Alberto Benaim Azagury
No conocía Turín, pero sabía algo de ella: que es una importante ciudad industrial y cultural del norte de Italia, rodeada por los Alpes y al margen izquierdo del río Po, el hogar de Fiat (Fabbrica Italiana Automobili Torino), cuna del Vermut y custodia del Santo Sudario. Llegué con la expectativa de cualquier turista deseoso en descubrir nuevos destinos europeos y, con estos, sus secretos mejor guardados, o casi.
De Aosta, pintoresca ciudad con un interesante pasado romano e importante estación turística de invierno enclavada en el valle del mismo nombre, en los Alpes italianos, tomé el tren en dirección a la capital de la región del Piamonte. Luego de un trayecto de un poco más de dos horas, la estación final del recorrido, Torino Porta Nuova, la tercera en importancia en Italia, palaciega en su estructura con aires neoclásicos, me recibe en un hervidero frenético de gente que va y viene, típico del ajetreo de ciudades con intensa actividad comercial.
Me alojé en un pequeño estudio a unas cuadras de la estación, ubicado en un pintoresco edificio de cuatro plantas en cuya entrada se encuentra una típica cafetería turinesa, donde los lattes y paninis fueron los desayunos imprescindibles durante mi estadía en la ciudad.
La Mole Antonelliana domina el perfil urbano de Turín
Al día siguiente comencé mi recorrido y a unas dos cuadras caminando ya entraba en el llamado Quadrilatero histórico, el barrio más céntrico y antiguo, en el que se sitúa la mayor parte de los monumentos y lugares históricos de la ciudad. En el plano parecía que todo estaba cerca, pero una vez adentro las distancias eran considerables, ya que es un área —sin las ampliaciones posteriores que le hicieron— de alrededor de 5 kilómetros cuadrados.
Durante toda la Edad Media, el centro de Turín permaneció confinado dentro de las antiguas murallas. Solo después de 1563, cuando los Saboya trasladaron la capital de su ducado de la ciudad francesa de Chambéry a Turín, se empezó a considerar la necesidad de importantes ampliaciones urbanísticas. Dentro de esos planes de ampliación urbanística se encuentra el símbolo más icónico de la ciudad y uno de los símbolos de Italia, la imponente y majestuosa Mole Antonelliana. Mi mayor sorpresa fue que originalmente esa estructura iba a ser la sede de la sinagoga de la ciudad. Si, la sinagoga.
Es un edificio realmente impresionante por su monumentalidad. El nombre de Mole viene del hecho de que, en el pasado, fue la construcción en albañilería más alta de Europa, mientras que su adjetivo se origina del apellido del arquitecto que la diseñó, Alessandro Antonelli. Sin embargo, durante el siglo XX sufrió importantes remodelaciones, usando hormigón armado y vigas de acero, por lo cual hoy en día no se puede considerar una estructura exclusivamente en albañilería. Con una altura de 167,5 metros, fue durante muchos años el edificio más alto de Turín.
Retrocedamos un poco en el tiempo, ya que la edificación pasó, de 1863 a 1953, por varias etapas en su construcción. A efectos de contextualizar este artículo me centraré en su etapa inicial, que tiene más que ver con su origen edilicio judío, y comentaré algo acerca de su culminación.
La impresionante cúpula de la estructura
Con la promulgación del Estatuto Albertino por parte de Carlos Alberto de Saboya, en 1848, se concedió la libertad de culto a las religiones diferentes de la católica. La comunidad judía de la ciudad había comprado un terreno en la zona llamada en aquel entonces Contrada del cannond’oro (actual Via Montebello), para construir un nuevo templo con una escuela anexa.
El proyecto original, firmado el 15 de diciembre de 1862, abarcaba un edificio de 47 metros de altura. Las obras empezaron meses después, previa autorización por el Real Decreto del 17 de marzo de 1863.
Durante los primeros seis años se edificó el elegante pórtico (pronaos) y la inmensa y extraña cúpula de base cuadrada, pero pronto la elección de Antonelli como arquitecto empezó a ser incómoda y poco satisfactoria para la comunidad judía. Esto debido en parte a que Antonelli propuso una serie de modificaciones durante las obras, incluida la elevación de la construcción hasta los 113 metros de altura, mucho más de los 47 metros previstos originalmente.
Estos cambios, la extensión del tiempo de la construcción y el aumento del presupuesto resultaron molestos para la comunidad judía que, en 1869, por falta de fondos, ordenó terminar las obras con un techo plano provisional, a unos 70 metros de altura.
El edificio presentó problemas estructurales desde su construcción, debido a la superficie relativamente reducida de la base y el enorme peso que tenía que soportar. Resulta también que el terreno de la Via Montebello sobre el que se construyó había sido un antiguo bastión de las murallas de la ciudad, demolido por órdenes de Napoleón Bonaparte a principios del siglo XIX, lo que lo hacía más inestable. El propio Antonelli, en pleno avance de las obras, tuvo que diseñar un ingenioso sistema compuesto por cadenas de contención, tirantes de hierro y un entramado de arcos de ladrillo, de manera de reforzar la estructura mediante dispositivos técnicos para asegurar la estabilidad del edificio.
La edificación es, desde el año 2000, sede del Museo Nacional del Cine de Turín
La comunidad judía, ante estas contrariedades, desencantos y el aumento de los costos, en 1873 inició negociaciones por la obra con el Ayuntamiento de Turín, que le dio a cambio cierta suma de dinero más un terreno en el barrio de San Salvario, donde se encuentra actualmente la hermosa sinagoga de estilo neomorisco, y se encargó de los costos de finalización del edificio, con el objetivo de dedicarlo al rey de Italia Víctor Manuel II. Al final, se hizo evidente que la visión del arquitecto estaba más allá del alcance, el tamaño y el presupuesto de la comunidad judía. ¿Habría sido la sinagoga más grande del mundo?
Durante los siguientes años, Antonelli se dedicó en culminar su obra. En 1873 retomó el proyecto con una serie de modificaciones sobre la marcha, donde añadió el llamado templete, una columnata hexástila de dos plantas de estilo neoclásico, que retoma el estilo del pórtico de la base, culminado en 1885. Ese mismo año, decidió finalizar la Mole con una terminación puntiaguda, a medio camino entre el neogótico y el neoclásico. Irrumpió con esto los 90 metros de altura al proyectar una columnata de granito de base circular, la llamada linterna, colocada sobre una base troncocónica, que hizo que el edificio alcanzara los 113 metros de altura a finales de 1885.
El arquitecto diseñó también una aguja de sección octogonal y unos 50 metros de longitud que coronara la linterna. Antonelli trabajó con dedicación en la Mole hasta su muerte, en octubre de 1888.
En febrero del mismo año, antes de su fallecimiento, propuso rematar la aguja con una estrella de cinco puntas, uno de los símbolos de Italia, pero posteriormente se cambió por una estatua que representara a un “genio alado”, uno de los símbolos de la Casa de Saboya.
La sinagoga de Turín, obra construida después de que la comunidad judía debió descartar la obra de Antonelli por su excesivo tamaño y costo
Durante una tormenta, el 11 de agosto de 1904, probablemente un rayo derribó al genio alado, que permaneció en equilibrio sobre la terraza inferior pese a sus 300 kilos de peso; la estatua se conservó en el interior de la Mole.
Sustituyendo al genio alado, a principios de 1906 se colocó una estrella de cinco puntas, de forma similar a la que había originalmente sobre la cabeza del genio. Esta nueva estrella, obra del ingeniero Ernesto Ghiotti, quien era a su vez el jefe de obras públicas del Ayuntamiento de la ciudad, era de cobre y tenía unos cuatro metros de diámetro. La Mole volvió así a tener una altura de 167,35 metros.
A mediados de 1964 se construyó el primer ascensor interno para que los visitantes accedieran hasta el templete, desde el cual se puede disfrutar de una espectacular vista panorámica 360º sobre la ciudad y, si hace buen tiempo, la mirada se pierde hasta los majestuosos Alpes italianos. Desde el año 2000 el interior de la Mole alberga el Museo Nacional del Cine de Turín, parada obligada para los amantes del séptimo arte y quizá, a mi parecer, uno de los mejores del mundo.
Fotos del autor.
Bibliografía consultada