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P urim está a la vuelta de la esquina. Es la festividad en la que recordamos un tiempo demencial y lejano, cuando convirtieron a los judíos en blanco de los antisemitas y un dirigente vano e ignorante no hacía nada para detenerlos.
Perdón, eso fue la semana pasada.
Primero, por supuesto, ocurrió el horrible asesinato en masa de 17 personas, 14 de ellas estudiantes y cinco de ellas judías, en una escuela secundaria de Florida. El número desproporcionado de víctimas judías refleja tanto la demografía de la zona como el virulento antisemitismo del autor del crimen, quien publicó opiniones como “Odio a los judíos, a los negros, a los inmigrantes” en una red social. El asesino, Nikolas Cruz, posaba frecuentemente usando una gorra con la frase Make America Great Again (“Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo”), demostrando que aunque los judíos que apoyan a Trump desvinculan el antisemitismo de ese movimiento populista de su nativismo y racismo, la alt-right (“derecha alternativa”) no lo hace.
Y entonces llegó la respuesta.
En una muestra sin precedentes de coraje, resiliencia e idealismo, decenas de estudiantes sobrevivientes de la masacre salieron a las calles y acudieron a los medios y a la legislatura del estado de Florida, exigiendo, finalmente, restricciones efectivas al acceso al armamento, como la prohibición de venta de rifles de asalto y la venta de armas a los enfermos mentales.
Dirigidos por la Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Association, NRA), que pretende ser la voz de millones de dueños de armas pero está financiada, en realidad, por los fabricantes de armas, algunos en la derecha respondieron vituperando a los estudiantes, difundiendo ridículas teorías de conspiración como que esos jóvenes eran en realidad actores pagados, y advirtiendo que los liberales quieren quitarles sus armas a todos para convertir a EEUU en un súper-Estado socialista.
La NRA misma fue incluso más lejos.
Wayne LaPierre, vicepresidente ejecutivo de la NRA y su principal vocero desde hace 30 años, propinó el golpe conspirativo antisemita en un discurso ante la reunión anual del Comité Conservador de Acción Política (Conservative Political Action Committee, CPAC). El discurso de LaPierre estuvo en parte marcado por un nativismo estadounidense al estilo macartista o de la Sociedad John Birch: “nosotros, la gente común, contra las elites cosmopolitas”. El Partido Demócrata, dijo, “está ahora infestado de saboteadores que no creen en el capitalismo, no creen en la Constitución, no creen en nuestras libertades, y no creen en Estados Unidos tal como lo conocemos. Obama puede haberse marchado, pero su sueño utópico continúa”.
Más aún, “ellos politizan el Departamento de Justicia, ellos atacan el Servicio de Rentas Internas y la Agencia de Protección Ambiental, quizá mutilan al FBI y la comunidad de inteligencia, y toman el control del liderazgo de todas esas organizaciones para implementar su agenda. Su sueño es el control absoluto en todos los rincones de nuestro gobierno”.
Esta visión macartista de un cáncer que corroe a EEUU, lo que Richard Hofstadter llamó “estilo paranoide de la política estadounidense”, es populismo clásico. Plantea la existencia de un Volk (pueblo) bueno, mayoritariamente rural, poco educado e implícitamente blanco, al que está socavando un grupo de elites corruptas, principalmente urbanas, sobreeducadas y extranjeras. Algunas veces, esas elites son en realidad judíos que controlan Hollywood, los medios, la banca o las estructuras políticas. Otras veces son “judíos estructurales”: extranjeros, comunistas u otros outsiders que no comparten los valores del “pueblo”.
En su discurso LaPierre nunca mencionó la palabra “judío”, pero casi todos los ejemplos que dio del “enemigo” eran judíos. “La historia lo prueba”, exclamó, provocando exclamaciones y rugientes aplausos. “En cada oportunidad, en cada país en que esa enfermedad política [el socialismo] alcanza el poder, se reprime a sus ciudadanos, se destruyen sus libertades, y se prohíben y confiscan sus armas. En este país todo eso están apoyándolo la ingeniería social y los millardos de dólares de gente como George Soros, Michael Bloomberg, Tom Steyer y otros”.
También existen, por supuesto, muchos multimillonarios que están ejerciendo “ingeniería social” progresista; Bill y Melinda Gates, por ejemplo, o Jeff Bezos. Pero los tres que LaPierre seleccionó para el oprobio son judíos. Y aunque mencionó brevemente a los congresistas Nancy Pelosi y Chris Murphy, solo el senador Charles Schumer recibió un trato extenso en su discurso, cuando lo llamó “mentiroso hasta los tuétanos”. Incluso el radical judío Saul Alinsky, fallecido hace mucho tiempo, recibió una cita: “Los oportunistas no pierden un segundo para explotar las tragedias en su beneficio político”, dijo LaPierre. “Saul Alinsky habría estado orgulloso”.
El discurso de LaPierre es profundamente perturbador. No solo se trata de macartismo paranoide sino que, como el propio McCarthy, LaPierre singulariza desproporcionadamente a los judíos como ejemplos de la “enfermedad extranjera” que afecta a Estados Unidos. Su arenga fue particularmente atemorizante porque se volvió una escandalosa llamada a las armas, con el imperio de la ley como problema y la ciudadanía armada como solución: “Sus leyes no impiden que los criminales crucen nuestras fronteras cada día. Sus leyes no detienen el azote de la violencia de las bandas y los crímenes por drogas. Sus leyes no han frenado la plaga de los opioides y el fentanyl chino que llega de México e invade las calles... No sorprende que los estadounidenses respetuosos de la ley reverencien más que nunca la libertad que les da la Segunda Enmienda para protegerse a sí mismos”.
Estoy seguro de que LaPierre negaría que algo de lo que dijo fuera antisemita. Probablemente algunos de sus mejores amigos son judíos. De hecho, Jared Kushner y Stephen Miller son judíos (aunque el “internacionalista” Kushner ha sido atacado con un poco del mismo estilo). Pero el antisemitismo, como el racismo, es un sesgo implícito, con frecuencia no percibido conscientemente. Y como el racismo, no se trata solo de prejuicios contra ciertas personas, sino de creencias profundas sobre quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”, quién está adentro y quién está afuera.
Además, en forma crucial, se trata de estructuras de la sociedad: la pregunta consiste en si un país es grande por la diversidad de su ciudadanía y el imperio de la ley, o si lo es por su cultura mayoritaria, sus símbolos y su unidad en el patriotismo.
“Existe un pueblo disperso entre los pueblos, en todas las provincias de tu reino, que se mantiene separado. Sus costumbres son diferentes a las del resto del pueblo, y no obedecen las leyes del rey. No le conviene al rey tolerarlos”. Eso dijo Amán al rey Ajashverosh (Asuero) en el Libro de Esther, 3:8.
Nótese: Amán tampoco mencionó a los judíos. No necesitaba hacerlo.
E incidentalmente, la masacre de los judíos tampoco debían llevarla a cabo los funcionarios del gobierno, sino el populacho que se levantaría contra los extraños que viven entre él. Y para los Amanes de nuestra generación Donald Trump es el Asuero perfecto: fácilmente influenciable, narcisista, impetuoso, poco inteligente, irreflexivo, y con el cetro del poder en sus manos. Además, está desesperado por cualquier forma de distraer al público de la mayor amenaza existencial contra nuestro país, que en este caso es la manipulación de nuestros medios (sociales) por parte de Rusia.
Fiel a su estilo, Trump tuiteó que “Lo que mucha gente no entiende, o no quiere entender, es que Wayne, Chris y la gente que trabaja tan duro en la NRA son Grandes Personas y Grandes Patriotas Estadounidenses [mayúsculas en el original]. Ellos aman a su país y harán lo correcto. ¡HACER A ESTADOS UNIDOS GRANDE DE NUEVO!”.
Que era lo mismo que decía la gorra de Nikolas Cruz.
La NRA misma fue incluso más lejos.
Wayne LaPierre, vicepresidente ejecutivo de la NRA y su principal vocero desde hace 30 años, propinó el golpe conspirativo antisemita en un discurso ante la reunión anual del Comité Conservador de Acción Política (Conservative Political Action Committee, CPAC). El discurso de LaPierre estuvo en parte marcado por un nativismo estadounidense al estilo macartista o de la Sociedad John Birch: “nosotros, la gente común, contra las elites cosmopolitas”. El Partido Demócrata, dijo, “está ahora infestado de saboteadores que no creen en el capitalismo, no creen en la Constitución, no creen en nuestras libertades, y no creen en Estados Unidos tal como lo conocemos. Obama puede haberse marchado, pero su sueño utópico continúa”.
Más aún, “ellos politizan el Departamento de Justicia, ellos atacan el Servicio de Rentas Internas y la Agencia de Protección Ambiental, quizá mutilan al FBI y la comunidad de inteligencia, y toman el control del liderazgo de todas esas organizaciones para implementar su agenda. Su sueño es el control absoluto en todos los rincones de nuestro gobierno”.
Esta visión macartista de un cáncer que corroe a EEUU, lo que Richard Hofstadter llamó “estilo paranoide de la política estadounidense”, es populismo clásico. Plantea la existencia de un Volk (pueblo) bueno, mayoritariamente rural, poco educado e implícitamente blanco, al que está socavando un grupo de elites corruptas, principalmente urbanas, sobreeducadas y extranjeras. Algunas veces, esas elites son en realidad judíos que controlan Hollywood, los medios, la banca o las estructuras políticas. Otras veces son “judíos estructurales”: extranjeros, comunistas u otros outsiders que no comparten los valores del “pueblo”.
En su discurso LaPierre nunca mencionó la palabra “judío”, pero casi todos los ejemplos que dio del “enemigo” eran judíos. “La historia lo prueba”, exclamó, provocando exclamaciones y rugientes aplausos. “En cada oportunidad, en cada país en que esa enfermedad política [el socialismo] alcanza el poder, se reprime a sus ciudadanos, se destruyen sus libertades, y se prohíben y confiscan sus armas. En este país todo eso están apoyándolo la ingeniería social y los millardos de dólares de gente como George Soros, Michael Bloomberg, Tom Steyer y otros”.
También existen, por supuesto, muchos multimillonarios que están ejerciendo “ingeniería social” progresista; Bill y Melinda Gates, por ejemplo, o Jeff Bezos. Pero los tres que LaPierre seleccionó para el oprobio son judíos. Y aunque mencionó brevemente a los congresistas Nancy Pelosi y Chris Murphy, solo el senador Charles Schumer recibió un trato extenso en su discurso, cuando lo llamó “mentiroso hasta los tuétanos”. Incluso el radical judío Saul Alinsky, fallecido hace mucho tiempo, recibió una cita: “Los oportunistas no pierden un segundo para explotar las tragedias en su beneficio político”, dijo LaPierre. “Saul Alinsky habría estado orgulloso”.
El discurso de LaPierre es profundamente perturbador. No solo se trata de macartismo paranoide sino que, como el propio McCarthy, LaPierre singulariza desproporcionadamente a los judíos como ejemplos de la “enfermedad extranjera” que afecta a Estados Unidos. Su arenga fue particularmente atemorizante porque se volvió una escandalosa llamada a las armas, con el imperio de la ley como problema y la ciudadanía armada como solución: “Sus leyes no impiden que los criminales crucen nuestras fronteras cada día. Sus leyes no detienen el azote de la violencia de las bandas y los crímenes por drogas. Sus leyes no han frenado la plaga de los opioides y el fentanyl chino que llega de México e invade las calles... No sorprende que los estadounidenses respetuosos de la ley reverencien más que nunca la libertad que les da la Segunda Enmienda para protegerse a sí mismos”.
Estoy seguro de que LaPierre negaría que algo de lo que dijo fuera antisemita. Probablemente algunos de sus mejores amigos son judíos. De hecho, Jared Kushner y Stephen Miller son judíos (aunque el “internacionalista” Kushner ha sido atacado con un poco del mismo estilo). Pero el antisemitismo, como el racismo, es un sesgo implícito, con frecuencia no percibido conscientemente. Y como el racismo, no se trata solo de prejuicios contra ciertas personas, sino de creencias profundas sobre quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”, quién está adentro y quién está afuera.
Además, en forma crucial, se trata de estructuras de la sociedad: la pregunta consiste en si un país es grande por la diversidad de su ciudadanía y el imperio de la ley, o si lo es por su cultura mayoritaria, sus símbolos y su unidad en el patriotismo.
“Existe un pueblo disperso entre los pueblos, en todas las provincias de tu reino, que se mantiene separado. Sus costumbres son diferentes a las del resto del pueblo, y no obedecen las leyes del rey. No le conviene al rey tolerarlos”. Eso dijo Amán al rey Ajashverosh (Asuero) en el Libro de Esther, 3:8.
Nótese: Amán tampoco mencionó a los judíos. No necesitaba hacerlo.
E incidentalmente, la masacre de los judíos tampoco debían llevarla a cabo los funcionarios del gobierno, sino el populacho que se levantaría contra los extraños que viven entre él. Y para los Amanes de nuestra generación Donald Trump es el Asuero perfecto: fácilmente influenciable, narcisista, impetuoso, poco inteligente, irreflexivo, y con el cetro del poder en sus manos. Además, está desesperado por cualquier forma de distraer al público de la mayor amenaza existencial contra nuestro país, que en este caso es la manipulación de nuestros medios (sociales) por parte de Rusia.
Fiel a su estilo, Trump tuiteó que “Lo que mucha gente no entiende, o no quiere entender, es que Wayne, Chris y la gente que trabaja tan duro en la NRA son Grandes Personas y Grandes Patriotas Estadounidenses [mayúsculas en el original]. Ellos aman a su país y harán lo correcto. ¡HACER A ESTADOS UNIDOS GRANDE DE NUEVO!”.
Que era lo mismo que decía la gorra de Nikolas Cruz.
*Colaborador de Forward.
Fuente: Forward. Traducción NMI.
Purim está a la vuelta de la esquina. Es la festividad en la que recordamos un tiempo demencial y lejano, cuando convirtieron a los judíos en blanco de los antisemitas y un dirigente vano e ignorante no hacía nada para detenerlos.