Y a entrando en las horas cruciales y conmemorativas de una de las fechas más tristes de nuestra historia como pueblo, quiero entregarles a mis queridos lectores dos conceptos reflexivos de Tishá BeAv.
El primero surge a raíz de una conversación con el rabino Isaac Cohen, quien asertivamente pronunció una frase que quedó grabada en mí, y que dio nombre a este artículo: “la vida es un galut (exilio) constante”.
Por circunstancias personales me encuentro viviendo lo que lamentablemente ha tocado a muchas familias dentro y fuera de la comunidad. El triste e innegable desmembramiento de lo que hasta ahora fue mi vida, en apariencia estable e impensablemente sujeta a cambios que yo como madre jamás hubiese querido para mi entorno familiar.
A raíz de esto surgió, casualmente, la frase reflexiva que encabeza este escrito y que adapté para las circunstancias actuales, pues en realidad y en general la vida es eso, un galut constante, en búsqueda de ese hogar perfecto y duradero el cual, a través de los años, pudiese permanecer intacto para darnos esa sensación de estabilidad que tanto anhelamos, sobre todo los que hasta hoy permanecemos en Venezuela y dentro de esta hermosa e irrepetible kehilá.
Desde que fuimos desterrados de nuestra tierra y hasta el día de hoy, el pueblo judío se encuentra en galut constante, porque la presencia directa de la Shejiná desapareció de la faz del universo al haberse destruido en dos ocasiones la casa de Dios, es decir, el Bet Hamikdash, el cual albergaba la luz y la paz proveniente de Akadosh Barúj Hú, quien se manifestaba de manera directa en el hogar construido para él y para hacer avodat Hashem, es decir, el cumplimiento del servicio al creador del mundo.
A partir de ese momento, Am Israel peregrinó a través del mundo en búsqueda de un hogar seguro, estable, donde asentarse y construir una vida de familia y de comunidad que le permitiera seguir conectado con la fuente de su esencia, a través de la práctica del Judaísmo. Pero esta búsqueda incansable de estabilidad no se ha podido lograr hasta el día de hoy, y así vemos como por el mundo vamos deambulando anhelando esa paz y sosiego que perdimos el día que Dios decidió ocultar su presencia ante nosotros, quienes no supimos acatar lo que como pueblo elegido se nos instaba para lograr el cometido de nuestras vidas.
Esa sensación de destierro e inestabilidad nos acompaña aún en la tierra de Israel, pues hasta ahora no hemos sido merecedores de ver reconstruido el Bet Hamikdash y volver a sentir la presencia de Dios como en aquellos días.
No cabe duda de que seguimos fallando en nuestra conducta como seres humanos, y que Dios todavía no ve en nuestra generación suficientes méritos para acabar con tanto sufrimiento a nivel personal y como grupo perteneciente al Am Israel.
Ahora bien, por otro lado vemos que el Tratado de Masejet Taanit, en la Guemará, establece que a pesar de que el templo comenzó a arder en toda su extensión el 9 de Av por la tarde, se nos insta a levantarnos de las leyes rigurosas de luto que rigen ese día. Entonces, ¿cómo se explica que en el momento más álgido de la destrucción del templo nos incorporamos de ese inmenso dolor? Pues bien, la explicación es sencilla y alentadora dentro de su contexto. A pesar de todas las averot (trasgresiones) cometidas por el pueblo judío, y que llevaron a Dios a la triste decisión de destruir su casa de manos de nuestros enemigos dos veces, incluso con toda la gravedad del momento, Hashem en su infinita bondad destruyó las piedras. Es decir, el elemento físico, y no a su pueblo, quienes hasta hoy en día lloramos en el destierro y afrontamos pruebas de salud, parnasá, divorcios, peleas, separación de familias, etc., pero con la fe y esperanza de que el Mashíaj nos traerá una nueva era de paz y reconciliación, en la que todos nuestros sufrimientos cesarán.
Dios nos dejó en aquella oportunidad la posibilidad abierta de que a través de nuestros actos de jesed, solidaridad con el prójimo, reparemos las faltas anteriores y seamos merecedores de la reconstrucción de su casa, para gozar a plenitud de la paz, la seguridad y tranquilidad que emanarán de ella. No en vano la Guemará establece que el Mashíaj nacerá el 9 de Av, es decir, el mismo día de nuestra destrucción espiritual renacerá también la esperanza y la tan anhelada redención.
Pero todo esto vendrá dado por nuestros actos y comportamiento. Aprovechemos el ayuno del 9 de AV como día de reflexión y de tristeza real por todo el sufrimiento. Lamentablemente en nuestros días hay muchas cosas por las que llorar y pedir clemencia al amo del mundo.
Sea la voluntad de Hashem que todas las lágrimas y la congoja de estos días se trasformen en alegría, paz y serenidad para nuestras vidas. Que vengan momentos mejores que los actuales con la llegada del Mashíaj, ahora justo en estos días. ¡Amén ve amén!