Israel enfrenta una muy seria turbulencia interna. La propuesta de reforma judicial es un tema polémico en demasía. Las reacciones de calle, los comentarios de personas y personalidades, los augurios de algunos y la determinación de otros, han hecho olvidar lo de siempre.
Mientras gobierno y oposición se baten en un duelo sin ganadores, los frentes contra Israel, siempre activos, se refuerzan y toman iniciativas. Los atentados en las localidades dentro de Israel se efectúan con la peligrosidad cierta de la sorpresa y la imposibilidad de prevenirlos. Cualquier día, un ciudadano molesto decide atropellar peatones, disparar a mansalva. Y hay gran cantidad de quienes aplauden y reivindican la acción.
Los incidentes en Jerusalén, en la Explanada del Templo, son monitoreados y calificados por Hamás en Gaza. Si las autoridades israelíes ejercen la autoridad, pueden venir cohetes desde Gaza. Se confunden las autorías, y todos parecen tratar de evitar una escalada sangrienta. Pero la mecánica se repite una y otra vez.
Israel da toques frecuentes en Siria para evitar una presencia peligrosa de Irán. El frente libanés goza de una impunidad preocupante, que hace temible una reacción de Hezbolá. E Irán, siempre Irán, maneja los hilos y proxies con precisión.
En este panorama de siempre, no hay denuncias respecto a desmanes que no sean acerca de Israel. Sí hay muchos comentarios y opiniones acerca de la política interna de Israel. No se habla de la democracia, de las instituciones, o del nivel de equilibrio de poderes respecto de ninguno de los países que adversan a Israel. Mucho menos se comenta el peligro eventual que tienen inversionistas en mercados gobernados por monarquías absolutas, dictaduras de facto o democracias amañadas.
Los enemigos de Israel siempre están listos para aprovechar cualquier oportunidad. Terroristas de Hamás desfilan en Gaza con el cuerpo de uno de los suyos
(Foto: ItonGadol)
Eso es lo de siempre. Pero lo que no es tan común es la aparente despreocupación de los sectores políticos de Israel respecto a su vulnerabilidad y la realidad circundante. En la corta y gloriosa historia del pequeño país, siempre se hizo causa común sobre los temas de defensa, y todos guardaban siempre una discreción inteligente en todo lo relacionado con seguridad. Desde la fundación del Estado y hasta tiempos recientes, privó siempre un criterio de precaución y solidaridad cuando de enfrentamientos y amenazas se tratase.
No es el caso en estos días. Voceros calificados, de gobierno y de oposición, son muy poco precavidos en sus declaraciones. El delicado asunto de la necesaria alianza con los Estados Unidos de América se trata con la banalidad de un partido de fútbol sin importancia. Las descalificaciones entre unos y otros se hacen como si la alternabilidad en el poder no sucediese con la frecuencia con la cual siempre ha ocurrido.
Esta despreocupada manera de tratar los asuntos nacionales, con mucha falta de respeto y como si nadie estuviese atento a lo que se dice y hace, llama poderosamente la atención. Una cosa es la libertad de expresión, la información veraz y oportuna, y otra la exageración en el debate político, la presentación de ideas y posiciones —por antagónicas que puedan resultar— fuera del marco de respeto y razonabilidad necesario y prudente.
Mientras al interior de Israel se desarrolla una lucha interna y descarnada, como si nadie lo viera y no existieran enemigos externos, lo cierto es que Israel se enfrenta a los retos de siempre, muchos de los cuales no dependen de su buena voluntad ni de su accionar. Lo de siempre.
El fragor del debate interno y las formas de este, hacen presumir a los observadores de afuera como si Israel no tuviera espalda que cuidar, como si los frentes reales de peligro evidente e inminente no existieran. ¿Lo creen también los políticos y voceros, enfrentados en una guerra sin cuartel de descalificaciones mutuas?
Porque, lamentablemente, Israel vive… lo de siempre. Ojalá no para siempre.