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Chaim Raitport
L a Torá está aparentemente obsesionada con la palabra “no”: no haga esto, absténgase de lo otro, aquello es negativo, eso es peligroso. Hay muchos más “no hagas” que “haz”. Veamos el Shabat, por ejemplo. El único mandamiento positivo referente a él es santificar el día; todos los demás son negativos: no maneje, no cocine, no se duche, etc. ¿Por qué nos concentramos en lo que no debemos hacer? ¿No podemos acaso ser más abiertos?
Esto me fue planteado recientemente por un judío que se describe a sí mismo como “positivamente orientado”. El Dios de la Torá, sostiene, es iracundo y vengativo, mientras que su Dios está lleno de amor. Él enseña a sus hijos la belleza del Judaísmo y celebra la riqueza de nuestra cultura, pero no se preocupa mucho por las prohibiciones. “Todo se vale”, dice, “mientras los niños aprendan a apreciar nuestras tradiciones”.
De la manera típicamente judía, le respondí con una pregunta: “¿Cuántas esposas tiene?”. “Una”. “¿Con cuántas mujeres no está casado?”. “Con el resto de las mujeres en el mundo”. “¿Cómo se describiría a sí mismo: como casado o como soltero? Después de todo, por cada mujer con la que uno está casado, hay más de tres mil millones con las que no estamos casados. No se puede estar casado con una persona a menos que no se esté casado con todas las demás. Por definición, los ‘no’ superan a los ‘sí’. ¿Significa ello que uno está determinado por las mujeres con las que no se está casado?”.
El Shabat es un día de celebración, no de negación. Es cierto que no hacemos compras ni cocinamos en ese día, pero se debe a que es un día demasiado especial para ser desperdiciado de una manera tan prosaica; estas trivialidades pueden esperar al lunes. El Shabat no es lunes. Es santo, es especial, es Shabat.
Un amigo me dijo que cuando sus hijos eran más jóvenes, él y su esposa siempre se aseguraron de que la cena de Shabat fuera en casa, compartiendo con ellos. A los compañeros y amigos de sus hijos se les permitía ir a fiestas, pero los hijos de la pareja se quedaban en casa. Los niños, me dijo, nunca se sintieron privados. Por el contrario, sentían que el viernes por la noche era santo, demasiado santo para las fiestas mundanas —estas eran para los días de la semana—.
No estar casado con cuatro billones y medio de mujeres no significa que seamos solteros. Por el contrario, lo define a uno como una persona comprometida exclusivamente con una mujer. Del mismo modo, decir no a las actividades del día de la semana no define al Shabat como un día negativo. Por el contrario, lo define como un día santo. Un día que está solo, separado y exaltado.
Piense en un mapa. El primer paso en la lectura del mapa es seleccionar el destino. Una vez seleccionado, solo se puede utilizar un número limitado de rutas del mapa. Puede haber solo cinco o diez caminos que conducen al destino sin costosas maniobras o desvíos. Puede haber cientos de otros caminos en el mapa, pero no son para usted; no lo conducen al objetivo.
Si usted mapea instrucciones para su hijo, es probable que le muestre las carreteras a tomar y lo exhorte a no tomar cualquier otro camino. Usted no se enfoca en lo negativo, sino que le muestra el camino. Si simplemente le muestra cómo apreciar la ruta que conduce a su destino, pero le dice que seleccione cualquier camino que le guste, siempre y cuando aprecie el valor de la ruta, es probable que nunca llegue a su destino.
Ahora suponga que su hijo no tiene un destino particular en mente. En ese caso, puede animarle a explorar todas las carreteras del mapa. Usted podría señalar los caminos con vistas panorámicas o las rutas que son parte de una tradición familiar particular, pero no lo confinaría a los caminos de su infancia. Usted le animaría a explorar el mapa entero y trazar su propio curso. Hasta que elija un destino puede recorrer cualquier camino en el mapa, pero cuando su intención es llegar a un destino en particular, debe limitarse a los pocos caminos que lo conducen a su destino. Incursionar en trayectos laterales es contraproducente. La Torá nos lleva a una relación con Dios. Hay múltiples caminos que conducen a Él; estos se reflejan en el mosaico de tradiciones que existen dentro del marco del auténtico Judaísmo de la Torá. Cualquier camino más allá de ese marco puede conducirlo a un viaje agradable, pero no necesariamente a Dios. Si Él es su destino, entonces ese no es el camino para usted. Esa es la razón por la cual la historia de la humanidad comenzó con una prohibición. Dios puso a Adán y Eva en el Jardín del Edén y les ordenó que comieran de todos los frutos del huerto, e inmediatamente añadió una prohibición: no comer del árbol del conocimiento. Dios añadió esa prohibición porque el fruto de ese árbol conduciría a Adán y Eva lejos de Él. La fruta era deliciosa, y comerla sería agradable, pero los conduciría a un destino equivocado.
Las prohibiciones sirven como puntos de referencia que nos guían a los destinos sagrados y generales. Ellos son fijados por la Torá para ayudarnos a evitar los caminos que nos desvían. Aquellos que transitan los caminos que conducen a Dios y evitan los caminos que los alejan de Él, están, de hecho, orientados positivamente. Ellos están avanzando. Aquellos que siguen el camino del capricho en mar abierto, recorren sus precarias olas, pero se levantan y caen a su propio riesgo.