Israel culminó el martes 1º de noviembre las quintas elecciones en menos de tres años. Un país cansado de estos procesos salió a votar en mayor proporción que en el pasado reciente. El electorado polarizado en bloques de derecha e izquierda, de con Netanyahu o en contra de Netanyahu para ser más precisos.
El debate electoral y el lenguaje empleado por la mayoría de los voceros de partidos y bloques ha sido de muy bajo nivel. Precario. Demasiadas descalificaciones, insultos. El ciudadano israelí es exigente, crítico. Pero merece un mejor nivel.
Aun con lo anteriormente expresado, las intenciones de los políticos, partidos y bloques del conglomerado israelí son nobles. Genuinas. Se ha perdido en mucho el basamento ideológico en aras de un mayor pragmatismo para resolver problemas o para ganar votos. Pero las intenciones son una mejor calidad de vida para los israelíes, lograr la paz con los palestinos y los vecinos. Si esto no fuera así, y así no lo creemos, estamos en una situación perdida. No es el caso.
Los protagonistas de las elecciones de noviembre 2022 cimentaron los resultados con sus posiciones y actitudes. La negativa de antemano de algunos candidatos a la coalición de sentarse con otros para los efectos de formar gobierno, la extrema separación entre sectores seculares y ortodoxos, contribuyeron como nunca a que los bloques se presentaran homogéneos, y las diferencias internas entre los componentes permanecieran un tanto desapercibidas. Han de aparecer cuando se decante el Parlamento entre gobierno y oposición. Entonces se verán las diferencias entre los propios partidos que conforman los bloques, y muchas veces podremos constatar que existen entre todos los miembros del parlamento coincidencias y desavenencias que no se pudieron apreciar en el trascurso de varias campañas electorales demasiado seguidas.
Votantes del partido de izquierda Méretz reaccionan afligidos al enterarse de los resultados de las elecciones del 1º de noviembre
(Foto: The Times of Israel)
Luego de casi tres años y cinco procesos electorales, quedan claras algunas prioridades del votante israelí. Temas tradicionales como la resolución del conflicto palestino-israelí, a pesar de ser importantes, quedan en un plano como de presencia permanente, una condición con la cual se ha aprendió a vivir o soportar. Se percibe una mayor afluencia a las urnas electorales, pero más para evitar unas nuevas que por simpatía a los candidatos. Se requieren unos buenos años de estabilidad gubernamental.
La buena votación de Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, con sus posturas de derecha en los ámbitos de seguridad y derechos ciudadanos, y el bajo número de votos logrados por la izquierda, demuestran que hay cansancio en el electorado respecto a estos últimos. Es la primera vez que un gobierno israelí tendrá a todos los partidos religiosos y a uno mayoritario de derecha, el Likud. Todo cambio genera algo de preocupación, tal como en 1976 el triunfo de Menajem Beguin significó desbancar a las coaliciones encabezadas por el Laborismo desde 1948. Muchas voces entonces se oyeron manifestando preocupación. Muchas voces se levantan hoy con alarma. Pero el ejercicio de la democracia requiere aceptar los resultados por todos, y actuar responsablemente gobierno y oposición. En esto, Israel tiene un récord impecable.
En Israel un bloque hizo campaña en favor del otro. Las descalificaciones fueron determinantes para polarizar. Queda un sabor algo amargo después de escuchar algunas cosas poco edificantes dichas de unos contra otros. Al final, todos sufren una seria rebaja de estatura.
Las intenciones de los políticos, partidos y bloques del conglomerado israelí son nobles. Genuinas. Se ha perdido en mucho el basamento ideológico en aras de un mayor pragmatismo para resolver problemas o para ganar votos. Pero las intenciones son una mejor calidad de vida para los israelíes, lograr la paz con los palestinos y los vecinos
Luego de las elecciones, del lapso de campaña electoral tan intenso y repetido, Israel sigue enfrentando los problemas de siempre. El conflicto con los palestinos, la frontera con Siria, Hezbolá en el Líbano, Irán nuclear como posibilidad cierta y peligrosa. Los propios comentarios y descalificaciones internas han sembrado dudas y han generado comentarios adversos respecto a eventuales ministros del nuevo gobierno. Un Israel que siempre ha quedado solo frente a sus enemigos, desasistido en temas de prensa y condenado de manera injusta en foros internacionales, no puede darse el lujo de resolver sus diatribas internas sin el cuidado y precauciones de rigor. No se trata de no denunciar o no corregir, se trata de saber en qué ambiente resolver eventuales problemas, sin dar armas a los potenciales detractores que de por sí abundan. Es tarea de todos garantizar el apego a la ley, el respeto a los resultados y la estricta vigencia de la democracia y el estado de derecho.
Entre las lecciones de las elecciones queda el cansancio del elector que no soluciona sus problemas a través de gobiernos de corta duración, cuyos integrantes saben más de culpas de terceros que de iniciativas exitosas propias.
Con todo y lo dicho, hay lugar para el optimismo. La democracia israelí es robusta, y como se expresó antes, gobierno y oposición quieren lo mejor… solo que transitan distintos senderos.
El mayor de los éxitos al nuevo gobierno. Por el bien de todos. Ojalá se aprendan algunas de las lecciones de las elecciones.