero es peor una ocupación.
La solución del reconocimiento de Israel, negociar como personas civilizadas y llegar a acuerdos, es demasiado lógica y racional. Por ello parece aún inviable.
Mientras, se elige entre lo malo y lo peor.