E l pueblo judío vivió en el exilio durante 18 siglos y fue discriminado, calumniado, humillado y masacrado sin piedad. Las víctimas judías sumaron varios millones. Pero, como se sabe, un día recuperó su tierra, la tierra prometida por Dios, declaró su independencia con la proclamación del Estado de Israel, restauró su dignidad y su derecho a vivir libre y soberanamente.
Desde entonces, como también se sabe, los “pacifistas” de otras naciones tratan de deslegitimar a Israel y cuestionan su derecho a la autodefensa, en vez de cuestionar las 56 tiranías musulmanas que le amenazan, y a otros países no musulmanes que se suman al coro desvergonzado e infame de gobiernos que se denominan democráticos, condición que desdicen con su criticable y condenable actitud. Los enemigos de Israel son seres que enlodan la creación humana, y la finalidad para la que como tales seres fueron creados.
En esta línea antiisraelí y antijudía, en octubre de 2016 la Unesco, por medio de su Consejo Ejecutivo, aprobó una resolución, políticamente sesgada, negadora de la verdad y de la historia, en la que desconoce olímpicamente los profundos y ancestrales lazos, el legado y las raíces históricas del pueblo judío y el Estado de Israel con Jerusalén y la tierra de Israel, al afirmar la monumental falacia de que el llamado Monte del Templo en Jerusalén, capital eterna de Israel y del pueblo judío, es solamente un centro religioso del Islam.
Permítaseme aclarar que la verdad es que la promesa divina se cumplió cuando Josué, el sucesor del máximo profeta Moisés, condujo al pueblo judío, liberado por Dios de la esclavitud en Egipto, a la tierra de Israel. Desde entonces, en Jerusalén, sede del sagrado templo de Salomón, destruido por los babilonios en el siglo VI aec, y del de Herodes, destruido por los romanos en el año 70 y del que se conservó el Muro Occidental, siempre habitaron judíos, así como en la llamada Palestina, después de la expulsión y dispersión. El pueblo judío siempre soñó y anheló el retorno, rezó y continúa rezando en dirección a la Ciudad Santa. El título de propiedad del pueblo judío sobre esa tierra bendita está en la Biblia, la Torá, por dádiva divina, como en su oportunidad dijera Jaim Weizmann, líder destacado del Movimiento Sionista y ex presidente del Estado de Israel, cuando fue interrogado al respecto por el presidente de Estados Unidos de América.
Después de esta necesaria aclaración, sería oportuno preguntarse por qué la Unesco y su Consejo Directivo no aprueban resoluciones condenando la continua destrucción de monumentos y lugares declarados Patrimonio Histórico de la Humanidad, en Afganistán, Pakistán, Libia, Siria, Iraq, así como en otros países, y de libros, manuscritos, grabados y obras de arte de indudable valor histórico en esas naciones y en otras, por las guerras y actos de terrorismo desatados en muchos lugares del planeta.
La historia, la verdad y la honestidad vencerán siempre a la política de la mentira. Tienen mayor poder que los esfuerzos por hacer ver que Israel es una entidad extraña que no tiene lugar en esa región. La tierra de Israel es el Hogar Nacional del pueblo judío, y Jerusalén su capital.
Esa misma historia deja constancia clara e irrebatible de que grandes imperios y varios pueblos desaparecieron como tales. El pueblo de Israel vive. Los judíos no hemos desaparecido, y debo hacer constar que no odiamos, pero no olvidamos.
A través de los siglos, los judíos hemos sido una memoria viviente, un testimonio para el mundo. Somos el “Pueblo del Libro”. Sobrevivimos a lo largo de la historia de la humanidad, de la que fuimos y somos importantes protagonistas.
Representamos la verdad, que es la Torá. Somos portadores de la palabra de Dios y en su santo nombre actuamos. Por eso, defendemos con nuestra voz y nuestro corazón lo que es correcto. Defender nuestros valores y vivir con ellos y nuestros principios éticos es una obligación fundamental. Debemos ser la luz en la oscuridad, y luchar denodadamente para ahuyentar las sombras que se ciernen sobre las vidas de todos los seres de nuestro planeta.
Nuestra misión incluye combatir y derrotar la injusticia, ser y dar voz a los que no la tienen, a los silenciados, estrechar la brecha, el abismo que separa a los seres humanos, no callar para no ser cómplices de la discriminación, de la siembra del odio, de los desalmados, de los que profanan el nombre de Dios y su santidad.
Nuestro credo se basa en la unicidad del Eterno, el amor, la justicia, la paz, la solidaridad, el respeto, la fe, la resurrección de los muertos y la llegada del mesías. El Judaísmo es un himno a la vida. No rinde culto a la muerte.
Que los pueblos del mundo lo sepan y lo reconozcan. Por todo esto, el pueblo de Israel vive y vivirá por siempre.