H ace pocos días se llevó a cabo en el Parlamento Europeo, en Bruselas, una conferencia sobre el futuro de las comunidades judías de Europa; fue una de varias reuniones que, en años recientes, se han enfocado en la situación cada vez más difícil de los judíos europeos. El foro, de dos días de duración, contó con muchos oradores elocuentes, pero ninguno más conmovedor que Jonathan Sacks, ex rabino jefe del Reino Unido, quien llegó al meollo de un asunto que con frecuencia resulta excesivamente intelectualizado.
“Déjenme preguntarles algo: sin importar si ustedes son judíos, cristianos o musulmanes: ¿permanecerían en un país en el que necesitan policías armados para protegerlos mientras rezan?, ¿en el que sus niños necesitan guardias armados para protegerlos en la escuela?, ¿en el que por usar un signo de su fe en público se arriesgaran a ser insultados o atacados?, ¿en el que sus hijos, al ir a la universidad, serían insultados e intimidados por lo que está ocurriendo en alguna otra parte del mundo?, ¿en el que si ellos trataran de exponer su propia visión de la situación se les respondería con aullidos y se les silenciaría?”.
El discurso de Sacks se volvió viral, y la emoción de sus palabras está tocando corazones alrededor del mundo. Pero la pregunta es qué saldrá de ello, y qué ha ocurrido desde que alguien habló y llamó a la acción en la “undécima hora”.
Recientemente ofrecí una serie de charlas sobre cómo es la vida para nosotros aquí en Europa, y aunque sé por experiencia que este puede ser un tema controversial, quedé sorprendida por la cantidad de detractores. Por un lado, europeos y estadounidenses cuestionaron mi descripción e insistieron en que es seguro quedarse; por el otro, los israelíes insistieron en que me vaya, y deje a los europeos enfrentar lo que en Israel consideran las consecuencias inevitables de las decisiones que han tomado.
Esto nos coloca a quienes aún permanecemos en el continente en una posición muy solitaria, buscando aliados donde no los hay, esperando por una justicia que podría nunca llegar.
No digo que no entienda ambas posiciones, porque lo hago, ya sea como reacciones defensivas o como resultado de la ira y la frustración. Muchos de quienes no están directamente afectados buscan desesperadamente una explicación que no implique su culpabilidad o mencione esa horrible palabra, antisemitismo. Para los israelíes es una reacción a haber sido injustamente atacados durante décadas, y antes de eso, haber huido de estas tierras.
Y esa es la causa de que las palabras de Sacks resulten tan importantes y deban ser escuchadas atentamente. Durante los últimos cinco años el antisemitismo ha vuelto a escalar a lo largo de Europa, y el mundo lo ha permitido, posiblemente porque las víctimas son judíos. Sacks ha recordado al público el carácter humano de las víctimas de esos crímenes de odio. Él no se refiere a un sufrimiento específicamente judío, sino de toda la humanidad, preguntando qué haría cada uno si enfrentara el mismo temor al que los judíos se han adaptado.
Europa llevará a cabo una lucha por su alma, si no por su supervivencia, y toda la humanidad comparte la responsabilidad mientras la enfermedad del antisemitismo se extiende una vez más por el continente. Para los israelíes, esto significa prepararse para dar la bienvenida a los europeos sin regocijo y sin rencor; para los europeos significa hacer frente al hecho de que el antisemitismo nunca se fue, sino que vivía entre nosotros porque lo permitimos. No es solo sobre los judíos, sino sobre el mal que se mantuvo vivo durante generaciones; lo que Sacks ha logrado es exigir a los europeos ser algo más que nuestros biógrafos, y a los israelíes ser algo más que una familia distante.
Fue difícil para mí ver a la audiencia dividida en dos facciones, con ninguna de ellas teniendo interés en mi destino. Sacks colocó frente a nosotros la carga de una fe común, aunque todos sabemos que probablemente estamos luchando una batalla perdida.
Si sabemos que Europa caerá, ¿tiene importancia cómo caerá? Bueno, yo diría que importa mucho. Esta puede ser una batalla perdida, pero necesitamos lucharla, y la razón está en un simple pero desgarrador mensaje: “Esto le está sucediendo a los judíos por toda Europa. En todo país europeo, sin excepción, los judíos temen por el futuro de sus hijos”.
Europa debería luchar para que los judíos se queden, e Israel debería luchar para ganarse a los judíos europeos. Ambas partes deberían hacerlo con humildad y con un sentido de lo que se ha perdido. Para nosotros, para ellos y para toda la humanidad.
*Asesora política y escritora sobre temas del Medio Oriente, asuntos religiosos y antisemitismo.
Fuente: Israel Hayom. Traducción NMI.