Juan Gols-Soler
Reproducimos un artículo publicado por el primer director del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik” en la revista Shalom / Paz, que circuló en Caracas entre 1945 y 1946 bajo la dirección de Isaac Hariton y Rubén Merenfeld. El texto reviste gran interés, pues apareció en los días en que el colegio comenzaba a funcionar, y refleja la incertidumbre que al respecto existía en la aún pequeña comunidad judía venezolana, pocos meses después de finalizar la Shoá.
Lamentablemente, Juan Gols-Soler sucumbió poco después a una penosa enfermedad.
A nte la gentil iniciativa de la dirección de la revista Schalom / Paz de Caracas, de dedicar el presente número a la fundación de nuestro querido Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”, he querido, no solo como director del mismo sino en calidad de quien ha tenido el honor de llevar a término todas las gestiones encaminadas a obtener de los organismos competentes del gobierno de Venezuela el debido placet para su inauguración y funcionamiento, dedicar unas líneas a comentar el efecto que ha causado en la opinión pública la noticia de la fundación de una escuela hebrea en Caracas.
Ya desde las primeras conversaciones tenidas hace aproximadamente medio año con el benemérito Dr. León Gruszko, hube de manifestarle mi opinión de que dicha iniciativa habría de ser bien recibida, en general, en este país. La fundación de una escuela nueva siempre ha de ser acogida con complacencia en cualquier país civilizado; y si bien estaba plenamente justificado un cierto temor, una incertidumbre con respecto a cómo caería la idea no solo en los centros oficiales sino entre el público, hay que reconocer que las circunstancias, el clima moral y político del momento, no podían presentarse más favorables a dicha iniciativa.
En efecto, la horrorosa persecución de que ha sido objeto el pueblo israelita por parte de la banda que acaba de rendir cuentas en Núremberg y que estuvo a punto de destruir toda la civilización; los cuadros espantosos y las siniestras escenas presenciados en los cines de todo el mundo después de la caída del nazi-fascismo ítalo-alemán, bajo cuyo sadismo criminal ha sucumbido más de la tercera parte de la población hebrea del mundo, que, en números, representa aproximadamente el doble de la de Venezuela; y, finalmente, el escandaloso espectáculo ofrecido al mundo por el Imperio Británico en el teatro de Palestina, en donde los soldados ingleses, siguiendo el ejemplo y las lecciones de los ahorcados de Núremberg construyen campos de concentración cercados de alambradas de púas con corrientes de alta tensión en el mismo lugar de las mismas víctimas liberadas de Alemania y de Polonia... todo esto ha contribuido a formar el ambiente favorable a cualquier acción beneficiosa para el pueblo de Israel, ya en el sentido de su reintegración a la patria que conquistara hace cuarenta siglos, ya en favor de su cultura, madre indiscutible de la civilización cristiana.
La primera impresión venezolana ante la fundación del colegio hebreo ha sido de sorpresa. Para el venezolano medio los judíos de Venezuela no son gran cosa más que unos comerciantes llegados de lejanos países de la Europa diversa, que no guardan de sus antepasados gloriosos más que la costumbre de acudir, en sus solemnidades tradicionales, al templo con el sombrero puesto y entonar sus rezos mientras su chiquillería juega y corre por su alrededor, con una algarabía completamente ajena a la solemnidad celebrada... La fundación de la escuela ha revelado, pues, que lejos de lo que podía suponerse, la colonia israelita de Venezuela siente tales inquietudes espirituales, que la han llevado al noble gesto que comentamos.
La segunda impresión ha sido de curiosidad: los detalles de su organización a base, fundamentalmente, de personal docente venezolano; el criterio amplio de aceptar en sus aulas a los escolares sin discriminación de sus credos religiosos (y ya se da el caso de asistir a las mismas algún alumno cristiano), el descubrimiento de que el Judaísmo no permite proselitismo de ninguna clase y solo aspira a una comprensión fraternal; todo ha hecho que aquella primera impresión de sorpresa seguida de la de curiosidad se convirtieran en un sentimiento de franca simpatía.
Quiero afirmar de un modo especial, que incluso entre algunas destacadas figuras de la Iglesia Católica he escuchado palabras que reflejaban aquel mismo sentimiento para la iniciativa cultural de la comunidad israelita de Venezuela. Y cuando una fundación como esta nace bajo tan buenos auspicios, no puede seguir otro camino que el del éxito. El Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik” no debe, pues, temer de acechanzas ni de enemigos externos; pero debe contar con la confianza de todos y con el entusiasmo de unos cuántos mientras dure su período inicial que estamos viviendo, es decir, el tiempo durante el cual, a la manera de cualquier ser en su infancia, no puede valerse por sus propios medios.
Como recordamos en días pasados, que si, como reza el viejo proverbio semítico, el ideal de la vida humana en su programa mínimo está en escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo, a la comunidad israelita de Venezuela le cabe el honor de haber fundado una escuela en donde se forjarán los hombres del mañana, conscientes y capaces de llevar a término no solo este ideal sino otro de más vastos horizontes: servir a la patria venezolana en la que han visto sus luces primeras, y laborar con todo el entusiasmo de sus almas por la libertad de Sión, que no solo es la patria gloriosa de sus antepasados sino que, además, es la patria espiritual de todos.
Material obtenido por cortesía de Miriam Feil.