Bernard-Henri Lévy*
L a fecha es 20 de agosto. En Tánger, el rey Mohamed VI está ofreciendo un discurso, como todos los años, para conmemorar la revolución del rey y el pueblo de Marruecos.
Aquí y allá, tras referencias anodinas a los males del subdesarrollo, el destino de África y la contribución de la resistencia marroquí a la revolución de Argelia, se lanza en un ataque frontal contra el Islam radical y la oscura secuencia de asesinatos cometidos recientemente en su nombre, comenzando con el crimen de un sacerdote católico el 26 de julio en una iglesia de Normandía, el que califica como un acto de “locura imperdonable”.
¿Una pequeñez? Sí y no.
Para empezar, no estoy al tanto de que ningún otro jefe de Estado de esa parte del mundo se haya expresado de manera tan contundente. Pero aún más importante, Mohamed VI no es cualquier jefe de Estado. Su posición muy especial en el mundo árabe sunita, sus títulos de “Monarca Sharifiano” y “Comandante de los Fieles”, y en especial su estatus como “descendiente del Profeta”, le dan a la más pequeña de sus declaraciones un peso que no tendrían en boca de ningún otro.
Durante este discurso, el rey no consideró suficiente declarar la guerra a los yijadistas. Él les dijo que esta guerra se librará en la Tierra y en el cielo. Los coloca fuera de la ley, no solo de la del hombre sino también de la de Dios.
Él se les enfrentará, dice, en el campo de su fe, y desafiará el significado que ellos dan a este o aquel verso del Corán. Basándose en otros versos, en el comentario a los versos que ellos citan, o simplemente fundamentándose en la autoridad soberana de sus propias interpretaciones, él los desenmascarará como impostores.
El rey podría haber evitado involucrarse en cualquier tipo de discusión con los yijadistas. Como casi todos los jefes de Estado, musulmanes o no, podría haberse contentado con afirmar, una y otra vez, que “no hay relación” entre el radicalismo islámico y el Islam. Pero Mohamed VI está haciendo lo opuesto. Él está reconociendo la relación y cortándola. Ha tomado nota de la influencia que esos bandidos han alcanzado a través de un auto-investido derecho a hablar en nombre de Dios y, para debilitar esa influencia, está disputándoles y negándoles ese derecho.
En suma, él se ha introducido en el mecanismo teológico-político que da a los nuevos terroristas su influencia y eficacia. Y, al subvertir ese mecanismo, al hacerlo jugar contra sí mismo y caer en su propia trampa, está secando la fuente de legitimidad de la que dependen los fundamentalistas. Los está aislando dentro de la comunidad de los creyentes, una comunidad de la que ellos no son más que unos deprimentes brotes. Y al hacerlo está rompiendo su temible control sobre las almas crédulas.
Es algo similar a cuando, al comienzo de su reinado, lanzó su gran reforma para promover la igualdad entre los sexos, luchando contra los privilegios de género por medio de la exégesis y consultando a las organizaciones femeninas así como a los expertos religiosos, con el resultado de que, dos años después, Marruecos contaba con una Ley de Familia consistente tanto con los preceptos del Islam como con los principios modernos de los derechos humanos.
De esa forma se inició la emancipación de la Ilustración en el Occidente cristiano, con el Dios de los derechos naturales enfrentado al de los inquisidores; y una vez que este nuevo movimiento se había enraizado, con el reconocimiento por parte de Locke y Bodin de que cada uno de nosotros contiene una porción de trascendencia, se logró la mayor garantía de nuestra inviolabilidad y nuestros derechos.
¿Durante cuánto tiempo hemos escuchado que en el Islam no existen limitaciones ni puntos de vista privilegiados? Falso. Ustedes tienen opciones, le está diciendo Mohamed VI a sus súbditos y a todos los sunitas que reconocen su discernimiento: ¿un autoproclamado emir en Mosul, o el descendiente de Alí? ¿Un endeble califato sin memoria ni sabiduría, promovido por el fuego y la espada, o una dinastía sharifiana que ha resistido la prueba del tiempo, incluyendo el tiempo del Imperio Otomano, sin renunciar a sus principios?
Pero eso no es todo. En nombre de la congregación de creyentes cuyo dirigente es él, Mohamed VI agrega: si ustedes escogen lo primero, si van detrás de la bandera negra de los aspirantes a califas que “interpretan el Corán y la Suna con sus propios fines”, y que “excomulgan gente sin una razón legítima”, ustedes se están excomulgando a sí mismos, hundiéndose en una “falsa creencia” y, lejos de ganar acceso al paraíso y sus vírgenes, como prometen los charlatanes, están tomando un “lugar en el infierno”.
Este es el significado del discurso del rey en Tánger. Ese es el valiente y hermoso gesto del nieto del sultán que, en 1942, avergonzó al Estado francés al ponerse del lado de los judíos del Protectorado.
Ojalá que sus aliados de hoy tomen buena medida del significado de este evento. Ojalá se percaten plenamente del riesgo personal que el rey está corriendo al enfrentar a una secta criminal. Y quiera Dios que no le nieguen el apoyo moral, económico y político que él necesitará en la próxima batalla.
Marruecos está en la línea del frente. Debemos ayudarlo a defenderla.
*Escritor, filósofo y activista francés.
Fuente: The Globe and Mail (Londres). Traducción NMI.