Álvaro Mata
“Maestro de generaciones, modelo a seguir como médico internista y ser humano íntegro”, se lee en el reconocimiento otorgado a este médico en mayo pasado.
Q ue las universidades autónomas venezolanas necesitan un presupuesto mucho mayor que el ínfimo que se les proporciona, es algo que ya sabemos. Pero lo que también necesitan son profesionales altruistas que asuman la docencia con la seriedad y entrega que ella amerita, como un apostolado, casi, pues para nadie es un secreto que la educación es el pilar fundamental de cualquier sociedad medianamente sólida.
Esto es algo que tiene muy claro el doctor Eddie Kaswan, médico internista con más de 55 años de servicio, quien a sus 80 años sigue asistiendo diariamente al Hospital Clínico Universitario para dar sus lecciones, que no están relacionadas solamente con los basamentos de la Medicina, sino que también tienen que ver con la solidaridad y responsabilidad para con el país que lo educó y formó para ser lo que es hoy: un médico admirado y querido por todos quienes han tenido el gusto de conocerlo.
Al doctor Kaswan le duele el país, le duelen los hospitales, y le duele que sus hijos hayan tenido que marchar al exterior en busca de otro destino que la Venezuela de hoy no puede ofrecerles. Pero él sigue aquí, dando su dignísimo ejemplo a quienes decidimos permanecer en estas tierras, porque alguien tiene que quedarse para mantener en pie la digna universidad autónoma venezolana, hoy más que nunca vapuleada por la barbarie.
Por esto, la conversación con el doctor Kaswan se orientó por sí misma hacia la ética y el país, y no tanto hacia los consejos de cómo llevar una vida sana. Porque él sabe que un cuerpo sano con un alma enferma es tan inviable como lo contrario. Escuchemos, pues, a esta rara avis de la venezolanidad que tanto añoramos.
—¿Cómo fueron sus inicios en el mundo de la Medicina?
—Cuando me gradué fui a buscar trabajo, y metí 25 solicitudes. De ningún lado me llamaron. Era muy difícil emplearse. Ahora es otra cosa, porque no hay médicos, se han ido del país. En ese entonces me ofrecieron una cátedra de Bioquímica en la Universidad Central de Venezuela, y a partir de allí me dediqué a la docencia. Toda mi vida he trabajo en la UCV, tengo 55 años allí orientando a los estudiantes, no en el salón, sino directamente en el hospital. Así es como yo hago la docencia. En la universidad teníamos la modalidad de ser profesores y médicos al mismo tiempo, pues veíamos a los pacientes y tratábamos sus enfermedades. Eso es algo que no tienen todas las universidades, sino la Central, y algunas pocas universidades autónomas. Es como una especie de dos por uno: eres el profesor y también eres el médico, haces todas las actividades. Y aunque me jubilé no me fui de la universidad, que es algo que yo critico: muchos médicos jóvenes se jubilan a los 50 años, cuando todavía tienen mucho que dar. Estos médicos deberían disponer de, al menos, tres horas semanales para llenar los espacios vacíos con su buena formación y veteranía. De esa manera, tendrían una obligación, entre comillas, que les satisface a ellos y satisface a la institución. Queremos que esa gente regrese, no por la obligación de la docencia sino por el amor a la institución. Hay que hacer que la gente proteja sus universidades.
—¿Por qué cree que un médico debe estar en los salones de clase?
—En la parte académica aprendes y enseñas. El médico que solo se dedica a la consulta privada se agota muy rápido, no tiene el estímulo de la docencia. Cuando estás en el salón de clase o viendo pacientes, y tienes un montón de jóvenes que están pendiente de lo que tú dices y haces, te preguntan, te mantienes activo, y tienes que estar estudiando constantemente, porque si no los estudiantes te raspan. Pienso que todo ejercicio tiene una parte docente.
—¿Por qué decidió estudiar Medicina y no otra carrera más calmada, menos exigente?
—Me decidí a estudiar Medicina cuando vi a mi abuela muy enferma. Había un médico que siempre iba a verla con su maletín, muy reposado, diría “muy vienés”, quien le tocaba el abdomen y le mandaba algunos medicamentos. Ya no había más que hacer con ella, porque la Medicina para esa época no estaba muy avanzada; pero yo me daba cuenta de que ese médico le daba mucho amor. Mi abuela sufría mucho, y eso me motivó a estudiar Medicina.
“Premio Eddie Kaswan”
“En 1982 empezaron los posgrados de medicina interna; dos años después yo era presidente de la Sociedad de Internistas de Venezuela, y se me ocurrió —viendo que hay un posgrado en el Zulia, otro en el hospital Vargas, otro en el Universitario—que podríamos aglutinarlos para no seguir disgregados. Así que creé las jornadas nacionales, donde cada capítulo (siete en total) hacía un concurso en su grupo y escogía la mejor tesis. Luego, las siete mejores tesis competían para escoger la mejor de todos los posgrados, y todos estaban enterados del trabajo de los demás. Eso se llamó Jornadas de Egresandos de la Sociedad de Medicina Interna de Venezuela. Sorpresivamente, la directiva me retribuyó nombrando esas jornadas “Dr. Eddie Kaswan”, y el ganador del concurso recibe un premio con mi nombre. Eso me satisface mucho”.
—¿En qué consiste el reconocimiento como “Internista del año” que recibió de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna?
—Para mí es como un bombazo de placer, de endorfinas. Nunca pensé que lo mereciera. Pero he cumplido con mi trabajo, sin esperar recompensas. Siempre he estado dispuesto a ayudar, a colaborar, no solo en la parte académica sino en la humana. Pienso que todos deberíamos tener y cumplir con nuestras obligaciones. Cuando pienso en la cantidad de gente que no ha parado de hablar de política durante todos estos años, me doy cuenta de que así el país no avanza.
—¿Cómo apuntalar el maltrecho sistema de salud venezolano?
—Hace falta una buena gerencia. Entender que el problema no se soluciona creando más hospitales, hay que darse cuenta de que el hospital es el fin de la cadena de enfermedades. Cuando se llega al hospital es porque han fracasado los pasos anteriores. Yo incentivaría la formación de estudiantes para cuidados primarios, porque el 75% de las enfermedades se curan solas, pero se necesita un empujoncito para que eso pase, y eso se resuelve en un consultorio. El 20% necesita del médico, y hay un 5% que no se cura. Entonces nosotros tenemos que formar muy bien a los médicos para que puedan curar sin tener que llegar al hospital. Como dice un amigo, el médico internista es el único que sigue trabajando cuando se va la luz, porque no necesitas aparatos, lo único que necesitas es la computadora que tienes en la cabeza. Mientras mejores tu computadora, harás un mejor diagnóstico.
—Hablemos de su familia. ¿Cómo asumen ellos su profesión? ¿Cómo divide usted su tiempo entre ella y los pacientes?
—Siempre me gustó estar con mis hijos, quienes son muy afectivos y cariñosos. Todo el mundo tiene los mejores hijos del mundo, y los míos no son la excepción. Hace 40 años, cada vez que podíamos salíamos de paseo, y los fines de semana, cuando me tocaba visitar pacientes en su domicilio, ellos se venían conmigo y tenían que calarse el tiempo que duraba viendo al paciente. Esa es la parte que a ellos no les gustaba mucho. Lamentablemente, con la actual situación, mis tres hijos se fueron del nido, así que me quedé solo con mi esposa Esther, mi compañera y mi mejor abogada defensora. Juntos, algo que decidimos era que yo debía estar todas las noches en casa, a las 8, para cenar con la familia, y es la mejor resolución que he tomado, porque muchos médicos trabajan hasta las 11 de la noche. Así que estar reunidos en la cena nos permitía conversar, establecer el vínculo y el hábito familiar. Es duro aceptar que tus hijos se van, y eso a causa del país político. Es muy difícil vivir esta época lejos de los muchachos, de nuestros hijos y nietos.
—¿Cuál es su vinculación con el Judaísmo? ¿Cómo lo vive en relación con su actividad profesional?
—Nací judío, no lo escogí, y estoy muy orgulloso de mi Judaísmo. Somos judíos tradicionales, celebramos las fiestas. Atiendo de manera gratuita a los miembros de la comunidad que no pueden pagar, pues la Medicina es una profesión de servicio, no de lucro.
—¿Qué le falta por hacer a Eddie Kaswan?
—Vivir. Siempre tengo cosas que hacer, y cuando estoy en casa leo noticias en internet. También salgo a caminar, me reúno con los amigos, voy a Hebraica, ayudo a los demás. En fin, vivir, pues.
—Algo más que quiera agregar para cerrar?
—¡U-U-UCV!
3 Comments
Muy bueno lastima que este tipo de medicos ya cadi no existen
EXCELENTE REPORTAJE, ORGULLOSA COMO VENEZOLANA DE M+GALENOS COMO ÉL. QUE VICVA MUCHOS AÑOS MÁS
Tuve la suerte de conocerlo excelente doctor,Dios lo bendiga