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Sami Rozenbaum
E l Estado Islámico está viviendo sus últimos días; según un artículo publicado en el portal salon.com y traducido por Enlace Judío, un factor fundamental para ello fue la ciberguerra.
Todo empezó el 16 de mayo de 2015, cuando, como dice la crónica, “un grupo de las Fuerzas Especiales de EEUU llevó a cabo una acción en un perdido pozo petrolero cerca de la ciudad siria de Deir az-Zor: la captura de Abu Sayyaf, el tesorero de ISIS, quien producía, recolectaba y distribuía los millones de dólares en ganancias a través de todos los medios ilícitos que ejerce el grupo terrorista, desde la extracción de petróleo, la venta de antigüedades y esclavas sexuales hasta la recaudación de impuestos a no-musulmanes”.
Sayyaf y quienes estaban con él fueron abatidos. Pero lo que en realidad buscaban los estadounidenses era información: allí se encontraban varias computadoras que tenían almacenados entre 4 y 7 terabytes de datos sobre las finanzas, las comunicaciones y la demografía del “califato”. Había archivos sobre cada hombre, mujer y niño bajo control de ISIS.
La historia aparece en un libro recién publicado, Hacking ISIS: How to Destroy the Cyber Jihad (Hackeando a ISIS: cómo destruir la yijad cibernética), de los expertos en terrorismo Malcolm Nance y Christopher Sampson, quienes se refieren a las computadoras capturadas como “las llaves del cibercalifato”. ISIS había construido su base informática gracias al aporte de miembros del grupo terrorista que habían trabajado en los servicios de inteligencia de Saddam Hussein, entre ellos Haji Bakr, comandante en jefe de la red de espionaje de ISIS.
Como ha sucedido en otras instancias, incluso Estados Unidos había ayudado a los terroristas sin proponérselo, pues ISIS aprovechó un sistema digital suministrado por ese país para el censo iraquí de 2005.
Gracias a que ahora disponía de información sobre todos y cada uno de los miembros del Estado Islámico en Siria e Iraq, la coalición encabezada por EEUU pudo ubicar los teléfonos y demás dispositivos usados por sus altos jerarcas para eliminarlos, además de otros datos esenciales para ir apretando un nudo financiero alrededor de la organización. La información también permitió conocer más a fondo a ISIS, e infiltrarse “para golpearlo en sus puntos más delicados”.
El artículo de salon.com finaliza comentando: “La obsesión del califato de Abu Bakr al-Bagdadi por dominar por completo a sus súbditos, como un gran ente orwelliano, al parecer terminó convirtiéndose en su propio veneno”.
El Centro de Investigación del Extremismo de la Universidad de Oslo, Noruega, acaba de publicar un estudio sobre el antisemitismo en Europa en el período 2005-2015, que cita el blog Elder Of Ziyon.
Lo más destacable es que Rusia es el país con menos eventos de violencia antisemita registrados en esa década (solo 33) en proporción a su población judía, que actualmente se estima en 190.000 personas. Más aún, no hay reportes de que los judíos rusos se sientan inclinados a esconder su identidad en público, y por el contrario, ser judío se ha convertido en algo “de moda” entre la juventud moscovita, según señala el estudio.
En contraste, en Europa Occidental existe miedo a usar kipá o algún otro elemento judaico en la calle. El peor país al respecto es Suecia, seguido por Francia, Alemania y el Reino Unido. Como puede verse en el gráfico, un 60% de los judíos suecos siente temor “todo el tiempo” a ser identificados, y 19% “ocasionalmente”; es decir que casi ocho de cada diez judíos de ese país se siente inseguro. En Francia el 51%, o sea la mitad, tiene ese miedo “todo el tiempo”, proporción que es del 32% en Alemania y 22% en el Reino Unido.
La historia da unas vueltas sorprendentes: hace pocas décadas se luchaba en los países libres contra la opresión que sufrían los judíos de la Unión Soviética; ahora Rusia luce más segura para los judíos que países tan tradicionalmente libres y abiertos como Suecia o Francia.
Por supuesto, la causa fundamental de este fenómeno radica en el explosivo aumento de la población islámica en Europa, entre la que se promueve activamente el odio a los judíos, no solo contra los israelíes. Elder Of Ziyon comenta que “el antisemitismo musulmán es más tolerado en esas naciones que otras formas de odio”.
El portal Tablet narra la conmovedora historia de Lev Berenshteyn, un judío originario de Uzbekistán que cumplió su sueño.
Berenshteyn siempre había tenido interés por la famosa Estatua de la Libertad que da la bienvenida a la bahía de Nueva York. Lo que más lo cautivaba era su simbolismo: en sus palabras, “gente que vive libre y feliz”, mientras él era ciudadano de la Unión Soviética.
Lev trabajaba en la reparación de aparatos electrónicos, y llegó a ser director de un centro de computación de la capital uzbeka, Tashkent. Pero cuando tras el derrumbe de la URSS el país se independizó en 1991, comenzó un período de inestabilidad; Berenshteyn decidió emigrar, como muchos otros miles de judíos de ese país, logrando llegar a EEUU. Junto a su esposa Galina y sus tres niños se estableció en un minúsculo apartamento de una sola habitación en Brooklyn. La comunidad judía los apoyó económicamente hasta que ambos consiguieron trabajo, él como chofer de limusina y Galina como programadora de computadoras. Lev podía ver a veces la Estatua de la Libertad mientras hacía alguno de sus traslados.
Más tarde, la familia compró una casita en mal estado en la localidad de Sheepshead Bay, la cual Berenshteyn fue arreglando poco a poco. En 2010, después de que sus hijos crecieron y entraron en la universidad, se retiró. Entonces dedicó su tiempo a embellecer su hogar, y un día se le ocurrió una idea: ¿por qué no colocar una réplica de “Lady Liberty” en el jardín?
Se lo propuso a su esposa, quien pensó que era una broma. Luego a su vecino, el inmigrante de Turquía Tayfun Yazici, quien trabaja en la construcción; al principio este se quedó “con los ojos muy abiertos”, pensando que Lev se había vuelto loco. Pero ambos trabajaron los fines de semana del verano de 2016 construyendo una reproducción en miniatura del pedestal de la estatua, en concreto y ladrillos. Sobre ella montaron una réplica en fibra de vidrio de 2,30 metros de altura de la Estatua de la Libertad, que Berenshteyn consiguió gracias a internet y compró por 600 dólares.
Ahora, a sus 69 años, se sienta en su jardín a contemplar, feliz, su propia “Libertad iluminando al mundo”. Muchas personas acuden a contemplarla y tomarse fotografías. De noche, la antorcha está iluminada.
El sueño de la libertad puede tardar, pero llega.