Milos Alcalay*
C on el hermoso nombre de Sofía que le dieron en su lejana tierra natal de Moldavia, los esposos Ímber-Baru llegaron acompañados por la pequeña rubia de cuatro años, quien llegó a nuestras costas junto a su hermana Lya — igualmente profesional reconocida— para consagrarse a la venezolanidad y adquirir un reconocimiento pleno en su nueva patria de asilo, tierra agradecida y generosa con sus brazos abiertos al mundo en ese entonces y durante varias décadas. Quién se iba a imaginar en 1930 que esa pequeña asumiría plenamente su significado griego de “mujer sabia”, pues con el paso del tiempo veremos a una polifacética profesional, admirada por su valentía, por su inteligencia, por sus conocimientos, por su audacia, y todo ello envuelto en una profundidad humanista. Ella era, como le gusta llamarse a los israelíes, una sabra: ese cactus que es duro por fuera y dulce por dentro. Así era Sofía.
Quién se iba a imaginar en 1930 que esa pequeña asumiría plenamente su significado griego de “mujer sabia”, pues con el paso del tiempo veremos a una polifacética profesional, admirada por su valentía, por su inteligencia, por sus conocimientos, por su audacia, y todo ello envuelto en una profundidad humanista. Ella era, como le gusta llamarse a los israelíes, una sabra: ese cactus que es duro por fuera y dulce por dentro. Así era Sofía.
Las páginas de los periódicos y las más destacadas personalidades políticas —dentro y fuera de Venezuela— expresaron de inmediato su sentido pesar por la pérdida de esta intelectual excepcional, que deja un espacio insustituible a sus 92 años, a los que acertadamente Nuevo Mundo Israelita se suma al dedicarle un espacio para recordarla mientras sigue recibiendo los reconocimientos por sus aportes y su autenticidad.
Los que tuvimos la suerte de ver sus programas de televisión, o de visitar su Museo de Arte Contemporáneo, o de conocerla personalmente, constatábamos cómo se identificaba siempre con su amor a la verdad y sin concesiones con el poder. Todavía sentimos el bochorno cuando el primitivismo oficial le arrebató el nombre a su gran obra, un museo de valor excepcional, para hacerlo languidecer hoy en su actual abandono. Pero es imposible tapar el sol con una mano, al igual que es imposible no reconocer la sabiduría de Sofía.
*Diplomático, ex embajador de Venezuela en Israel