L os entes multilaterales han sido, definitivamente, los más afectados por la crisis de valores de moralidad y de autoridad que vive la humanidad en los últimos años; es más, yo afirmaría que hasta son responsables de la misma crisis.
El mundo, después de las guerras mundiales, entendió que una comunidad de opiniones e intereses y el espacio apropiado sería definitivamente la mejor manera de evitar las grandes tragedias y, en ese ambiente, disipar las antagónicas posiciones que pudiesen estar enfrentadas por distintas circunstancias. De allí la creación de las Naciones Unidas, la OTAN y la OEA, entre muchos otros.
Los multilaterales se han convertido en una especie de clubes de bridge, pero con más de cuatro jugadores. Se elige como presidente a una que otra personalidad de un país X, que en ese momento sea de la conveniencia de los más influyentes, y que su voluntad esté sometida a esos pocos. Muchos de quienes los han presidido son respetables, otros se visten muy bien, pero algunos no se enteran de qué va la cosa, y entonces disfrutan del privilegio de su presidencia como el año de reinado de la Miss Universo: buenos viajes, agenda a tope, full lujos y, al final, el “puñado de parné”.
En las narices de estas organizaciones, el mundo entero se salta a la torera desde la Declaración de los Derechos Humanos en adelante, y las sanciones, bien gracias; no hay mecanismos efectivos para la coacción.
Ahora resulta que la Unesco, un ente de la ONU, el hijo malcriado o marrano de ella, cuyo leit motiv no es otro que el de “contribuir a la paz y a la seguridad en el mundo mediante la educación, la ciencia, la cultura y las comunicaciones”, se manda una resolución que desconoce a la Biblia misma y, de un plumazo y por la influencia de unos cuantos, y con más motivaciones seguramente, dicen algo así como que los judíos e Israel no tienen vinculación alguna con el sitio donde estuvieron el Templo de Salomón, destruido por los babilonios en el siglo VI a.e.c., y el de Herodes, destruido por los romanos en el año 70, del que queda en pie el Muro de las Lamentaciones, lugar sagrado para el Judaísmo.
Esta decisión, aparte de ser una gran provocación y promotora de violencia, es tan absurda como decir que la ciudad de Manhattan no guarda relación con Nueva York, o que debería tener más conexión con al-Qaeda, o ser la capital de ISIS.
De la Unesco (no Unasco, como la llaman algunos) no podemos esperar nada diferente, si recordamos que en su historia, entre 1970 y 1980, recibió repetidas y probadas acusaciones de mal gasto y corrupción, cosa que fue “tapada”. También los estadounidenses, en su momento, abandonaron durante 19 años la institución. Ya podemos imaginarnos: la Unesco tiene un historial parecido al de Jaimito, el de los chistes.
Nos preguntamos muchos: ¿por qué no se esmeran en sacar resoluciones para condenar la destrucción de Alepo, una ciudad con historia milenaria, y responsabilizar de paso a quienes están financiando esa locura? De pronto entre ellos hay algunos de los que han suscrito la muy lamentable resolución que hoy motiva el desagrado de millones pero, a Dios gracias, esto tiene el mismo efecto que las recetas que aparecen en letras chiquitas en las cajas de gelatina o de los cubitos para sopa: es decir, nadie les hace caso.
Finalmente, y como algo paradójico, quienes impulsan la resolución son Argelia, Egipto, Líbano e Irán, nada más devaluado, los tres Reyes Magos y su combo, como dicen popularmente: “Malhechor, Va-atracar y Va-asaltar”.
Por esto y muchas cosas más, en relación a la Unesco yo me sumo a quienes han cambiado en sus diccionarios la E por la A.