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Rabino Chaim Raitport
C uando los incendios forestales amenazan a las comunidades rurales, ante el peligro se insta a los residentes a que abandonen sus casas. Muchas personas se encuentran en la posición poco envidiable de tener que decidir cuáles de sus posesiones deben abandonar.
No se puede llevar todo con uno. Escapando de la montaña, si no cabe en el asiento trasero del automóvil, probablemente tendrá que dejarlo a los caprichos del destino y la misericordia de los bomberos. Algunas personas cargan sus álbumes de fotos familiares y copias de sus certificados de seguro; otros optan por dejar sus documentos, y se concentran en llevar a sus mascotas y animales en la parte trasera de la camioneta.
Es una situación desagradable. ¿Qué tomaría primero mientras lo domina el pánico? Las decisiones que se toman cuando la tormenta se dirige hacia uno dicen mucho sobre la persona como individuo. Demuestran la importancia relativa que asigna a sus posesiones materiales en comparación con los recuerdos del pasado. Si bien las decisiones son un reflejo de las prioridades personales, estas pueden ser la prueba de valor más verdadera a las que se puedan enfrentar.
Los dolientes en un funeral que realicé recientemente escribieron un panegírico conmovedor para su madre. Me emocionó su descripción de cómo las únicas reliquias de la familia que trajo consigo en el largo viaje desde el "viejo país" a su nuevo hogar en Venezuela fueron los candelabros de Shabat de su madre. Aunque estaban maltratados y torcidos, representaron la conexión espiritual con su pasado. Se enorgullecía de que fuese el legado para sus hijos.
Al empacar los lijter y dejar posesiones valiosas, ella estaba haciendo un juicio de valor para todos los tiempos, demostrando que el judaísmo no era solo una reliquia abandonada de Europa sino que iba a ser un componente vital de su nuevo hogar.
Esta demostración de intención refleja una decisión similar tomada por nuestro antepasado Jacob. Cuando él y su familia descendieron de Canaán a Egipto, Jacob llevó con él arbolitos de cedro, nativos de Israel, y luego los reubicó en Egipto. Generaciones más tarde, cuando sus descendientes se prepararon para finalmente huir de la esclavitud egipcia, cortaron aquellos árboles ahora maduros y llevaron la madera con ellos en su travesía por el desierto. De esos tablones gigantes finalmente se formaron en las paredes del Mishkán, el Tabernáculo ambulante dedicado a la adoración divina.
Puede parecer una forma increíblemente complicada de obtener la madera necesaria. Sin embargo, la intención de Jacob era clara: los árboles recordaban la promesa de redención y reforzarían el espíritu de sus descendientes incluso en los momentos más oscuros, y los alentaría a mirar con esperanza hacia un futuro mejor.
Además, al traer especímenes de Israel, Jacob estaba cerrando la brecha entre las generaciones y asegurando que, sin importar cuán lejos sus hijos se hundieran en la amargura y la desesperación de la esclavitud, siempre tendrían un vínculo visceral con su pasado al que aferrarse, y una promesa de consuelo futuro con el cual inspirarse.
Hay momentos inevitables en la vida en los que debemos hacer un balance de nuestros objetos de valor y decidir qué es lo que nos es cercano y qué podemos abandonar. A medida que los fuegos de la asimilación amenazan y los duros vientos de la historia nos golpean, existe el peligro de que erróneamente dejemos atrás el judaísmo a cambio de una ética y moral sin valor. Sin embargo, al planificar con anticipación durante los períodos de calma relativa y evaluar el valor de nuestros activos reales de antemano, aseguramos nuestra seguridad personal y aseguramos nuestro legado para las generaciones futuras.
Unión israelita de Caracas
Raninoraitport@gmail.com
Cuando los incendios forestales amenazan a las comunidades rurales, ante el peligro se insta a los residentes a que abandonen sus casas. Muchas personas se encuentran en la posición poco envidiable de tener que decidir cuáles de sus posesiones deben abandonar.