Israel Bak, pionero de la imprenta en el muy pobre Eretz Israel del siglo XIX, no tuvo una vida fácil, pero su papel en el desarrollo de la cultura de la lengua hebrea fue formidable
Alan D. Abbey*
A diferencia de otras figuras del siglo XIX que fueron pioneras en las industrias periodística y editorial en Palestina, como Eliezer Ben-Yehuda, el impresor Israel Bak ha permanecido en el olvido. Ya en 1936 su falta de notoriedad fue señalada en el periódico hebreo Davar: “En vano intentarán encontrar su nombre en los libros de referencia judíos… e incluso en los libros dedicados a la historia de la Tierra de Israel. Pasan por encima de él en silencio”.
Pero Bak (1797-1874) fue una figura fundamental. Trajo la imprenta a la Tierra de Israel después de una ausencia de 250 años; fue pionero en las colonias agrícolas judías en la Galilea; abogó por los judíos palestinos acusados de libelos de sangre y por árabes que habían perdido sus tierras en levantamientos locales, ante representantes de la Turquía imperial otomana. Probablemente salvó la vida de un bajá egipcio enfermo que había liberalizado la práctica religiosa en Palestina. Se convirtió en líder de la comunidad jasídica de Jerusalén, y fundó el segundo periódico en lengua hebrea de la Palestina otomana. Se está remodelando una sinagoga que lleva el nombre de su hijo en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Las páginas sueltas de los libros de oraciones y tomos religiosos bellamente impresos por Bak se venden por miles de dólares en sitios de subastas internacionales.
Israel Bak nació en Berdichev, Ucrania, en 1797. El animado shtetl era conocido como un importante centro de la imprenta hebrea, y Bak estableció su propia imprenta a la edad de 17 años. Diseñó llamativas fuentes hebreas y publicó libros de oraciones y volúmenes sobre el jasidismo, la Cabalá y Halajá. Como jasid de Sadiger, Bak probablemente vestía el atuendo de esa comunidad, tanto en casa como en Palestina.
Después de 17 años desarrollando sus habilidades en Berdichev, Bak tomó la improbable decisión de mudarse a la Tierra de Israel. Enfrentado la quiebra por demandas de otros impresores y ante el riesgo del reclutamiento forzoso al ejército del zar de su único hijo, Nissan, en 1832 Bak caminó más de 3000 kilómetros hasta Safed (Tzfat), antigua ciudad ubicada en las colinas de Galilea, financiando su viaje con la construcción de un reloj para la torre de la iglesia católica de Berdichev. Se llevó consigo a su hijo, algunos de sus asistentes y la primera imprenta que llegó a la Tierra de Israel desde que un impresor itinerante había producido seis volúmenes allá por 1587.
Primera página del libro de Vayikrá (Levítico), que fue el primer volumen de la Torá jamás impreso en Eretz Israel, producido por Bak en Safed en 1833
(Foto: streetsofisrael.wordpress.com)
Bak era un amante religioso de la Tierra de Israel y seguía a su rabino, Avraham Dov Auerbach de Avritch, quien le había estado implorando que hiciera aliá. Al igual que otros judíos que emigraron a la Palestina otomana a mediados del siglo XIX, Bak intentó seguir siendo tradicionalmente observante frente a la Haskalá, la Ilustración judía que se estaba extendiendo por Europa. Escribió:
“Desde el día en que dejé mi tierra natal y ascendí para unirme a la herencia del Señor de los ejércitos… (fui) a servir y proteger, a complacer al Creador del Génesis, a ser su sirviente eterno, a llevar la carga de la Torá y hacer obra con ella, obra de santidad en verdad y sinceridad. No vine aquí para cortar una cuerda, sino para cumplir lo dicho por los sabios, su memoria sea una bendición, y Dios no permita que mis fuerzas y la fuerza de mi mano fallen, porque todo es de Él”.
Lo que Bak no podía saber era la magnitud de los riesgos, peligros y desventuras que le sobrevendrían en los años posteriores.
Las luces místicas de Safed se habían atenuado en la primera parte del siglo XIX; ya no era el centro del misticismo judío como 200 años antes. Tal como describió un peregrino europeo a esa y otras comunidades judías en aquel momento, Safed era “el infeliz resto de un pueblo caído que todavía ronda las tumbas de sus padres”.
A su llegada, Bak esperaba que libros hebreos publicados en Tierra Santa encontraran el favor de la diáspora judía. Rodeó su primera publicación, un libro de oraciones sefardí, con un poco de publicidad. Señaló que los trabajadores de la prensa eran judíos religiosos, y que el libro de oraciones contenía Kavanot, las “intenciones” místicas de oración ideadas por Isaac Luria de Safed, que si se recitaban de ese volumen resultarían efectivas.
Pero poco después, presagiando las muchas dificultades que enfrentaría, unos ejemplares de Tehilim (Salmos) que Bak había impreso se hundieron en un barco que se dirigía a la comunidad judía de la ciudad otomana de Esmirna. Luego, en junio de 1834, los campesinos árabes se amotinaron en Safed en una revuelta contra Ibrahim Pashá, el líder egipcio cuyos ejércitos habían barrido a los otomanos de Tierra Santa tres años antes. Incluso antes de que los rebeldes llegaran a Safed, Bak debía estar preocupado. Los dirigentes del levantamiento sabían que él era un favorito del líder egipcio, quien se había alojado en la casa de Bak y admiraba su imprenta. Bak, que también era feldsher, curandero tradicional, había tratado a Pashá de varias dolencias.
Bak luchó para proteger su imprenta y a sus 30 trabajadores de la violencia; pero lo apuñalaron varias veces en el pie izquierdo, sus libros fueron quemados, el equipo de impresión destruido y sus tipos de plomo fueron fundidos para hacer balas de mosquete.
Otros judíos también fueron atacados en los disturbios árabes: los ancianos de la ciudad y los rabinos, incluido el rabino Israel de Shklov, autor de Peath HaShulján, fueron golpeados. Muchas casas y otras propiedades fueron destruidas, incluyendo 13 sinagogas y hasta 500 rollos de la Torá. Bak escribiría años después:
“Destruyeron mi casa y la imprenta, y no quedó nada. Nos echaron a la intemperie durante días, nos dejaron desnudos y no nos quedó nada, y esperaban que yo muriera. Si no hubiera sido por la gracia de Dios (bendito sea), no habría seguido vivo”.
No fue solo la gracia de Dios lo que ayudó a Bak a sobrevivir. A pesar de estar lisiado, él y su familia huyeron de Safed a la cercana y amigable aldea árabe de Ein al-Zeitun, donde permanecieron hasta que Ibrahim Pashá sofocó la rebelión. Aunque la violencia del levantamiento y la dura vida en la empobrecida zona le pasaron factura (su joven esposa, Baila, murió ese mismo año), Bak reconstruyó sus prensas y volvió a trabajar.
Tres años después regresó el desastre. El 1º de enero de 1837, mientras un frío húmedo irradiaba desde el suelo de piedra de la pequeña sinagoga Avritch de Safed, ubicada en lo profundo de un callejón de la calle HaAri, Bak y otros esperaban las oraciones de la tarde en lugar de caminar a casa en el frío y la oscuridad. De repente la sinagoga empezó a temblar. Las sacudidas subieron, bajaron y estremecieron el viejo edificio. Aparecieron grietas entre las piedras. Algunos hombres corrieron hacia la puerta por miedo a que la sinagoga se derrumbara.
La suave voz del rabino Avraham Dov Auerbach atravesó el clamor: “Quien quiera vivir, venga y párese junto a la Torá”, dijo, en la que se ha convertido en una famosa historia que se repite a los turistas que visitan el templo, que aún se mantiene en pie. Los hombres restantes se dirigieron hacia el Arón Hakodesh. Rabí Avraham se arrojó al suelo y comenzó a rogar a Dios perdón, seguridad y vida. Sus oraciones estuvieron salpicadas de lágrimas. Era como si el rabino creyera que podía calmar la tierra con su presencia física.
Cuando el temblor cesó, los hombres vieron que la mayor parte del edificio se había derrumbado. Afuera había piedras rotas y vidrios; fuego y espirales de humo llenaban la ciudad; gritos y llantos resonaban entre los escombros. De alguna manera, el Arca Sagrada de la sinagoga de Avritch había sobrevivido.
Bak llegó a casa y encontró a su familia con vida. Su hogar, sin embargo, estaba en ruinas; como había sucedido cientos de veces en las empinadas laderas de Safed, se había deslizado hacia otra casa y quedó aplastada. Bak diría más tarde sobre el terremoto que “la mano de Dios tocó a Safed”. Al menos 3000 judíos y 1000 musulmanes perdieron la vida. Más del 80% de Safed desapareció.
Una vez que recogieron los escombros, Bak y sus trabajadores reconstruyeron sus prensas por segunda vez y volvieron a la tarea de sacar a la luz palabras sagradas para los residentes judíos de la Tierra de Israel. Las dificultades que enfrentaron fueron tremendas. Como lo describió un visitante extranjero:
“Recorrimos todo el barrio y encontramos a los judíos pobres todavía vagando entre las ruinas, por las cuales apenas podíamos avanzar. Muchos de ellos se dedicaban a cavar entre los restos, cada uno frente a lo que alguna vez había sido su vivienda”.
Más destrucción venía en camino. En julio de 1838 Safed fue saqueada de nuevo, esta vez por clanes drusos que se retiraban de su propio levantamiento contra Ibrahim Pashá. Fue prácticamente una repetición de la revuelta campesina de cuatro años antes; solo el sonido de cascos que se aproximaban, la caballería de Ibrahim Pashá, hizo huir a los atacantes.
Bak intentó sin éxito recuperar las propiedades saqueadas a la comunidad de Safed apelando directamente al líder egipcio. Escribió:
“Fui a Alejandría para rogar ante el ministro, que es el gobernador de todo Egipto, que nos concediera nuestra propiedad. Me quedé allí bajo la luna pero no logré nada, porque él me rechazó, y regresé”.
Aunque ese esfuerzo fracasó, Pashá le concedió a Bak una parcela en las laderas del cercano monte Merón. Allí, Bak y otras 15 familias judías, con la ayuda de los residentes de la cercana ciudad árabe de Jermak, crearon el primer asentamiento agrícola judío en la Tierra de Israel en cientos de años. Bak escribió sobre este esfuerzo:
“Me vi obligado a venir a la tierra que Dios me había dado, construí casas para vivir, me hice jardines, sembré campos, y en ese año comí hasta saciarme de la semilla de la tierra. En el segundo año tuve vacas, seis ovejas y seis cabras. También cumplí las mitzvot que dependen de la tierra de una manera elevada. El Señor se mostró abierto a todas mis acciones”.
Mientras Bak cultivaba en Jermak, el empresario y filántropo británico Sir Moses Montefiore y su esposa, Lady Judith, desafiaron una epidemia de cólera en mayo de 1839 para viajar a Tierra Santa. El secretario de Montefiore escribió que Safed “parecía muy hermosa, al estar situado en la cima de una montaña coronada por hermosos olivos de inmenso crecimiento y gran edad”. Sin embargo, vista de cerca, la ciudad de 5000 habitantes era tan pobre que sus residentes “no podían permitirse el lujo de tener un par de bueyes para labrar la tierra”.
Montefiore distribuyó dinero entre los residentes judíos de Safed, y se levantó de su lecho de enfermo para viajar dos horas hasta Jermak con el fin de fungir como padrino de un bebé nacido a uno de los granjeros de la colonia de Bak. Mientras Montefiore se preparaba para partir hacia Tiberíades, esperaba que sus donaciones consolaran a los residentes de la ciudad:
“Su sufrimiento durante los últimos cinco años debe haber sido verdaderamente deplorable. Primero el saqueo, luego el terremoto, y finalmente el ataque de los drusos, para llenar la copa de su desgracia. Las ruinas de la ciudad presentan un terrible espectáculo de destrucción; las pocas y miserables chozas que han construido son en su mayor parte poco mejores que cuevas, más aptas para bestias del campo que para seres humanos”.
Montefiore salió de sus reuniones con Bak y su hijo convencido de que eran «hombres inteligentes y emprendedores», y prometió enviarles una imprenta; pero pasaron dos años antes de que cumpliera su promesa. Para entonces, Pashá había sido depuesto y los otomanos habían regresado. Los residentes de Pekiín, que habían perdido sus fincas en la revuelta de Pashá, se apresuraron a recuperar sus tierras en Jermak y la comuna agrícola de Bak colapsó.
Después de haberlo perdido todo (“desnudo y desamparado”, en palabras del historiador Yaakov Yaari-Polskin), Bak se mudó con su familia a Jerusalén.
La pobreza era rampante allí, a pesar de que la ciudad estaba en atravesando un momento clave de cambios. Una encuesta encontró que de 1751 hogares judíos solo en 257 se ganaban la vida con trabajos físicos y artesanías; el resto recibía haluká, caridad del extranjero. Los pocos visitantes europeos —arqueólogos y peregrinos religiosos—, que habían llegado con visiones de ángeles y revelaciones, quedaban decepcionados por el declive de la ciudad. El erudito bíblico estadounidense Edward Robinson, quien identificó los restos de una gran pasarela arqueada hacia el Monte del Templo de la Ciudad Vieja que ahora lleva su nombre, escribió sobre Jerusalén:
“Se ha convertido en la abandonada capital de una insignificante provincia turca. La copa de ira y desolación del Todopoderoso se ha derramado sobre ella, y yace triste y solitaria en la oscuridad y el polvo”.
No obstante, una década de dominio egipcio había traído algunos modestos cambios y modernizaciones. Ibrahim Pashá, buscando ganarse el favor de Europa, había abolido los impuestos discriminatorios y había otorgado a las comunidades cristianas igualdad con las musulmanas. A cristianos y judíos se les permitió participar en los consejos asesores regionales. El gobernador de Jerusalén, Ahmed Duzdar, le dijo a Montefiore en 1839:
“Ustedes recuerdan la época en que se decía: ‘Este es cristiano, aquel es judío y este es musulmán’. Pero ahora esos tiempos han pasado. Nunca preguntes de qué religión es; que sea de cualquiera, hazle justicia como el Señor del mundo desea de nosotros”.
La creciente libertad religiosa de los cristianos los llevó a hacer proselitismo entre los judíos y musulmanes. Ante lo que consideraban una amenaza para la comunidad judía, los líderes sefardíes de Jerusalén imploraron a Bak que creara una imprenta para producir material judío para enfrentarla. Poco después, Montefiore recordó su promesa y finalmente le envió una imprenta, tipos y un rollo de la Torá a Bak. Por una vez, al parecer, la Providencia, o al menos el momento oportuno, se había inclinado a su favor.
Portada de Avodat Hakodesh, impreso por Bak en Jerusalén con fecha del año judío 5601, año gregoriano 1841
(Foto: Wikipedia)
Así, Bak volvió al negocio de la imprenta. En 1841 produjo su primer volumen, Avodat Hakodesh del rabino Hida, con los derechos exclusivos para administrar una imprenta judía otorgados por el Consejo de la Comunidad Sefardí impresos en la portada del libro. Entre sus otros títulos estuvo Fortaleciendo la fe, un libro utilizado para contrarrestar la actividad misionera cristiana. Le siguió La Vigilia de la Alianza, para que los judíos “supieran distanciarse” y ser diferentes de los cristianos. En 1847, el trabajo de Bak culminó con la monumental obra Bat Ayin, tratado escrito por el rabino de Safed Avraham Dov Auerbach. Bak imprimió 130 títulos durante los siguientes 30 años.
A partir de 1863, la editorial Bak de Jerusalén también produjo Havatzelet, el segundo periódico hebreo de Palestina, que reforzó a los jasidim de la ciudad y competía con el periódico HaLevanon, que estaba dirigido a los sefardíes. Es posible que Bak no haya tenido las mejores intenciones al fundar su periódico, porque mantenía una disputa legal con los editores de HaLevanon, de quienes Bak sentía que habían destruido su monopolio de la imprenta.
Havatzelet duró más de 40 años y coincidió con la llegada de HaZvi, el periódico de Eliezer Ben Yehuda, y el ascenso de Theodor Herzl, el periodista que imaginó a Israel y creó el sionismo político que condujo al establecimiento del Estado judío.
Es posible que Bak haya llegado a la Tierra de Israel para conservar un estilo de vida tradicional, pero no hay mucha distancia entre él, Ben Yehuda y Herzl. Esos dos sionistas pioneros tenían muchos de los rasgos de Bak: fervor, defensa y resiliencia. Incluso se puede ver su herencia en los medios israelíes de hoy, que son testarudos, “activistas”, patrióticos (o patrioteros, elija usted) y competitivos hasta el punto de llegar a ser litigiosos.
Hoy en día, la imprenta que Montefiore envió a Bak, y que produjo decenas de libros y periódicos en el siglo XIX, permanece expuesta en el vestíbulo de la Escuela de Comunicaciones Sammy Ofer de la Universidad Reichman en Herzliya.
*Investigador del Instituto Shalom Hartman. Ha desarrollado una carrera de 40 años en periódicos, internet y medios de comunicación en Estados Unidos e Israel.
Fuente: Tablet (tabletmag.com).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
1 Comment
Que gran historia!
Que determinación!
Merece un profundo respeto, admiración y reconocimiento.