U na mitzvá, un concepto y un conjunto de símbolos dan forma a la solemne festividad de Rosh Hashaná, que las demás naciones identifican como el año nuevo judío. Una fecha que despierta la admiración y el reconocimiento del resto del mundo al percatarse de que Am Israel no celebra el inicio del año con frívolos festines, veleidosas diversiones y abundancia de bebidas alcohólicas, sino con piadosas tefilot, encuentro familiar y profunda reflexión.
La mitzvá es el shofar; el concepto es el Yom Hadín (día del juicio); y el conjunto de símbolos es el séder hogareño en los que destacan la granada (rimón), la manzana y la cabeza de cordero, que llevamos a cabo con nuestras familias —como debe ser— en un ambiente de unión y de armonía, es decir, de Shalom Bait.
La voz penetrante del shofar (la mitzvá fundamental de Rosh Hashaná) no está dirigida a los oídos de nuestro cuerpo, sino a los oídos de nuestra alma, de nuestra neshamá. Por eso, la voz del shofar trasciende la realidad física y nos convoca, nos reclama y nos exige superar el vicio del materialismo, y hacer espacio en nuestras vidas para la espiritualidad.
El shofar es un cuerno, un keren, que en la tradición judía representa la fuerza. Esto para enseñarnos que la fuerza del Am Israel no está en la espada de Esav, sino en la palabra de Yaakov que es la tefilá, las berajot y el Talmud Torá, el estudio.
El Yom Hadín significa que todas las criaturas de Dios —no solamente los seres humanos, sino también los animales— comparecen ante el tribunal celestial para ser juzgados. Por supuesto que individualmente esto representa un motivo de preocupación, pero en el ámbito colectivo —para el Am Israel— es un motivo de alegría, pues nos enseña que el mundo, a pesar de las constantes equivocaciones del ser humano, está regido al fin y al cabo por la eterna e infinita justicia de Dios.
En el séder de la seudá de Rosh Hashaná está la granada, fruto que por la exuberante multiplicidad de sus semillas representa la abundancia. Para Am Israel, abundancia no solo alude a los bienes materiales sino también, y principalmente, a las mitzvot. Como enseñaba rabí Jananiá Ben Akashiá (Maséjet Makot 23b): “Hakadosh Baruj Hu para cubrir a Israel de mérito hizo a la Torá extensa y abundante, colmada de numerosos mandamientos”.
La manzana (tapuaj) se caracteriza por su exquisita fragancia, que se compara, por nuestros sabios, con el aire perfumado del Gan Éden. Fragancia, aire y perfume son equivalentes de la palabra, de las buenas palabras, del lenguaje Kadosh. Aquellas palabras que se pronuncian con amor y con sabiduría. La manzana nos recuerda que la palabra es un don maravilloso que Dios concedió al ser humano para que lo utilice con dulzura y discreción. ¿Qué es un tzadik? Una persona de guevurá (fuerza) y de jésed (bondad), pero de guevurá consigo mismo y de jésed con los demás. En este contexto, la guevurá es el rimón (granada, mitzvot) y tapuaj (manzana, amor al prójimo) es el jésed.
Finalmente, la cabeza de cordero nos recuerda a la akedat Itzjak (el sacrificio de Itzjak). Esto nos señala que el Judaísmo se fundamenta en la capacidad de sacrificio. No en aquello que aspiremos a recibir, sino aquello que seamos capaces de dar, de ofrecer a los demás.
Sin embargo, nada de esto alcanzaría su relevante y especial significado si no fuese asumido en el contexto de la vida familiar.
La esencia de Rosh Hashaná, y del Judaísmo en general, no consiste en una búsqueda solitaria y escabrosa de la verdad mística y metafísica, sino en asimilar pequeñas, pero importantes, realidades de naturaleza práctica y cotidiana, que desarrollamos y compartimos con quienes nos rodean.
En el Judaísmo, el ermitaño no es un ejemplo a seguir, sino más bien motivo de compasión; no es un eminente sabio, sino seguramente un infeliz desadaptado. El Judaísmo logra alcanzar su más sublime dimensión en un hogar de Torá y de mitzvot en el cual reine el Shalom Bait, aquel ambiente de auténtica paz familiar que solo se consigue a través de la comprensión, el respeto mutuo y el amor. Por eso, ¿de qué nos advierten con tanta insistencia los jajamim, acerca de no perder la paciencia, de no molestarnos, de no discutir y no pelear, y bajo ninguna circunstancia dejarnos dominar por la ira? Ciertamente, nunca deberíamos hacerlo, pero sobre todo y especialmente tendríamos que evitarlo en una fecha tan solemne y trascendental como lo es Rosh Hashaná. Enseñan los jajamim (Maséjet Shabat 105b) que quien se deja dominar por la furia es como si hiciese avodá zará (idolatría).
Sin paz en el hogar no puede haber felicidad, la berajá se aleja de nosotros y nos abandona. Sin paz en el hogar, ¿cómo trasmitir la esencia maravillosa de Torá y mitzvot, cuyo estudio y práctica nos conducen a la auténtica alegría del corazón? La comprensión nace de saber escuchar, el respeto de saber aceptar, y el amor de saber entregar. Por eso, escucha a tu pareja y a tus hijos, a tus padres y a tus hermanos; aprende a aceptarlos con sus peculiares pensamientos, sentimientos y actitudes; y preocúpate más de lo que eres capaz de darles, y no de lo que esperas recibir de ellos. De ese modo, sabrás cómo amarles, y en tu hogar habrá paz verdadera y perdurable.
La esencia de la bendición radica en el shalom, pues es la paz el único receptáculo en el cual la berajá puede desarrollarse y ser plenamente recibida.
No es casualidad que birkat kohanim (bendición de los sacerdotes) concluya con la palabra shalom (Bamidbar 6:26). Créanme, no existe mayor berajá que sentirse en paz con uno mismo, es un valor (como se dice coloquialmente) que “no tiene precio”. ¿Cuál fue la gran recompensa de Pinjás por su celo con el kavod de Hashem? Pues lo que Hashem dijo: “Estableceré con él mi pacto de paz [Berití Shalom]” (Bamidbar 25:12).
Que el año 5777, que ahora se inicia, sea el año de la paz definitiva para nuestros hermanos de Medinat Israel. Que nuestra amada Venezuela finalmente alcance la unión y el consenso que tanto necesita para continuar adelante. Que el Todopoderoso conceda prosperidad y salud a todos los hogares de nuestra querida y hermosa kehilá, pero sobre todo y antes que nada shalom bait —la paz familiar—, que es el único marco donde es posible alcanzar la elevación espiritual que nos conduce al regocijo de vivir. Y que seamos inscritos en el Libro de la Vida. Amén.
¡Shaná Tová!