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Max Sihman
M ás allá de las percepciones en una aparente normalidad, escuchamos las tonalidades del shofar en la festividad de Rosh Hashaná y en la finalización de la oración de la Neilá en Yom Kipur.
Permítanme relatar una experiencia de la cual he quedado gratamente impactado, y que vale la pena comentar.
El pasado domingo 18 de marzo acudí como de costumbre al museo de la comunidad judía en Costa Rica, donde funjo de guía voluntario y conferencista. El tema de ese día era la obligación que tenemos los judíos de escuchar el sonido de la Tekiá. Casualmente, el público se conformaba de jóvenes con discapacidad auditiva. Ante esa expectativa, no pude menos que decirle a la intérprete que no podrían escuchar el sonido del shofar; no satisfecha con mi argumento, ella insistió en que los sonidos dentro de un medio cerrado podrían ser trasmitidos mediante las vibraciones a otros sentidos, e inclusive dentro de sus cerebros, con la única condición de que la frecuencia de las ondas tuviera una tonalidad aguda.
Hice el máximo esfuerzo por lograr ese sonido y, para mi asombro y satisfacción, las vibraciones se “escucharon”.
De nuevo podemos celebrar el hecho de que ante cualquier obstáculo siempre existe una manera de cumplir con los preceptos, en este caso la Tekiá llegó con el “sentir de sus vibraciones”.
Másballá de las percepciones en una aparente normalidad, escuchamos las tonalidades del shofar en la festividad de Rosh Hashaná y en la finalización de la oración de la Neilá en Yom Kipur.