Extracto de un nuevo libro sobre las mujeres judías que participaron en la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial
Judy Battalion
Cincuenta y dos mil judíos fueron deportados en la primera Aktion del gueto de Varsovia.
Al día siguiente, los miembros del grupo Libertad se reunieron con los líderes comunitarios para discutir una respuesta. Propusieron atacar a la policía judía, que no estaba armada, con garrotes. También querían incitar manifestaciones masivas. Una vez más, los líderes les advirtieron que no reaccionaran apresuradamente o molestaran a los alemanes, advirtiendo que los asesinatos de miles de judíos estarían sobre las cabezas de los jóvenes camaradas.
Ahora, ante semejante matanza masiva, los movimientos juveniles sintieron indignación ante el exceso de cautela de los adultos. ¿A quién le importaba sacudir el barco? Ya estaban naufragando y hundiéndose con rapidez.
El 28 de julio, Zivia y sus compañeros líderes de los grupos juveniles se reunieron en Dzielna. No hubo más discusión.
Sin contar con los adultos ni con la resistencia polaca, establecieron su propia fuerza: la Organización Judía de Lucha. En idish Yiddishe Kamf Organizatsye. En hebreo: EYAL. En polaco: Zydowska Organizacja Bojowa, o ZOB.
Documento de identidad falso de 1943 de Vladka Meed, miembro de la ZOB (Organización Judía de Lucha), con el nombre de Stanislawa Wachalska
(Fuente: Museo de los Luchadores de los Guetos)
La ZOB no era una potencia. No tenía dinero, ni armas aparte de dos pistolas y, para el contingente Libertad, ni siquiera un escondite local (el grupo escondió a 140 miembros en una granja). Independientemente, tuvieron una visión: organizar una protesta judía. Eran judíos que luchaban como judíos y por ellos. La suya sería una operación a nivel nacional, realizada por las conexiones que Zivia ya había establecido meticulosamente. Ahora enviaría a sus jóvenes mensajeras en misiones de riesgo vital, no para distribuir material educativo o noticias, sino para organizar los preparativos para la defensa. Aunque Zivia tenía una identificación falsa como «Celina», tuvo que dejar de viajar debido a su apariencia judía.
Establecer la fuerza de combate alivió algo de la culpa y ansiedad que habían sentido; Zivia sintió que finalmente podrían avanzar por el camino correcto. Pero al no disponer de un arsenal ni entrenamiento militar, se produjeron muchas disputas internas sobre cómo proceder; la tensión aumentaba a medida que los nazis deportaban a más judíos para asesinarlos.
Zivia fue la única mujer líder elegida en la ZOB. Ella era parte de uno de los grupos. Aprendió a usar un arma de fuego. Se entrenó para estar de guardia. También cocinaba, lavaba y se encargaba de mantener el optimismo y el espíritu de los jóvenes combatientes. Otras mujeres líderes, como Tosia, Frumka, Leah, fueron enviadas al lado “ario” de la ciudad para forjar vínculos y adquirir armas.
Mientras esperaban las armas, la ZOB decidió marcar su territorio. Una noche, desde su cuartel general frente a la prisión de Pawiak, los miembros se dirigieron en silencio a sus primeras misiones, divididos en tres grupos. El primero iba a informar a los habitantes del gueto sobre esta nueva fuerza que lucharía en su nombre. Debían colocar carteles en vallas publicitarias y edificios explicando que —como habían aprendido de los mensajeros que habían seguido los trenes— Treblinka significaba una muerte segura, que los judíos debían esconderse y los jóvenes debían defenderse. «¡Es mejor ser fusilado en el gueto que morir en Treblinka!» decía el lema.
El segundo grupo se dedicaría a incendiar viviendas abandonadas y almacenes de bienes saqueados. Los nazis habían hecho que especialistas evaluaran las posesiones de los judíos deportados, y luego obligaron a los vivos a organizar sistemáticamente los objetos valiosos.
El tercer grupo iba a cometer un asesinato. Uno de sus agentes dobles, un joven llamado Israel Kanal que estaba en la resistencia y también trabajaba encubierto en la milicia, iba a disparar contra el jefe de la policía judía. La ZOB quería venganza, pero también sembrar el miedo entre los milicianos que estaban haciendo cumplir los edictos nazis.
En lugar de unirse a los logros de la ZOB, la Varsovia judía estaba asustada por sus acciones. El miedo y la paranoia de la comunidad eran tan generalizados que muchos asumieron que los recientes actos de rebelión eran meras estratagemas alemanas y que iban a ser castigados
Zivia era parte del segundo grupo, el del incendio. Su corazón latía intensamente en la oscuridad. Sus palmas sudorosas tomaron la escalera mientras subía peldaño a peldaño, con los ladrillos de las paredes rozando su costado. Unos pocos pasos más y había escalado la pared; llegó a su destino.
Ella y sus compañeros depositaron el material inflamable. Pero algo salió mal, la casa no se incendió. Entonces decidieron rápidamente apilar todo el contenido y prenderle fuego. «¡Éxito!» anotó ella más tarde. “Las llamas se convirtieron en un gran resplandor y crepitaron en la noche, bailando y girando en el aire. Nos regocijamos al ver el reflejo de la venganza que ardía en nuestro interior, el símbolo de la resistencia armada judía que tanto tiempo habíamos anhelado”.
Todos se reunieron unas horas más tarde en el número 34 de la calle Dzielna, habiendo cumplido las tres misiones; incluso la policía judía había tenido miedo de acabar con Kanal, después de que le disparara a su jefe pero no lo matara. Luego, esa noche, los rusos bombardearon Varsovia por primera vez. Para Zivia fue una noche de pura alegría.
Y luego, una maravilla. A fines del verano de 1942, un líder introdujo cinco armas y ocho granadas de mano desde el lado ario en el gueto. Tosia usó el dinero del ZOB para comprar varias granadas de mano y pistolas, trasportadas en cajas de clavos. Frumka, dicen algunos, fue la primera en traer armas; se mezcló con un grupo de trabajadores que regresaba llevando un gran saco lleno de papas y, debajo, armas. Vladka, a quien un compañero bundista se le acercó y le pidió que trabajara en el lado ario, se convirtió en una fuente importante de armas, y finalmente trasportó dinamita al laboratorio de armas improvisado del gueto. Los contrabandistas treparon por el muro del gueto o pagaron a un guardia polaco, para que susurrara una contraseña a un combatiente del interior que subía y tomaba el paquete. También trajeron armas a través de las ventanas de las casas que bordeaban la frontera del gueto. Cada adición al arsenal les traía éxtasis.
A continuación comenzaron los planes para una emboscada contra los alemanes. Se esconderían en las entradas de los edificios, atacarían a los nazis lanzando granadas y luego, en la confusión, robarían sus armas.
Sin embargo, la alegría del éxito se vio frenada por una nueva serie de reveses. En lugar de unirse a los logros de la ZOB, la Varsovia judía estaba asustada por sus acciones. El miedo y la paranoia de la comunidad eran tan generalizados que muchos asumieron que los recientes actos de rebelión eran meras estratagemas alemanas y que iban a ser castigados. A los judíos les complació saber que alguien había intentado asesinar al jefe de la policía judía; pero atribuyeron el intento a la resistencia polaca, sin creer que sus compañeros judíos tuvieran la fuerza o el coraje. Zivia se horrorizó al ver a judíos ansiosos destruyendo carteles de la ZOB y golpeando a los camaradas que intentaban poner más.
Muchos combatientes habían sido enviados fuera del gueto a grupos de partisanos en el bosque, donde estarían mejor armados, pero la mayoría murieron en el camino. Luego, un líder de la Guardia Joven, Josef Kaplan, fue capturado en un sitio de almacenamiento de armas y asesinado. Otro líder fue a rescatarlo; él también fue capturado y asesinado a tiros. Abatido, el grupo decidió trasladar sus pertrechos a Dzielna. Regina Schneiderman, una joven miembro, puso sus armas en una canasta y partió, solo para ser detenida en la calle por soldados alemanes, quienes encontraron las armas. (Como Antek reflexionó más tarde: «Puedes imaginar el tamaño de nuestro ‘arsenal’ si una niña podía llevarlo en una canasta»). Estas tres tragedias fueron «un golpe impresionante», dijo Zivia. El grupo perdió la moral, varios de sus comandantes y sus planes.
La ZOB continuó debatiendo: ¿Debían luchar de inmediato, o elaborar estrategias cuidadosamente? La discusión era incesante. Mientras tanto, en tres Aktions llevadas a cabo durante tres meses, trescientos mil judíos fueron transportados desde Varsovia a las cámaras de gas en el campo de exterminio de Treblinka, y el 99 por ciento de los niños del gueto fueron asesinados. Parecía que no habría futuro judío. Las sesenta mil personas que quedaban dentro de los muros del gueto no podían mirarse a los ojos porque habían permanecido con vida, escribió Zivia más tarde.
Era hora de una misión suicida grupal. Tomarían la gasolina, el queroseno y una sola pistola que les quedaba, prenderían fuego a los almacenes alemanes, dispararían a algunos nazis y los matarían, pero con honor
La última noche de la Aktion, el 13 de septiembre, unas pocas docenas de camaradas se sentaron juntos en el 63 de la calle Mila. Los que estaban enojados, deseosos de una respuesta exaltada, fueron enviados a una habitación diferente. Los miembros mayores, los de veintitantos años, se quedaron para discutir qué hacer a continuación. La conversación fue amarga. «Nos reunimos y nos sentamos», escribió Zivia, «llorando y sangrando». El consenso fue que era demasiado, demasiado tarde; estaban demasiado traumatizados. Era hora de una misión suicida grupal. Tomarían la gasolina, el queroseno y una sola pistola que les quedaba, prenderían fuego a los almacenes alemanes, dispararían a algunos nazis y los matarían, pero con honor.
Zivia, pesimista, fue franca: era hora de morir.
Fue Antek quien habló en contra de sus colegas. Primero en un susurro, luego en voz alta: “Rechazo la propuesta… La crisis es grande y la vergüenza es grande. Pero el acto propuesto es de desesperación. Morirá sin eco… Es un acto que nos hace bien a cada uno a nivel personal, porque en tales circunstancias la muerte puede aparecer como salvación. Pero la fuerza que nos ha mantenido hasta ahora y ha motivado nuestra actividad, ¿fue solo para permitirnos elegir una muerte hermosa? Tanto en nuestra lucha como en nuestra muerte, deseamos salvar el honor del pueblo judío… Tenemos un legado de innumerables fracasos y tendremos un legado de derrotas. Tenemos que empezar de nuevo».
Sus palabras chocaron con los estados de ánimo de los luchadores, despertando una ira increíble; él estaba frenando su única oportunidad. Pero eventualmente aquellos que ansiaban un acto drástico-heroico no pudieron refutar la lógica de Antek, y el plan de suicidio masivo fue abandonado. Los camaradas tenían que mantenerse erguidos con las armas en la mano e ir a luchar, Zivia lo sabía. Su movimiento, sobre todo, creía en lo colectivo sobre lo individual. De ahora en adelante, la resistencia era la razón de ser. Incluso si les costaba la vida.
Zivia se puso a trabajar para volver a unir el movimiento para su siguiente fase: una milicia.
Fragmento del libro The Light of Days: The Untold Story of Women Resistance Fighters in Hitler’s Ghettos (La luz de los días: la historia no contada de las mujeres luchadoras de la resistencia en los guetos de Hitler), por Judy Batalion. HarperCollins Publishers, 2020.
Fuente: Tablet.
Traducción NMI.