Sami Rozenbaum, Director NMI
L a semana pasada comenzó a construirse un muro alrededor del campo de refugiados palestinos de Ain al-Hilweh. ¿De nuevo esos malvados israelíes? No precisamente. Ain al-Hilweh, donde viven amontonadas más de 70.000 personas, queda al sur de la ciudad de Sidón, en el Líbano.
Ain al-Hilweh es el mayor campo de refugiados palestinos del Líbano. Sin entrar a discutir cómo es que sigue habiendo refugiados después de casi 70 años (es decir, que son los nietos y bisnietos de los que salieron de Israel en 1948) y nunca se les ha permitido incorporarse al país, resulta muy significativo que el gobierno libanés —prácticamente controlado por el grupo terrorista chiíta Hezbolá— haya decidido aislarlos aún más, rodeándolos de una alta muralla que contará con torres de vigilancia.
Según informa el portal árabe de noticias The New Arab, el “muro de seguridad” forma supuestamente parte de “un acuerdo entre las facciones palestinas y las autoridades libanesas, en un intento por contener los recientes enfrentamientos entre los palestinos del campo y el ejército del Líbano”. La barrera estará lista en unos 15 meses.
Abu Ahmad Faysal, identificado por el diario libanés en inglés Daily Star como funcionario de Hamás, informó que el muro contará con cuatro torres de vigilancia, y reiteró que “busca disminuir la confrontación entre los habitantes del campo y el ejército”. De hecho, en septiembre pasado el comandante del Estado Islámico en el Líbano, Imad Yassin, fue arrestado durante una redada nocturna en un escondite que tenía en Ain al-Hilweh.
The New Arab comenta que para los habitantes del superpoblado campo las condiciones de vida empeorarán. De hecho, muchos palestinos enfurecidos han acudido a las redes sociales para expresar su frustración, llamando a la obra “el muro de la vergüenza” y comparándolo, por supuesto, con la cerca de seguridad construida por Israel ante los constantes ataques terroristas de la década pasada. En algunos lugares, la muralla de Ain al-Hilweh pasará a solo tres metros de las casas.
Miles de refugiados (no se sabe su cantidad) llegaron a ese campo recientemente, huyendo de la guerra civil en Siria, lo que ha incrementado aún más la densidad poblacional y las tensiones entre sus habitantes.
L a aliá de judíos brasileños ha aumentado significativamente en los últimos años: en 2013 hubo unos 200 olim, y se estima que al cierre de este año emigrarán a Israel unos 700, según informa un reportaje en The Jerusalem Post.
La importancia que está adquiriendo la aliá brasileña se vio reflejada por la presencia de Natán Sharansky, director de la Agencia Judía, como orador invitado en el congreso anual de la Confederación Israelita de Brasil (CONIB), máximo órgano político de esa importante kehilá de 120.000 miembros.
Revital Poleg, directora de la Agencia en Brasil, explica que la emigración judía no se debe exclusivamente a motivos políticos, sino a una combinación de la situación económica, la seguridad personal, las oportunidades educativas que ofrece Israel y el marcado sionismo de la comunidad judía local.
Durante la presidencia de Dilma Roussef las relaciones del gigante sudamericano con el Estado judío llegaron a un punto bajo, con el rechazo por parte de la cancillería de Brasilia a la designación del nuevo embajador israelí, Dani Dayán, por su relación con los asentamientos de Cisjordania; esto se sumaba a la identificación del partido PT de Roussef con las así llamadas “causas progresistas” antiisraelíes. Desde que asumió el nuevo presidente, Michel Temer, las tensiones han desaparecido; por cierto que el nuevo alcalde de Río de Janeiro, Marcelo Crivella, es un líder evangélico muy amigo de Israel, país que ha visitado decenas de veces.
En Israel se considera que la aliá brasileña es una “inmigración de calidad”, pues en su mayoría se trata de familias jóvenes y personas solteras que buscan completar su educación y desarrollar sus carreras profesionales en el país, dice Poleg.
Las mayores concentraciones judías de Brasil se encuentran en Sao Paulo (55.000) y Río de Janeiro (30.000). Como dato curioso, en la ciudad de Recife se encuentra la primera sinagoga construida en el continente americano, la Kahal Zur Israel, fundada por judíos españoles y portugueses en 1636 y que actualmente es un museo.
E ntre el 1º y el 21 de noviembre se efectuó en Tel Aviv el evento gastronómico Round Tables Festival, en el que participaron renombrados chefs de todos los continentes. El movimiento BDS se había encargado de presionar para que los cocineros no viajaran a Israel, pero con poco éxito.
Uno de los participantes fue José Avillez, del restaurante Cantinho de Avillez en la ciudad de Porto, Portugal. El pasado viernes la fachada del local amaneció cubierta de pintura roja, con frases como “Palestina libre”, “Avillez colabora con la ocupación sionista” y “Plato de entrada: una dosis de fósforo blanco” (en referencia al mito de que Israel empleó ese elemento para bombardear durante el conflicto con Gaza).
Este tipo de ataques es sumamente infrecuente en Portugal. Días antes, activistas de BDS ya habían realizado protestas frente al local, como indica The Jerusalem Post.
Robert Singer, director ejecutivo del Congreso Judío Mundial, condenó el ataque y lo calificó como claramente antisemita: “BDS ha mostrado su verdadero rostro. Han demostrado que no son más que un grupo de vándalos. Atacar a un chef en Portugal solo porque tomó parte en un festival en Tel Aviv es un acto despreciable. Esos autodeclarados activistas de derechos humanos son todo lo contrario: difunden el odio”.
Otros chefs que participaron en Round Tables Festival, como Stéphane Jego del restaurante L’Ami Jean de París, también sufrieron presiones de quienes buscan aislar a Israel de todas las formas posibles. Tras presenciar a un grupo que manifestaba frente a su bistro, respondió en Twitter: “[Se trata de] un flagelo que afecta a gente que está, en el mejor de los casos, desinformada y confundida, y en el peor es sesgada y deshonesta”. Además, recordó que el movimiento BDS es ilegal en Francia.
Según el portal palestino Electronic Intifada, un chef danés que trabaja en un restaurante boliviano sí se excusó de asistir al festival de Tel Aviv debido a las presiones.