D urante la construcción del tabernáculo y su candelabro de oro ocurrió un episodio curioso. Dios describió el intrincado diseño de la menorá a Moisés, pero Moshé no entendió. Dios se lo explicó nuevamente, dibujó el diseño, e incluso se ofreció a ayudar en su construcción, pero fue en vano. Al final, Moisés arrojó el oro al fuego y el candelabro surgió de él, milagrosamente.
Dios debe haber sabido que eventualmente él lo construiría, así que ¿por qué le pidió a Moisés que lo elaborase? Se puede hacer una pregunta aún más sencilla: ¿qué era tan difícil sobre el diseño, que Dios, el más excelso de los maestros, no podía hacer que Moisés, el mejor de los estudiantes de todos los tiempos, comprendiese? Moisés realmente entendió muy bien el diseño. Constaba de siete brazos y cuarenta y nueve adornos. Lo que no comprendió fue por qué estos componentes separados estaban destinados a ser tallados de una única pieza sólida de oro. La idea de que la pluralidad y la singularidad pueden compaginarse desafía la lógica humana.
Los místicos ilustraron que las siete ramas y los cuarenta y nueve adornos de los candelabros corresponden a las siete semanas y cuarenta y nueve días, entre Pésaj, cuando nuestros antepasados fueron redimidos de Egipto y Shavuot, momento en que recibieron la Torá en el Sinaí.
La Torá nos enseña a contar los días de este período de siete semanas. Siete semanas equivalen a cuarenta y nueve días, pero en un versículo diferente, la Torá nos instruye a contar cincuenta días. ¿Cómo podemos contar cincuenta días en un período de cuarenta y nueve? Los místicos dicen que el quincuagésimo día fue contado por Dios cuando nos entregó la Torá. Recibir la Torá requiere de cuarenta y nueve niveles de preparación. Solo después de completarlos somos dignos de elevarnos al cincuentavo, la Torá, que Dios nos otorga desde lo alto.
Cada ley en la Torá contiene una erudición tan compleja que puede ser entendida de cuarenta y nueve perspectivas diferentes. Requiere una tremenda diligencia comprender e internalizar esa profundidad. Demanda búsqueda para crecer día a día, hasta que alcancemos la más alta sabiduría accesible a la mente humana. El recuento de cuarenta y nueve días representa esa búsqueda.
Hay otro elemento en la Torá que está más allá de nuestra comprensión intelectual, a saber, Dios, su autor. La información de la Torá puede ser entendida intelectualmente, pero conectarse con el autor requiere humildad.
El quincuagésimo día, el día que solo Dios puede contar, representa el aura divina de la autoría de la Torá. Este es un elemento que no podemos contar para nosotros, es un elemento que nunca entenderemos. Sin embargo, si contamos a lo largo de cuarenta y nueve días, si nos aplicamos a las cuarenta y nueve perspectivas de la Torá, Dios nos otorgará desde los cielos la quincuagésima configuración.
Cuando llegamos al quincuagésimo día, adquirimos una perspectiva completamente nueva. Entonces nos damos cuenta de que las cuarenta y nueve perspectivas no son únicas entre sí, de hecho, todas ellas fluyen de un fundamento común, un único núcleo de sabiduría divina que brilla a través de un prisma de cuarenta y nueve colores. No podemos llegar a esta sabiduría por nuestra cuenta, la recibimos de Dios, quien nos la otorga desde lo alto.
Si el objetivo del estudio de la Torá es conectarse con su autor, y si tal conexión nunca puede ser alcanzada por nuestro propio conocimiento, pero debe ser otorgada desde arriba, entonces ¿por qué, en primer lugar, debemos estudiar la Torá? ¡Que Dios nos lo proporcione! En otras palabras, ¿qué hacen los cuarenta y nueve pasos si no logran catapultarnos al quincuagésimo? Nos convierten en receptores. Dios no quiere académicos, él requiere estudiantes. No desea maestros consumados, quiere almas elevadas. No quiere nuestra profunda comprensión, quiere nuestras personalidades trasformadas.
El propósito de Dios es que nos convirtamos en vasos comunicantes de su santidad, y para ello debemos aplicarnos. El trabajo, el anhelo, la desesperación y el deseo sincero de Dios es lo que convierte a un ego en un recipiente. Esto se logra durante los cuarenta y nueve días.
Los cuarenta y nueve adornos del candelabro eran hermosos y significativos. Sus formas graciosas, su simetría fluida, su significado profundo y su valor metafórico inspiraron a Moisés con una gran pasión. Cada uno era significativo, cada uno contribuyó, cada uno mereció su propio lugar.
¿Por qué deben ser esculpidos con una pieza de oro sólido?, gimió su tierna alma. ¿Por qué manchar su belleza distintiva por la uniformidad de un único fragmento? Los adornos eran únicos y Moisés se afligió por un pluralismo que él sentía debería haber sido ensalzado.
El pluralismo y la singularidad son polos opuestos y solo Dios puede compaginarlos. Moisés entendió los cuarenta y nueve adornos, pero la única pieza de oro del que fueron labrados fue el secreto del quincuagésimo, un secreto que solo Dios podía entender.
Ninguna explicación podía hacer que Moisés entendiera; sin embargo, Dios trató de explicárselo y Moisés trató de comprenderlo una y otra vez. Esta diligencia fue el verdadero sello de Moisés, y en su mérito Moshé se convirtió en el conducto de Dios para la luz de los candelabros y para la luz de la Torá.
Esto es por lo que pido a mis congregantes reclutar a sus amigos para el minián. Quizá no puedan reunir muchos amigos, pero sé que sus esfuerzos les ayudará a apreciar e identificarse con el minián. Quién sabe, quizá hasta respondan con entusiasmo la próxima vez que se les requiera asistir a los rezos.