Álvaro Mata
P ara quienes seguimos de cerca el ejemplar trabajo de ese mito viviente para las letras venezolanas que es Elisa Lerner, este ha sido un año festivo, pues tres son las buenas nuevas relacionas con ella: en febrero se hizo merecedora del Premio de Literatura Filcar 2016, que otorga por vez primera el Consejo Superior de la Universidad de Margarita al escritor venezolano más destacado de la literatura contemporánea; acto seguido, la Alcaldía del Municipio Chacao la escogió como la homenajeada en el Festival de la Lectura Chacao, que se realizó en mayo en la Plaza Francia de Altamira; y por si fuera poco, esto coincidió con la publicación de Así que pasen cien años, libro que contiene sus crónicas reunidas.
Este necesario y voluminoso tomo de casi 800 páginas fue publicado por los noveles editores de Madera Fina, y su mayor mérito, aparte de imprimir en un país donde tal verbo últimamente se conjuga en tiempo pasado, es contener una de las prosas más finas escritas en el siglo XX venezolano, amén de mostrar lo milagrosa que puede llegar a ser una frase bien dicha, cuidadosamente tejida, capaz de hacer crepitar en nuestros labios el fuego del idioma español.
Y es que desde su inicial Una sonrisa detrás de la metáfora, del año 1968, hasta su fundamental En el entretanto, publicado en el 2000, año en que se le otorgó el Premio Nacional de Literatura, la obra de Lerner ha dibujado un impecable arco vital y estilístico que no puede dejar incólume a quien la lee. Se trata de una fiesta del lenguaje que invita a cualquier venezolano preocupado por el país y por la cultura a celebrar el triunfo de la dignidad y la elegancia, de la mesura y la pasión. Y con una compañía así, no digo que sean cien los años que pasemos junto a esta escritura y en compañía de esta mujer “bella de inteligencia”, sí, pero también bella de una fina y desusada sensibilidad que evoca lo mejor de nuestro país.
Entremos, pues, al mundo de Elisa Lerner.
—Con una prosa poseedora de altos vuelos poéticos, es imposible no preguntarse por qué no ha dado a las prensas algún libro de poemas, o al menos preguntarse si practica el “género” a puertas cerradas… Además, ya ha publicado ensayos, crónicas, dramas, narraciones cortas, y hasta una novela.
—Yo sí escribí poesía, pero cuando estaba muy joven. Fue lo primero que me publicaron, a los 16 años: un pequeño poema en prosa en el suplemento literario de El Heraldo, que era importantísimo; pero eso fue por casualidad, y no guardo el texto. Después escribí tres o cuatro más en la adolescencia, pero eran poemas sentimentales. Luego me fui hacia lo narrativo. Elizabeth Schön, cuando leyó mi libro Homenaje a la estrella, publicado en 2002, me preguntó por qué no escribía poesía, y yo le respondí que porque no puedo, porque a mí se me da la escritura de esta manera como mixta: de pronto puede ser poética, y de pronto puede aparecer un aforismo, una metáfora; pero en la que, sobre todo, está siempre presente un personaje. Yo necesito a los personajes. A lo mejor por eso escribo prosa, porque el personaje está muy ligado a lo que yo escribo. Creo que, en ese sentido, respondo mucho a una tradición coloquial, porque el personaje siempre surge como de un coloquio con la vida.
—Ramón J. Velásquez dijo que usted “era descubridora de ángulos inéditos e insólitos de la vida venezolana, vistos con los ojos milenarios de su raza”. ¿Cree usted que su Judaísmo implica una manera de leer el mundo y, por extensión, de escribir?
—Lo judío está muy presente en mi escritura. Eso se puede comprobar en algunas crónicas reunidas en Así que pasen cien años. Por ejemplo, en Carriel para la fiesta aparece una que desde hace años ha sido muy leída, donde recuerdo a mi gran amiga de infancia Lili, quien en realidad se trata de Lili Laufer de Lustgarten, una persona nobilísima y muy inteligente, a la cual le debo muchas lecturas, porque a ella le regalaban en los cumpleaños unos libros maravillosos que luego me prestaba. También he escrito dos textos sobre la gran Dita Cohen, y en uno de ellos recuerdo a su hermana Marianne. Igualmente, en otro evoco mi infancia, y recuerdo a la mamá y a la tía de Ben Amí Fihman pasando por mi calle. Y es que el ser judío es alguien que se está siempre recordando a sí mismo, como pueblo.
Lo judío está presente, a veces sin tener que nombrarlo, en lo que llaman mi ironía, esa que algunos dicen es cervantina, y ojalá sea así, porque la ironía cervantina es la más maravillosa, clemente, compasiva. Aunque yo creo que mi ironía es más inmadura. Pero la ironía es parte del mundo judío, que la ha necesitado como para vivir entre dos mundos: en su mundo ensimismado, y en un mundo más exterior, en el que tuvo que entretenerse con esa ironía inmediata que era la negociación, y el teatro también.
—En entrevista con Susana Rotker, usted afirma que “En mi sentido del humor está manifiesta mi sensibilidad de judía dentro de la sociedad venezolana”. ¿Podría ampliar esta idea?
—El tiempo son aguas constantes pero cambiantes. Lo que yo dije un día, fue lo que yo creía en ese momento. Pero de eso han pasado más de 30 años. Ya no soy la misma, pienso de otra manera. Es como verte frente al espejo: ves el mismo, pero tú, con las aguas de tu vida, cambias el espejo. Así que no podemos volver a lo que yo dije hace más de 30 años, porque a lo mejor ya eso no sirve para hoy. Algunas cosas sí funcionan y otras no. Algunas aguas permanecen iguales, y otras viajan un poco más hacia el océano.
—Usted es egresada de la Escuela de Derecho de la UCV. ¿Dónde está la abogada en la Elisa Lerner escritora que leemos? ¿Existe esa abogada?
—De alguna manera, sí. Es la que aboga por la belleza, a la que le importa su país, la que sigue ilusionada con la democracia y la libertad. Nunca he sido una abogada profesional, de la academia. Como mucha gente que se gradúa de Derecho, no he ejercido. Hice una especialización en Adopción y Prevención en Delincuencia Juvenil. Trabajé dos o tres años en el Banco Obrero con programas de prevención, pero luego no seguí, porque mi médico consideró que por mi problema de salud no debería trabajar en cosas en las que la realidad me produjera tensiones adicionales a las cotidianas.
Así que pasen cien años
Se trata de un volumen de 784 páginas que compendia toda su producción como cronista: Una sonrisa detrás de la metáfora (1969), Yo amo a Columbo o la pasión dispersa (1979), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (1997) y En el entretanto (2000). El tomo incluye, asimismo, un conjunto de textos publicados originalmente en libros colectivos o en publicaciones periódicas, y cierra con una crónica escrita especialmente para la presente ocasión.
En relación a la publicación, Lerner comenta: “Me gustaría que la gente de la comunidad judía comprara mi libro, no por mí, sino porque la única forma de conocerse un pueblo, que está tan orgulloso de sus orígenes, es estando próximo a sus escritores. De esa manera se conocerán, y conocerán a Venezuela a través de la pluma de alguien que viene de un hogar judío como ellos. Ya basta de decir: ‘Esta es una escritora judía’, sin siquiera haberla leído. Además, creo que es una manera de ayudar a hacer madurar la ciudadanía cultural en el país, pues sin una ciudadanía cultural sólida no vamos a tener una democracia verdadera”.
“También me gustaría agregar algo. Para la edición del libro pedí expresamente a los editores no buscar ayuda económica en la comunidad hebrea, para no quedar como una persona que está aprovechándose de su origen, pidiendo ayuda para sacar su libro. Pero hubo un cambio de editor, quien no estaba al tanto de mi petición. Y cuando vi el libro impreso y leí el nombre de Paulina Gamus como donante, ¡me puse fúrica! Pero, bueno, Paulina, para mí, es una hermana. Sin embargo, así como nunca he querido aprovecharme de ninguna ayuda o subvención en la comunidad para ningún libro mío, sí me gustaría que lo compraran y lo leyeran”.
—¿Un libro?
—Habla, memoria, de Vladimir Nabokov. Un autor muy poético, y de una prosa bellísima.
—¿Una película?
—Ojos bien cerrados, de Stanley Kubrick.
—¿Una comida?
—Siempre que sea una comida sana y buena... Pero sí te puedo decir el risotto con champiñones.
—¿Una ciudad?
—Caracas, finalmente…
—¿Un personaje histórico?
—Winston Churchill.
—¿Una época de la humanidad?
—Yo prefiero esta porque es en la que vivo.
—¿Un artista plástico?
—Mark Rothko.
—¿Un cantante?
—Charles Trenet.
—¿Un perfume?
—Ay, bueno, mira, cualquier colonia francesa. Pero también me gusta un agua española que ya no viene aquí, de Loewe.
—¿Un placer culposo?
—Dormir.
—¿Una mesa?
—Una mesita blanca del cuarto de las niñas en la casa nuestra del Centro.
—¿Una lectura para estos días?
—Ahorita estoy terminando de leer The night, de Rodrigo Blanco Calderón, luego leeré el libro de frases de Luis Yslas. Y siempre me sostiene la lectura de Cervantes.
—Hoy, ¿para qué sirve escribir en Venezuela?
—Siempre ha servido para algo. En medio de la oscuridad, es la mayor ilusión para lo claro. Es una noble fantasía, y creo que no siempre es una fantasía. O esa fantasía creo que cada vez llega más a los jóvenes, a gente que incluso mantiene la afabilidad y la juventud de su corazón, que son quienes siempre leen.
—Para quienes nos atrevemos a balbucear algunas cuartillas, ¿qué consejo tiene para darnos usted, dueña de una de las prosas más ricas, y enriquecedoras, de nuestro panorama literario?
—Primero, no me lisonjees, que me lo voy a creer. Y segundo, atrévanse. Hablando de mi experiencia: mi taller ha sido un poquito de soledad. Las experiencias nutren, es decir, trabajar en algo que te guste te enriquece. La metáfora no viene de la nada; la metáfora viene de la vida, de la experiencia, del vínculo con el mundo, con lo más entrañable que tiene el hombre. Pero uno debe buscar su pequeña disciplina de soledad, para leer un poco, para escribir un poco, y ser asiduo a esa disciplina. Simplemente. Y a veces es bueno tener amigos, uno o dos, que también estén en esa ilusión de la escritura. Porque no son buenos los caudillismos culturales tampoco, uno no debe creerse el único. Creo que una de las cosas más importantes ahora en el país, es que hay una comunidad cultural. En mi generación, fue muy importante para crear vocaciones el diario El Nacional de Antonio Arráiz y de Miguel Otero Silva, lo mismo que la Revista Nacional de Cultura, creada por Mariano Picón Salas. Y también las revistas de los años 60. Creo que en las generaciones posteriores las escuelas de Letras han cumplido una misión muy importante, han tenido profesores que son verdaderos maestros, y de allí ha surgido una serie de personas que también son profesores más jóvenes, escritores, poetas, editores, grandes correctores, gente importante para la creación literaria, para la edición y para la discusión. Todo eso ha hecho una comunidad cultural en el país.
—¿Cómo recibe los dos merecidos reconocimientos de los que se ha hecho merecedora este año?
—Recibo estas distinciones como un reconocimiento, no para mí, sino que las recibo en compañía. Pienso en Oswaldo Trejo, quien fue mi primer amigo escritor, en los años 50; también en Orlando Araujo, en gente que ha sido generosísima conmigo. Pero pienso, sobre todo, en dos personas: Salvador Garmendia y Eugenio Montejo. Así que estos reconocimientos los recibo como si fuera un premio para ellos.
—Usted ha dicho que “ha seguido muy al caletre” su proyecto de vida, tal como Simone de Beauvoir. ¿Qué le falta por hacer a Elisa Lerner en ese, su proyecto de vida?
—¿Yo dije eso de lo de Simone de Beauvoir? No recuerdo. Pero lo que te puedo decir es que, a mi edad, la única manera de entretener las limitaciones que ello conlleva es mientras se pueda escribir un poco.
Sobre la prensa
“El mundo racionado del perezjimenismo era racionado pero no razonable. Los grifos de la dictadura fueron como pequeñas cabezas guillotinadas: de ninguna manera podían ofrecer aguas vastas y fluidas de comunicación. Pero a veces, con alguna frecuencia, nuestra maltratada juventud se solazaba al leer la firma de un escritor de prestigio. Una clave irónica de libertad y de lucidez, entre las noticias desalmadas o ausentes.
Para nada añoro la prensa tutelada e hipócrita de las dictaduras. Pero no me entusiasman los periódicos de la democracia, con papel sangrante, como el que nos ofrecen las carnicerías de las primeras horas matutinas. Soy partidaria de la libertad de prensa. Pero, con matices de palabra bien escrita y honradamente interpretada”.
“Una vieja noticia de prensa: ágape de intelectuales” (1993).
Tomado de En El entretanto (2000)
“Ruth ha sido muy importante para mi carrera. Ella siempre consideraba que yo no escribía lo suficiente, que no había terminado mi primera novela, lo cual es verdad; y la enfermedad de ella, y luego su ausencia, me hizo terminar una novela y después otra. Ella fue muy importante para mí en mi infancia, en mi adolescencia, en mi primera juventud. Y creo que en mi vida. El conocimiento de la vida venezolana se me hizo más rápido, más sabio, gracias al privilegio de tener una hermana como Ruth. Realmente, un personaje inolvidable al cual le debo muchísimo. Las grandes conversaciones con mi hermana tuvieron lugar en la infancia y la adolescencia, y ya un poco al final, en sus últimos momentos de lucidez, antes de enfermarse. La depresión la llevó a la enfermedad del olvido”.