D espués de veinte años en la empresa, el vicepresidente fue invitado a la oficina del presidente. “Hemos estado experimentando una ola de robos en la sala de correos”, dijo el presidente. “Sospechamos del supervisor de la sala de correos. La vacante debe ser llenada inmediatamente con alguien en quien podamos confiar. Tú has demostrado lealtad a la empresa por más de dos décadas, hemos decidido asignarte para ese puesto”.
El vicepresidente indignado manifestó: “Desde hace veinte años he dedicado mis energías a la empresa, y ¿ahora usted me coloca a cargo de la sala de correo?”. Al salir de la oficina oyó murmurar al presidente: “Usted no fue leal a un proyecto, sino a su posición dentro de la empresa. No fue leal a la empresa”.
De hecho, es posible dedicar toda una vida a mejorar la empresa para la que trabajamos, el círculo social al que pertenecemos o a la unión en la que estamos implicados, y, aun así, no estar comprometidos sino con nosotros mismos.
Cuando Moisés llevó a nuestros antepasados a través del desierto, les prometió una hermosa recompensa al final de su viaje: una tierra que manaba leche y miel. Preocupados por la forma de vida que les esperaba en Israel, nuestros antepasados enviaron una delegación de espías a explorar la tierra.
A su regreso los espías informaron que era un lugar sorprendente, dotado de frutas gigantescas, montañas, valles y arroyos abundantes. Sus habitantes parecían sanos y fuertes; su economía era floreciente y próspera. Sus fronteras estaban resguardadas por temibles guerreros, ejércitos poderosos y perímetros geográficos seguros la defendían.
Así que ¿qué estaba mal? ¿Por qué la nación recibió la información con lágrimas? Temían los ejércitos temibles y las fronteras seguras. Previeron la derrota y la mortandad en los campos de batalla. Con lágrimas en los ojos se lamentaron de su suerte.
Esta lectura literal de la renuencia de nuestros antepasados en seguir adelante y reclamar su “Tierra prometida”, justifica la respuesta divina. A través de Moisés, Dios reprendió al pueblo por su falta de fe y castigó a diez de los doce espías.
Los místicos, sin embargo, tratan el evento bajo una perspectiva benigna, desde la cual nuestros antepasados emergen positivamente. Bajo su análisis, los espías no son vistos como herejes infieles, sino como santos devotos que no estaban dispuestos a modificar su sagrado estilo de vida.
En el desierto nuestros antepasados gozaron de una vida idílica. No estaban distraídos por cargas económicas o enredos sociales. No tenían preocupaciones mundanas o preocupaciones terrenales. Todas sus necesidades fueron generosamente satisfechas por Dios.
Todos los días del cielo caía pan. El agua brotaba de una roca milagrosa. Las prendas de vestir crecieron con sus cuerpos y se lavaban a diario en las nubes de la gloria. Esas nubes los protegían de los elementos del desierto. No había nada por loque preocuparse; su única ocupación era el estudio de la Torá.
Supieron y entendieron lo que era el temor y el amor a Dios. Vivieron una vida plena de propósito y devoción en un ambiente piadoso y pacífico. Cada día era una nueva frontera en los caminos inexplorados de búsqueda espiritual.
Por esa existencia idílica es que les preocupaba el futuro. Verse en la Tierra Prometida hizo que experimentaran algo de inquietud. ¿Podrían preservar esta manera de vida en la tierra de Canaán?
Sus muchas necesidades los abrumarían. Primero tendrían que conquistar la tierra, luego dividir los lotes tribales y distribuirlos. Tendrían que crear un ejército, ejecutar batallas, establecer sistemas judiciales y organizar la infraestructura del gobierno. Tendrían que cultivar los campos, cosechar y alimentar a sus familias. ¿Encontrarían tiempo para la devoción y la meditación?
Ellos enviaron espías para confirmar sus sospechas, y se encontraron con un informe aleccionador. “Sí”, informaron los espías, “el terreno goza de bendición material”. Tendrían que cultivar las tierras exuberantes, cultivar huertos cargados de frutos, subir a las montañas y habitar los valles; tendrían que defender sus fronteras. No tendrían la libertad necesaria para dedicarse a la Torá y a la espiritualidad.
Ante tal situación, la naciónhebrea se resistió. “No”, clamaron, “no queremos ese tipo de vida. Estamos acostumbrados a nuestra vida ascética de santidad y no tenemos ningún deseo por habitar la ‘Tierra prometida’. Preferimos no heredarla, si a cambio se nos permite adorar a Dios en paz”.
Admirable, aunque su deseo era lo que estaba mal. El Judaísmo no se trata de lograr los objetivos personales; se trata de cumplir con los objetivos divinos. No se trata de mejorar nuestro prestigio, se trata de ser un buen servidor. Nuestra religión no se esfuerza en crear ascetas espirituales, se esfuerza en lograrque los judíos sean obedientes a la voluntad de Dios.
Nuestra lealtad no debe ser nuestra posición dentro de la empresa, debe ser la empresa. Cuando Dios nos quiere en la sala de correo, entonces no pertenecemos a la oficina principal. Cada uno tiene su posición y debe estar dispuesto a aceptarla.
Si Dios necesitaba a nuestros antepasados en Israel, entonces pertenecían a Israel, incluso si preferían el desierto. Cuando Dios instruye, debemos obedecer. Después de todo, somos soldados de su ejército.