Miguel Truzman Tamsot
La humanidad viene atravesando dificultades, esperemos coyunturales, derivadas en primera instancia de la pandemia del Covid-19, decretada oficialmente aquel 11 de marzo de 2019 por la Organización Mundial de la Salud.
El Covid-19 y sus derivados han cobrado la vida de más de seis millones de personas alrededor del mundo, siendo que seguimos sufriendo actualmente de una nueva ola de contagios, no mortales como al inicio, pero con síntomas y padecimientos que inhabilitan por semanas.
Aunado a este panorama preocupante, porque no se le ve un final ya que es posible que conviva con nosotros por mucho tiempo, como ha sido la gripe, nos encontramos inmersos en un proceso bélico, con la invasión de Rusia a Ucrania que inició el 24 de febrero de este año, por lo que ya vamos para cuatro meses de este conflicto que ha ocasionado miles de muertes de ambos bandos, más de seis millones de desplazados y/o refugiados ucranianos, y el impacto al resto del planeta por la subida de los combustibles que incide en el trasporte, la cadena de producción y la consecuente alza en los alimentos y servicios.
Como si fuera poco, todos estos escenarios han provocado que países como EEUU hayan salido a subsidiar a sus ciudadanos que se habían quedado sin empleo o impedidos de laborar desde el inicio de la pandemia, mediante la emisión de billones de dólares para que la gente pudiera subsistir y cubrir sus necesidades básicas, siendo que estas medidas económicas han provocado la mayor inflación norteamericana de los últimos 40 años, trayendo como consecuencia una debacle en Wall Street y el mundo de la criptomonedas.
Es decir, que el efecto de la pandemia ha sido profundo y en más ámbitos de lo imaginado, y todavía se espera que la mayor economía del mundo pueda entrar en recesión, y sabemos que eso no solo afecta a los EEUU, sino que es un boomerang que golpea al resto del planeta.
A todas estas, la humanidad necesita con urgencia reconectarse, verse a la cara y abrazarse. Pareciera algo difícil, ya que los dos polos de poder y sus aliados cada vez se distancian más, pero no podemos perder la esperanza de que un mundo mejor, más solidario y fraterno pueda surgir.
Se me ocurre que hay dos caminos que nos conectan, nos apasionan porque tocan nuestras fibras más sensibles, no requieren lenguaje (por lo que todos los seres humanos lo pueden entender), vivir y entusiasmarse.
Me refiero al deporte y la cultura, que son en mi opinión dos vías que nos pueden sacar de esta turbulencia que estamos atravesando.
En cuento a la cultura, qué mejor que la música, con los festivales más esperados, que pueden sin lugar a dudas ser un elemento contagioso de alegría y felicidad que nos unan. Así tenemos por ejemplo el famoso Casting Fest, el 2 de julio en la ciudad de Valencia, España; el Ultra Music Festival, del 16 al 18 de septiembre en Miami; el Roskilde Festival, del 25 de junio al 2 de julio, en la ciudad danesa de Roskilde, y otros diversos festivales para todos los gustos.
En cuanto al deporte, qué más icónico que el Mundial de Fútbol que se celebrará en Catar del 12 de noviembre al 18 de diciembre, que sin lugar a dudas puede ser un catalizador para que todas las energías positivas se interconecten en esta fiesta del deporte mundial, donde quién sabe, un balón puede hacer el milagro.
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2 -o comentario ; al anterior debo anexar otro elogio más al artículo muy bien resumido y aclarado sobre Israel y su estadio político-económico.