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Los principios éticos plasmados en la Torá marcaban un contraste con las normas de comportamiento de las demás naciones de su época. Para griegos, romanos, persas y egipcios estas ideas lucían insólitas e inaplicables, incluso ingenuas.
A continuación se reproducen extractos del libro The Torah Revolution – Fourteen truths that changed the world* (La revolución de la Torá: catorce verdades que cambiaron al mundo), del rabino británico Reuven Hammer, en los cuales el autor reflexiona, al estilo de los antiguos sabios judíos, sobre el significado muy moderno de algunas de las leyes del Pentateuco
Los derechos de los extranjeros
La influencia del ideal de la igualdad de todos los seres humanos puede percibirse en las leyes que la Torá establece en los cuatro libros que van de Shemot (Éxodo) a Devarim (Deuteronomio), aunque esas leyes están dirigidas al pueblo de Israel.
Estas normas prevén a los hebreos viviendo en su propio suelo, Éretz Israel, y forman la constitución del nuevo Estado de los israelitas. Sin embargo, la Torá toma en cuenta a los no-israelitas que vivan allí, les otorga muchos derechos, y advierte a los israelitas sobre el trato que deben darles.
Esas personas son conocidas como guerim, “extraños”, o literalmente “habitantes”. Es el término que empleó Abraham para describirse a sí mismo en relación a aquellos que vivían en la tierra a la que había llegado: “Soy un guer y un residente entre ustedes”, dijo antes de pedir permiso para comprar tierras (Bereshit-Génesis 23:4). Aunque no existe una norma explícita en la Torá que prohíba a los extranjeros poseer tierras, la mayoría de los estudiosos asumen que ese era el caso.
El profeta del exilio Ezequiel indicó que cuando el pueblo de Israel retornara a su tierra y se la dividiera entre las tribus, “Deberán asignar como herencia para ustedes y los extranjeros que vivan entre ustedes, que han tenido hijos entre ustedes. Deberán tratarlos como israelitas; ellos deberán recibir lotes junto a ustedes entre las tribus de Israel” (Ezequiel, 47:22). Ciertamente, esta era una innovación; en la división original de la tierra entre las tribus no estaba prevista una norma como esta para un “extraño”; se trata de una primicia que se inscribe muy bien en el espíritu del revolucionario concepto de igualdad humana de la Torá.
De forma similar, no existe una prohibición específica de vender tierras a no-israelitas; ese tipo de proscripciones se introdujeron en un período posterior contra los idólatras, cuando la independencia judía había dejado de existir y por tanto los judíos ya no controlaban el territorio. En la ley judía había diferentes opiniones sobre a quién se prohibía poseer tierras y, en general, a quién se refería la ley cuando hablaba de “idólatras”. Aunque algunos eruditos asumían que esto se refería a todos los no-judíos, otros lo restringían literalmente a los que adoraban ídolos. La posición más liberal sobre este asunto la adoptó en el siglo XIII un rabino de Provence, Menajem Hameiri, quien mantuvo que tal prohibición se aplicaba únicamente a las siete naciones canaanitas que ya no existían, y no a la gente que vivía “bajo la guía de normas religiosas”, lo que incluía tanto a cristianos como a musulmanes.
Aunque puede haber algunos comentarios severos contra los no-judíos en la vasta obra de la tradición judía, estos reflejan la agonía y sufrimiento de los judíos a causa de sus opresores en varias épocas, y como tales son comprensibles. Esas duras palabras, sin embargo, “no se convirtieron en enseñanzas religiosas y, según el investigador Jacob Lauterbach, no deben considerarse declaraciones autorizadas del Judaísmo”.
El rabino Haim Hirschensohn, pensador sionista ortodoxo de principios del siglo XX, enseñaba que la Torá es democrática al ver a todos los ciudadanos como iguales ante la ley, incluyendo a los no-judíos en medio de los judíos. El filósofo Eliezer Shweid comentó al respecto: “En principio, la Torá aboga por una igualdad completa en lo social, lo político y lo moral entre judíos y gentiles, en el sentido de que cualquier demanda basada en la moral se les aplica por igual. Las diferencias religiosas y rituales no afectan en lo más mínimo la igualdad total a los ojos de la Torá”.
Lauterbach lo expresaba en estos términos: “Porque estamos plenamente conscientes de los principios fundamentales de nuestra religión, de que todos tenemos un padre en el cielo, que cada ser humano está hecho a la imagen de ese padre, y que pecamos ante Dios si le causamos daño a cualquier persona”.
El origen común del ser humano
El Judaísmo rabínico (surgido tras la destrucción del Segundo Templo) llegó lejos en el desarrollo y énfasis de este concepto. Un midrash reciente expresa la idea de que todos somos iguales a la vista de Dios: “Pongo a la tierra y el cielo por testigos, de que si uno es gentil o judío, hombre o mujer, esclavo o libre, el espíritu sagrado estará con ellos según sus obras” (Tanna d’vei Eliahu, 9). Como ya hemos puntualizado, los sabios citaban la historia de la creación según la Torá para indicar que todos tenemos un origen común. Hillel enseñaba que, al igual que Arón, deberíamos “amar a todos los creados [por Dios] y acercarlos a la Torá (Pirkei Avot, 1:12). Hillel no decía “amar a los israelitas” sino “a todos los creados”, lo que incluye específicamente a los no-judíos. Rabi Aquiba entendió bien el significado de ellos, al decir: “Amado es el ser humano, pues fue creado a la imagen de Dios. El ser humano es extremadamente amado, porque se le ha hecho saber que fue creado a la imagen de Dios” (Pirkei Avot, 3:18). Shamai, contemporáneo de Hillel, predicaba que uno debe dar la bienvenida “a todo ser humano con un rostro alegre” (Pirkei Avot, 1:15).
Durante una interesante discusión entre Rabí Aquiba y Ben Azzai sobre la pregunta de cuál verso de la Torá es el básico, del cual depende todo lo demás, Aquiba sugirió: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Vayikrá-Levítico 19:18). Ben Azzai objetó, replicando que el hecho de que Dios hizo la humanidad a su semejanza (Bereshit-Génesis 5:1) es un verso más importante. Podemos interpretar que Ben Azzai sentía que “tu prójimo” podría entenderse únicamente como “tu prójimo israelita”, mientras que el verso que él proponía habla de la humanidad entera, y que por tanto los principios éticos de la Torá se aplican a toda ella.
El místico del siglo XVIII Pinjas Elías Hurwitz reinterpretó el verso del Levítico que prefería Aquiba para aplicarlo a todos los seres humanos: “La esencia del amor al prójimo consiste en amar a toda la humanidad, a todos los que caminan en dos piernas, de cualquier pueblo y que hablaran cualquier lengua, por virtud de su idéntica humanidad. El verso ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’ no está confinado a los judíos, sino que significa ‘tu prójimo que es humano como tú’, lo que incluye a la gente de todas las naciones, todos los humanos”. Quizá esa era la manera en que Aquiba lo entendía.
Walt Whitman, el poeta estadounidense del siglo XIX que cantaba los ideales de su país, expresaba la misma idea en el poema “Canto a mí mismo”, de su obra Hojas de Hierba:
Yo mismo me celebro y a mí mismo me canto
Y mis pretensiones serán las tuyas;
Pues todo átomo mío también te pertenece
En todas las personas me veo a mí mismo una vez más,
Y lo bueno o malo que diga de mí, lo digo de ellos.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Henry Alonzo Myers, de la Universidad de Cornell, escribió un libro titulado ¿Son los hombres iguales? Él consideraba que esa guerra había sido la lucha definitiva entre el ideal jeffersoniano de la igualdad entre los hombres y el ideal hitleriano de la desigualdad. Myers reconoció que la doctrina de la igualdad era mucho más antigua que Jefferson, pues fue establecida en la Torá miles de años antes: “Desde el principio hasta el final, la Biblia enseña que Dios es el padre y que los hombres somos hermanos. La historia de la creación de Adán y Eva, los antecesores de todos los humanos, es la primera lección”.
Dada la importancia de esta lucha de ideas, Myers intentó reforzar los fundamentos de la creencia en la igualdad humana: “Las lecciones de la historia son suficientemente claras. La doctrina de la superioridad siempre ha sido, incluso en sus formas más nobles, un medio de dividir a las personas, de colocar a una clase o un pueblo por encima de otros y contra otros. La propuesta de la igualdad, por otra parte, implica por su propia naturaleza la unidad del hombre. Ya es una fuerza gigantesca en la política mundial, y con el tiempo prevalecerá sobre la fuerza de las armas, si los hombres la consideran verdadera”.
Resulta irónico que el concepto de la igualdad humana de la Torá fue tan bien expresado en alemán en las palabras de Friedrich von Schiller, que luego fueron inmortalizadas e interpretadas en forma tan gloriosa en el final de la Novena Sinfonía de Beethoven: Alle menschen werden brüder, Todos los humanos serán hermanos. Si esas palabras hubiesen sido asumidas de corazón en la Alemania del siglo XX, la gran tragedia de aquella época se habría evitado.
*Obra publicada por la editorial Jewish Lights, Woodstock, Vermont, 2011.
Fuente: The Jewish Chronicle. Traducción y versión NMI.
- Así como Dios es uno, la humanidad es una.
- Los seres humanos son responsables de sus acciones, y tienen la opción de hacer el bien o el mal.
- La pobreza, las privaciones, la esclavitud y el odio son males que deben erradicarse.
- La Tierra no es nuestra para destruirla.