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U n libro recién publicado por un judío norteamericano que estudió en los Emiratos Árabes Unidos, viajó por otros países musulmanes y luego fue soldado de Tzáhal, recibió una interesante reseña en The Times of Israel.
Michael Bassin, nacido en Cincinnati, Ohio, cuenta que durante su infancia sus mejores amigos eran un israelí y un palestino; ya había pasado un verano en El Cairo cuando en 2006, en plena Segunda Guerra del Líbano, se inscribió en la Universidad Americana de Sharjah, uno de los siete emiratos que conforman los EAU.
Su libro se titula I Am Not a Spy (“No soy espía”), una frase que tuvo que repetir en muchas oportunidades durante su permanencia de siete meses en el mundo musulmán y en India. La obra resulta interesante por la reacción de las muchas personas con las que Bassin trató sin ocultar que es “un judío estadounidense orgullosamente proisraelí”. Además ofrece un atisbo de la sociedad musulmana que pocos occidentales pueden tener.
Bassin cuenta que el primer día de clases en Sharjah les dijo a sus compañeros que era judío; de inmediato se convirtió, simultáneamente, en “sospechoso y superstar”: todo el mundo quería conocerlo, pero a la vez presumían que era un espía del Mossad; él respondía que, de serlo, obviamente habría ocultado su identidad judía y sionista. Dos hermanos palestinos se hicieron sus “amigos”, pero luego descubrió que difundían rumores negativos sobre él. Sin embargo, también recibió buen trato por parte de otros compañeros.
Mientras vivió en los EAU, Bassin trató de profundizar en la cultura local estudiando el Corán, visitando a las familias de sus compañeros y hablando con toda la gente que podía, “desde académicos hasta taxistas”. También conoció a alguien a quien supone un miembro de la policía secreta que intentaba ponerle una trampa. En el Líbano se reunió incluso con miembros de Hezbolá, y con un vendedor de sándwiches que le dijo que si Bassin hubiese sido israelí lo habría matado.
En algunos momentos, en Egipto por ejemplo, sí decidió ocultar que era “un judío estadounidense orgullosamente proisraelí” para fingir que se había convertido al Islam, con el fin de explorar las opiniones que encontraría. The Times of Israel señala que recibió un shock cuando un clérigo musulmán le dijo que los ataques terroristas suicidas están prohibidos por el Islam… salvo si se ejecutan en Israel, donde incluso resulta aceptable asesinar a mujeres y niños: “Si no matamos a sus niños, ellos matarán a los nuestros”, le dijo el imán.
También halló que los devotos saudíes de la rama wahabista sostienen que los musulmanes no pueden ser amigos de los judíos; uno de ellos le dijo que lo trataba con cordialidad tan solo porque pensaba que “algún día te convertirás al Islam”.
En general, Bassin corroboró que en esos países predominan las opiniones contra el sionismo e Israel, “aunque pocos parecen haberle dado al tema una consideración crítica”. La mayoría de sus compañeros de la universidad describían a los israelíes como monstruos genocidas, y a los judíos como titiriteros que controlan el mundo al estilo de Los Protocolos de los Sabios de Sión. Sin embargo, también conoció a un profesor egipcio que había pasado un año en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y solo tenía recuerdos positivos de esa experiencia. Otra persona, a quien no identifica pero define como “un ciudadano acaudalado de los EAU”, se autodefinió como un “emiratí sionista” que tratará de “lograr que Israel y su país sean muy buenos amigos”.
Sus compañeros de Sharjah también dieron muestras de las profundas divisiones que existen en el mundo musulmán: “Los sunitas odian a los chiítas, por supuesto. Pero los sunitas de los emiratos odian a los sunitas de Egipto, y viceversa. Los musulmanes del sureste de Asia son efectivamente usados como esclavos por los musulmanes del Golfo Pérsico, quienes frecuentemente los maltratan. Un estudiante de los Emiratos se jactó de haber violado a una sirvienta y haber hecho que luego la despidieran diciendo que lo había robado”.
La parte final de I Am Not a Spy trata sobre las experiencias de Bassin en las Fuerzas de Defensa de Israel. Él pensaba que, debido a su dominio del idioma árabe, lo ubicarían en alguna unidad de inteligencia; pero irónicamente, sus extensos viajes por el mundo musulmán lo hicieron también sospechoso en Israel. Quizá le tocó decir “No soy espía”… El hecho es que lo designaron a la brigada Kfir de infantería, y sirvió en Cisjordania como traductor para su unidad.
A pesar de que sus experiencias no le dieron muchas esperanzas sobre una paz cercana entre Israel y el resto del Medio Oriente, el final del libro tiene un toque optimista. En su último día en Tzáhal, en 2009, Bassin le prometió a un niño palestino que lo protegería si algún día visitara Israel; el niño le prometió, a su vez, que lo protegería si regresara a Cisjordania.
Esta infografía del portal The Israel Project, titulado “El Imperio del Mal” (recordando la manera como Ronald Reagan calificaba a la antigua Unión Soviética), resume lo que se conoce sobre el financiamiento de Irán a las actividades terroristas: 250 millones de dólares anuales para Hezbolá en el Líbano, 40 millones (además de armamento) para Hamás en Gaza, 30 millones para las milicias hutis en Yemen, 20 millones para las milicias chiítas en Iraq, y entre 50 y 100 millones para terrorismo fuera del Medio Oriente. A esto se suman mil dólares mensuales para cada terrorista chiíta en Siria, ya sea miembro de Hezbolá, de origen afgano o de otro país. Con seguridad, esto se queda corto.
Las fuentes empleadas para elaborar esta pieza fueron The Washington Times, The Guardian, The Independent, The Daily Telegraph y Al Arabiya, además de CNN y el portal del Gatestone Institute.