Sami Rozenbaum
Director
U na de las formas en que Israel está enfrentando el siempre presente peligro de la artillería y los cohetes lanzados desde Gaza es típica del país: sembrando árboles.
El Keren Kayemet LeIsrael, institución responsable de la forestación, la conservación y los reservorios de agua del país, comenzó a desarrollar hace cuatro años —justo al finalizar la Operación Margen Protector— una “Cúpula de Hierro verde”, que rodea con árboles las comunidades del Néguev colindantes con la Franja de Gaza. El propósito de este plan, diseñado en conjunto con el Ministerio de Defensa, Tzáhal y los Consejos Regionales del área, es evitar que estos centros poblados sean visibles desde la Franja, para dificultar que los terroristas escojan y apunten a sus objetivos.
“La gente que vive cerca de Gaza está constantemente expuesta mientras transita por las vías locales, entre sus campos de cultivo, e incluso dentro de sus comunidades”, explica el vocero del KKL, Omri Benhanan.
Hasta ahora se ha sembrado una barrera vegetal de doce kilómetros de longitud, aproximadamente un kilómetro para cada poblado o kibutz de la región. Ahora se está ampliando para cubrir también las carreteras y vías ferroviarias que existen entre Netivot y Sderot. Asimismo, se han plantado “anillos de seguridad” arbóreos alrededor de los kibutzim Saad, Miflasim y Bnei Netzarim.
La mayoría de los árboles sembrados son eucaliptos, por su rápido crecimiento y adaptación al clima. De hecho, en apenas un año empiezan a cumplir su cometido de ocultar parcialmente la vista; los primeros que se sembraron ya tienen una altura de ocho metros.
La barrera verde crea además un paisaje más agradable y ofrece sombra. Por añadidura, como informa el portal Breaking Israel News, los eucaliptos favorecerán el desarrollo de la apicultura, al proveer a las abejas néctar para producir una miel muy apreciada. “Estamos trabajando con el Consejo Israelí de la Miel para incrementar la producción en la zona”, dice Omri Benhanan.
Nuestra portada de hace 30 años titulaba “Siete lágrimas en el cielo”. Acababa de ocurrir el trágico accidente del trasbordador espacial Challenger, en el que perdieron la vida sus siete tripulantes. El artículo decía: “Había una muchacha judía, nacida en Cleveland, hija de un shojet, que ya desde niña había decidido ser astronauta. Cuando se preparaba para su Bat Mitzvá, le había incluso preguntado al rabino Samuel Lerer si tal propósito no estaba reñido con la Halajá. Lerer le había respondido: ‘Tenemos el derecho de buscar, de inquirir, de estudiar, investigar y conocer, al fin y al cabo no hay cosa en el Universo que no sea obra de su creación’. La entonces Bat Mitzvá se convertiría una década más tarde en una de las más destacadas graduadas de Ingeniería Aeroespacial, y tras duros entrenamientos en la NASA fue la primera mujer que piloteó un trasbordador espacial”.
Se trataba de Judith Resnik, la primera mujer astronauta judía. Hace treinta años, a la edad de 36, perdió la vida a bordo del Challenger.