Israel termina un proceso electoral reñido en varios aspectos. El más sonado ha sido la polarización entre quienes adversan a Benjamín Netanyahu y quienes lo apoyan. El tema de las varias acusaciones en su contra ha sido determinante en el electorado. Pero también su carisma o antipatía según sea el caso.
La envolvente presencia del factor Netanyahu en las elecciones encubren en buena medida los enfoques diametralmente opuestos de la sociedad israelí respecto a temas fundamentales. Ya no son solo los mecanismos sugeridos para negociar la paz, aquellos que dividieron al país en izquierda y derecha. Tampoco es tan marcada la diferencia que se hacía entre asquenazíes y sefarditas. Aunque sigue muy candente el tema entre seculares y ultraortodoxos, parece que existen enfoques todavía más enfrentados.
El mundo entero se ve sometido a una ola de liberalismo general; mucho más Occidente que otras partes del planeta. Pero la globalización mediática, las facilidades de internet y redes sociales no dejan terreno sin tocar. El liberalismo positivo, constructivo, es importante y ha traído progreso: libertad de pensamiento y de expresión, tolerancia y aceptación de las diferencias propias de las personas y sociedades.
El Estado judío, por su misma definición, lleva en su esencia la impronta de la religión judía. Una religión basada en la Biblia y bajo la aceptación indiscutible de la Divinidad como rectora de este mundo. Esta religión termina caracterizando a los ciudadanos judíos de Israel en observantes o menos observantes de las normas religiosas, y confiere el carácter judío del Estado.
(Foto: Reuters)
El judaísmo es en esencia liberal. Las discusiones del Talmud y la extensa literatura rabínica así lo demuestran: todo se discute y se analiza. Además de la fe, existe el deseo permanente de saber causas, motivos, consecuencias. Sin embargo, la religión judía no puede llamarse liberal: es estricta en normas y cumplimientos. Algunos detalles están a veces lejos de nuestra comprensión. Aunque existen principios y reglas para dictaminar lo permitido y lo prohibido, la normativa religiosa es estricta.
En el mundo existen varias polarizaciones: entre derechas e izquierdas, Occidente y el resto de los países, norte y sur, alineados y no alineados. Pero en los últimos años ha cobrado importancia el fanatismo religioso o ultraconservador, frente al liberalismo extremo que algunos identifican con el llamado progresismo. La sociedad israelí no ha sido ajena a lo último mencionado, y la polarización electoral tiene mucho que ver con este delicado tema.
Las encuestas de opinión revelan que la mayoría de los israelíes respetan posturas, ocasiones y fechas religiosas en mayor o menor medida. Por supuesto, los ortodoxos al pie de la letra, y los secularistas extremos se jactan de su derecho al incumplimiento. Pero en un país judío, en una sociedad de valores y cultura judía, se debe tener mucho cuidado en cómo manejar el tema del liberalismo para no caer en extremos que resultan contraproducentes. Pareciera que la sociedad israelí ha venido fallando en esto de ser liberal y respetuosa, u ortodoxa y tolerante. Cuando los extremos se tocan, se enfrentan, los resultados son explosivos.
La nueva composición de gobierno y oposición refleja una polarización evidente en temas de enfoque general del Estado. Quienes promueven mayor apego a las normas tradicionales, y quienes son menos estrictos. La convivencia entre todos depende del respeto mutuo, de la separación inteligente, de los espacios propios que se mantengan, sin dejar de constituir un solo país con objetivos comunes, además de problemas comunes que afectan a todos.
En ambos lados del espectro se requiere de cierta dosis de liberalismo, de tolerancia. Es importante no caer en fanatismos religiosos que son contraproducentes, pero igualmente importante es no confundir el liberalismo propio de una sociedad moderna con el descaro evidente de muchas conductas y actitudes.
Conservadurismo y fanatismo. Liberalismo y descaro. Cuidado con las confusiones.