Construir es una energía positiva que se puede aplicar a cualquier situación y que genera por lo general bienestar. Sea construir una frase para enriquecer el texto en un discurso, construir un puente de entendimiento, construir una coalición con propósitos que beneficien una situación determinada.
Así como su nombre lo indica, la Constructora Sambil, a partir de sus edificaciones, inyectó una energía positiva a nuestra querida Caracas. Construyó ciudad, espacios para las diferentes actividades de la sociedad, e imprimió un sello que estará presente por muchos años. Y al timón estuvo Salomón Cohén Z’L.
Resulta difícil escribir algo sobre la vida de Salomón Cohén que no se haya dicho ya en la infinidad de artículos, cartas u obituarios que han escrito representantes de diversos sectores de la sociedad venezolana, periodistas, políticos, profesionales del gremio de los ingenieros, amigos y familiares a raíz de la noticia de su fallecimiento.
Gracias a la gratuidad de la educación en Venezuela, a pesar de venir de una familia humilde, Salomón pudo tener acceso a la universidad y, con su tenacidad e inteligencia, se graduó con honores de ingeniero. Sus colegas lo recuerdan siempre por su capacidad de resolver cualquier problema que se presentara, y de allí quedaron grandes amigos con los que compartió socialmente a lo largo de su vida.
Recientemente se cumplieron seis décadas de la creación de la Constructora Sambil, durante los cuales el éxito, el prestigio y el crecimiento fueron una constante, hasta llegar a ser una de las empresas más conocidas de Venezuela. De esas seis décadas puedo dar testimonio fiel de casi tres, en las cuales me desempeñé como arquitecta jefe de la sala técnica de la empresa.
A título personal, quiero narrar en forma sucinta mis experiencias y vivencias vinculadas con 27 años de trabajo. En el año 1967, a través de una pariente de los Cohén, Salomón me contactó para incorporarme como arquitecta a su empresa, que ya estaba funcionando en el área de la construcción. Para ese momento conformábamos la oficina Salomón, un dibujante, una secretaria y yo.
Salomón ya había construido varios edificios de vivienda de interés social, y quería incursionar en otro tipo de edificaciones. Empezamos con unos edificios pequeños en la urbanización La Florida, y a partir de allí surgieron otras edificaciones en Altamira, La Castellana, Los Chorros; sobre todo la zona noreste de Caracas. Así se fue creando una nueva tipología que manejaba el concepto de propiedad horizontal, y que con el tiempo resultó ser la forma usual en la adquisición de vivienda para la clase media emergente de ese entonces, y que permitía a ese estrato de la sociedad mejorar su calidad de vida.
A través de la constructora, Salomón también levantó edificios de oficinas, centros comerciales, edificios para viviendas de lujo, etc. Se amplió la ambición de la empresa cuando se decidió mudar la sede desde el centro de la ciudad a la Torre La Primera en la Avenida Francisco de Miranda, construida por la propia Sambil; este fue un hito que le permitió contar con más espacio, personal, mejor tecnología y comodidad.
A lo largo de mi trabajo en la Constructora Sambil, siempre me sorprendió favorablemente el afán de Salomón por construir edificaciones que redundaran en una mejor calidad de vida para los usuarios, basado en criterios arquitectónicos de vanguardia y la calidad de los materiales y acabados que utilizaba, sin escatimar en costos para cualquier detalle que mejorara tanto la imagen como el confort. Siempre quería estar orgulloso de sus trabajos, tratando de hacer un aporte a la ciudad y al país al cual debía lo que, en sus propias palabras, había logrado ser: un gran triunfador.
A pesar de mi corta edad en ese tiempo, Salomón y su esposa Dita se atrevieron a otorgarme el proyecto de su casa, en la cual viven todavía y que fue para mí un gran honor y desafío a la vez. Salomón ponía pocas limitaciones a mis proyectos, aunque fuesen ideas nuevas, diferentes conceptos y que no siempre concordaban con lo que se consideraba rentable en ese momento. Aceptaba mis propuestas con amplitud de criterio. Nunca se estancó en una tendencia, ni en experiencias arquitectónicas ya exploradas. Nunca tuvo miedo de ser osado en sus trabajos. Con pasos firmes y con una visión casi profética, logró su cometido.
Así pasaron los años de gran bonanza para Sambil, que fue y sigue siendo el toque de Midas que imprimió Salomón a todo lo que emprendía.
Su trato con la gente siempre fue cordial. Quiero incorporar un toque anecdótico: sin importar el color de la piel de su interlocutor, a todos les decía «catire»; en la cafetería que había en Torre La Primera, Salomón pedía: “Catire, dame un cafecito pero bien bueno”; a lo cual Claudio, mi esposo, replicaba: “El mío puede ser regular”.
Debo reconocer a Salomón que más que un jefe fue un gran amigo. Siempre fue solidario y respetuoso, tanto en el área profesional como personal. Podía contar con él en cualquier situación, y con Dita, su maravillosa compañera, siempre ayudándolo.
Salomón y Dita fueron un gran apoyo para mí, especialmente en los momentos difíciles de mi vida. Con Dita me une una amistad entrañable que valoro inmensamente, y que se ha mantenido incólume a través de los años.
A todos los Cohén, que han seguido los pasos de su padre, les deseo mucha suerte, y muy especialmente a Fanny, Thalma y Carlos, con quienes me une una gran amistad que espero se siga manteniendo en el tiempo.
Con mucha alegría veo que lo que sembró Salomón: valores morales, trabajo, honradez, el no inmiscuirse en situaciones turbias —tan en boga en nuestro país—, respeto por las instituciones y justicia para los empleados, ha sido mantenido por sus hijos que siguen sus pasos, así como la cohesión familiar, que es la mejor enseñanza que se puede dejar como legado.
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