El gobierno británico tuvo una actitud fría hacia estos jóvenes refugiados, pero muchos ciudadanos les abrieron sus puertas. Los “hermanos adoptivos” ofrecen ahora testimonios nunca antes registrados
Robert Philpot*
El padre de Ann Chadwick recordaba haber escuchado a Suzanne Spitzer sollozar en su habitación, susurrando Mutter, mutter (“Mamá, mamá”).
La niña de cinco años acababa de llegar a la casa de Cambridge de la familia Chadwick en un Kindertransport desde Checoslovaquia; era una de los 10.000 niños refugiados judíos que escaparon de los nazis y fueron acogidos por Gran Bretaña en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
Suzie, quien nunca volvió a ver a sus padres después de que la subieran al tren en la estación ferroviaria principal de Praga, no hablaba inglés. Los Chadwick, Ann, de dos años, y sus padres, Winifred y Aubrey, no hablaban alemán. Ann, sin embargo, pronto aprendió algo. “Recuerdo a Suzie decir Ich weiss nicht, no entiendo, así que en alguna forma crecí con ese sonido en mis oídos”, recuerda.
Los recuerdos de Chadwick de los 11 años que Suzie pasó con su familia son parte de un nuevo proyecto emprendido por el historiador y educador del Holocausto Mike Levy. Financiado por el Museo y Memorial del Holocausto de Estados Unidos, está entrevistando a familias británicas que dieron un hogar a niños de los Kindertransport.
Niños judíos de Polonia arriban a Londres en febrero de 1939
(Foto: Bundesarchiv Bild)
Esas experiencias, dice Levy, han sido hasta ahora «desatendidas en la historiografía del Kindertransport«.
“La gente ha estado muy interesada, y con razón, en recoger tantos recuerdos como sea posible de los propios niños”, dice. Sin embargo, los testimonios de las familias de acogida británicas, en gran medida, no han sido registradas. Si bien es probable que ya sea demasiado tarde para entrevistar a los padres, Levy está tratando de comunicarse con los hermanos adoptivos. Un llamamiento realizado a través del periódico Sunday Times en diciembre obtuvo alrededor de 200 respuestas, y por ahora alrededor de 20 hermanos adoptivos serán entrevistados.
Levy, cuyo nuevo libro Get The Children Out: Unsung Heroes of the Kindertransport (“Dejen salir a los niños: los héroes no reconocidos de los Kindertransport”) se publicó recientemente, describe la respuesta del Reino Unido a la llegada de miles de niños refugiados judíos como un «esfuerzo nacional masivo». Se cree que la mayoría de los niños fueron colocados con familias, aunque algunos fueron alojados en pequeños albergues o internados. De los que fueron a vivir con familias, se estima que alrededor del 25% recibieron un hogar entre judíos británicos, principalmente en las principales ciudades del Reino Unido como Londres, Glasgow y Manchester.
Pero el estallido de la guerra en septiembre de 1939 provocó una evacuación masiva de niños de las zonas urbanas del país con mayor probabilidad de sufrir ataques aéreos alemanes. Al igual que los niños británicos, escribe Levy, «los jóvenes refugiados de habla alemana fueron alojados con familias en lo más profundo de Gales central, las Tierras Altas de Escocia, los páramos de Devon y la escarpada costa de Cornualles». Cuando se declaró la guerra, habían surgido al menos 200 comités locales de refugiados en todo el Reino Unido. “Pocas áreas del país no tenían que ver con los refugiados judíos”, dice.
La familia Chadwick, con Ann a la izquierda y Suzanne a la derecha
La generosidad del público contrastaba fuertemente con la actitud egoísta de su gobierno. Durante el período de entreguerras, Gran Bretaña había adoptado una política de inmigración y refugiados de puertas cerradas, postura que ni siquiera la creciente situación de los judíos alemanes y austríacos alteró. De hecho, la reacción del gobierno al Anschluss (incorporación de Austria a la Alemania nazi) en marzo de 1938 fue endurecer las restricciones de visa para aquellos que intentaran ingresar a Gran Bretaña desde el Reich alemán.
Sin embargo, el horror público por los eventos de la Kristallnacht hizo que la puerta se abriera ligeramente, y el gobierno acordó admitir temporalmente a niños judíos menores de 17 años no acompañados, con la condición de que el esfuerzo de rescate no recayera en el erario público.
Chadwick opina que sus padres —ambos maestros veinteañeros— decidieron ofrecer su casa después de escuchar un llamamiento por radio del ex primer ministro conservador Stanley Baldwin, a principios de 1939. “Estoy segura de que mi madre fue la instigadora”, recuerda Chadwick. “Ella era el tipo de persona que inmediatamente diría: ‘Bueno, ¿por qué no?’”. No obstante, cree que sus padres probablemente tenían poco conocimiento de en qué se estaban involucrado. Chadwick señala que la garantía de 50 libras esterlinas que las familias debían pagar al Estado era una suma considerable, dado que el salario de su padre era de solo 4 libras semanales. “Y el gobierno todavía tiene ese dinero”, bromea.
La generosidad del público contrastaba fuertemente con la actitud egoísta de su gobierno. Durante el período de entreguerras, Gran Bretaña había adoptado una política de inmigración y refugiados de puertas cerradas, postura que ni siquiera la creciente situación de los judíos alemanes y austríacos alteró
Las familias de acogida eran diversas en su naturaleza, explica Levy. Algunos eran muy ricos. El vizconde Traprain, cuyo tío, el ex primer ministro Arthur Balfour, había comprometido a Gran Bretaña a apoyar una patria judía en Palestina en 1917, ofreció su gran finca en las afueras de Edimburgo como escuela agrícola para 160 niños de Kindertransport. En Londres, Alan Sainsbury, dueño de la popular cadena de comestibles que sigue siendo un nombre familiar en el Reino Unido, alquiló una casa cerca de Wimbledon Common que proporcionó un hogar para al menos 22 niños y niñas judíos.
Pero otras familias eran de clase trabajadora y medios mucho más limitados. Levy cree que la necesidad de un dormitorio adicional significaba que la mayoría eran probablemente de clase media baja, desde maestros, funcionarios y trabajadores de los gobiernos locales hasta carteros y carpinteros. A partir de principios de 1940, las familias de acogida pudieron recibir un pequeño beneficio estatal, como parte del apoyo brindado a quienes acogían a los niños evacuados.
Aunque los hermanos adoptivos no siempre pueden aclarar exactamente por qué sus padres abrieron su hogar a un niño refugiado, los registros brindan algunas pistas, dice Levy. La campaña pública realizada a través de la radio, el cine y los periódicos fue, según los estándares de la época, significativa. Después de la Kristallnacht, «había la sensación de que el hitlerismo era tan malvado que ‘podríamos hacer nuestro pequeño esfuerzo para aliviar el sufrimiento'», señala.
Los cuáqueros y los participantes en políticas antifascistas y de izquierda también desempeñaron un papel importante en el alojamiento de refugiados, aprovechando la experiencia de una evacuación a menor escala de 4000 niños del País Vasco durante la Guerra Civil Española. Y, agrega Levy, una gran parte de la población estaba simplemente motivada por el “altruismo” apolítico hacia los niños en peligro.
Suzanne Spitzer con sus padres Hansi y Leo, quienes perecieron en el Holocausto
Por supuesto, las motivaciones de algunos de los que acogieron niños eran más sospechosas. Algunos cristianos misioneros vieron la oportunidad de convertir a los judíos. Existía una prohibición explícita de utilizar a los niños como mano de obra no remunerada, y se impuso el requisito de que continuaran su educación. Pero algunas familias de clase media alta, sin duda, vieron que proporcionar un hogar a una adolescente judía era una oportunidad para conseguir una sirvienta doméstica, de las que había escasez, a bajo precio.
La rapidez con que se puso en marcha el esfuerzo de Kindertransport, y el hecho de que la mayoría de los involucrados en los comités locales de refugiados eran voluntarios, significaba que el proceso de reclutar familias de acogida podía ser desordenado. Además, dice Levy, cuanto más lejos de un comité local de refugiados se colocaba a un niño, más débil parece haber sido el régimen de inspección, y más probable era que fuesen explotados.
Cita el ejemplo de Lore Michel, cuya familia adoptiva en Devon la hizo trabajar muchas horas como sirvienta no remunerada y no la envió a la escuela. Al final Michel tuvo suerte: su hermano, estudiante de la Universidad de Cambridge, dio la alarma y Sybil Hutton, miembro activo e infatigable del comité de refugiados de la ciudad, se hizo cargo del caso. Michel eventualmente se fue a vivir con Hutton y su esposo, un académico de la universidad. Más tarde recordaría a la pareja como «amable, generosa, y un reemplazo maravilloso para mis padres, que fueron atrapados en Holanda camino a Estados Unidos y trágicamente enviados a Bergen Belsen».
Ciertamente, no todas las colocaciones fueron exitosas o duraderas. Algunas familias de acogida se enfadaban con los niños refugiados, a quienes consideraban «desagradecidos» o de mal comportamiento (lo que, señala Levy, podía ser algo tan trivial como responder a un regaño). A veces, los niños tenían que ser realojados debido a un cambio en las circunstancias de las familias de acogida, como el nacimiento de un nuevo bebé, dificultades financieras o, una vez iniciada la guerra, la muerte de un padre en acción.
Ann Chadwick en la actualidad: “Nunca tomamos en cuenta que Suzie provenía de una familia diferente”
Pero aunque es difícil cuantificar los números con precisión, escribe Levy, «los registros que quedan sugieren que, en general, a la mayoría de los niños les fue bien, con padres adoptivos que hicieron todo lo posible en circunstancias muy difíciles durante la guerra».
Ese fue ciertamente el caso de Suzie Spitzer. Chadwick recuerda que tanto ella como Suzie eran hijas únicas, «bastante independientes y no acostumbradas a tener otro hijo cerca». Sus padres, sin embargo, buscaron rápidamente aliviar cualquier tensión potencial. “Recuerdo que al principio me enojé con Suzie por pellizcar mis muñecas… pero mis padres pronto pusieron fin a eso. Tenemos fotografías tomadas aproximadamente seis meses después de la llegada de Suzie, en las que había dos cochecitos de muñecas y dos mesitas en el jardín con sillas pequeñas, y papá había colocado para Sue algunas pertenencias idénticas a las mías. Ambos se aseguraron de que no surgieran los celos”.
Cuando las niñas llegaron a la edad escolar, solían “luchar como tigres”, dice Chadwick. “Suzie tenía un hermoso cabello oscuro y rizado y yo tenía largas trenzas. Ambas eran muy útiles para tirar de ellas”, bromea. “Pero también éramos muy buenas amigas”.
Además, durante un tiempo los Chadwick se mantuvieron en estrecho contacto con los padres de Suzie, Hansi y Leo. Una carta de Leo a su hija decía: “Estoy encantado de que estés aprendiendo inglés, pero no olvides tu alemán porque, cuando nos encontremos, no entenderé lo que estás diciendo”. Sin embargo, la guerra hizo que la correspondencia se hiciera cada vez más difícil. La investigación de Chadwick ha descubierto que Hansi todavía estaba vivo en julio de 1942, pero después de eso el rastro se desvanece. Se sabe que Leo, quien luchó con los franceses libres, estuvo en el infame campo de internamiento de Drancy, la mayoría de cuyos prisioneros fueron deportados a Auschwitz en los meses previos a la liberación de París en agosto de 1944.
Levy dice que aunque su investigación se encuentra en una etapa inicial, ya se ha sorprendido por el nivel de impacto que tuvo la experiencia de los Kindertransport en las familias de acogida británicas. «O surgía una amistad de por vida, o la sensación real de que, como dijo un hermano adoptivo, ‘se convirtió en mi hermana’”
Después de la guerra, Suzie, para gran angustia de los Chadwick quienes no tenían ningún derecho legal sobre ella, fue enviada a vivir a Argentina con un tío y una tía. La experiencia fue infeliz para la joven, ahora de 16 años. Chadwick tiene correspondencia de Suzie dirigida a «querida mamá» diciendo que deseaba volver a casa, «solo por el fin de semana». Una carta de su padre le decía a Suzie: “Aquí siempre habrá un hogar para ti”. Gracias al dinero recaudado por el comité local de refugiados en el Reino Unido, Suzie, quien se había negado a ser adoptada por sus tíos, pudo regresar a Gran Bretaña en 1953.
Chadwick dice que ella y Suzie, quien murió en 1973, se convirtieron en «excepcionalmente buenas amigas». Fueron de vacaciones juntas y, durante un tiempo, compartieron un apartamento y trabajaron en el mismo hospital. “Nunca tomamos en cuenta que Suzie provenía de una familia diferente”, recuerda. “Ella siempre fue parte de nuestra familia… La extraño terriblemente, incluso ahora”.
Levy dice que aunque su investigación se encuentra en una etapa inicial, ya se ha sorprendido por el nivel de impacto que tuvo la experiencia de los Kindertransport en las familias de acogida británicas. «O surgía una amistad de por vida, o la sensación real de que, como dijo un hermano adoptivo, ‘se convirtió en mi hermana'», describe.
Incluso cuando perdieron la pista del niño refugiado que se quedó con sus familias, tal vez porque se marchó a Estados Unidos o Israel después de la guerra, las relaciones no se rompieron por completo. Los hermanos se esforzaron por encontrarse, y décadas después volvieron a ponerse en contacto.
Monumento a los niños de los Kindertransport en la estación de la calle Liverpool de Londres, creado por John Chase en 2006
“Aunque en algunos casos podría haber sido una relación bastante corta, quizá de solo unos meses, de alguna manera parece haber tenido un impacto muy duradero en las familias. Definitivamente hubo un compromiso emocional”, dice Levy.
Chadwick está de acuerdo. Ha publicado un libro sobre la historia de Suzie, y dice que la llegada de la niña judía a su familia hace más de ocho décadas cambió su vida. “Fue un gran privilegio que la tuviéramos”, dice. Su investigación después de la muerte de Suzie “me acercó mucho al mundo judío” y al trabajo de educación sobre el Holocausto. “Se sumó a mi experiencia de vida y estoy muy, muy agradecida por ello”, asegura.
Chadwick visita ahora escuelas para hablar sobre los Kindertransport, y está involucrada en la creación de un nuevo proyecto en Harwich, puerto del sur de Inglaterra donde atracaron los barcos con los primeros niños llegados del continente.
Chadwick cree que ese trabajo refleja su deber hacia una pareja que nunca conoció, pero cuya hija se convirtió en su hermana. “Siento una responsabilidad con los padres de Suzie, descubrir qué puedo aportar no solo desde mi experiencia, sino también para contar su historia”, dice. “Es todo lo que puedo hacer por ellos ahora”.
*Escritor y periodista.
Fuente y fotos: The Times of Israel.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.