Ver más resultados...
Salomón Baum
salbau@me.com
E n Israel existe una amarga polémica entre el Judaísmo reformista y conservador por un lado, y el Judaísmo ortodoxo (haredim) por otro. La disputa se debe a dos asuntos relacionados con la religión: la oración de ambos sexos en el Kótel (Muro de los Lamentos) y la posibilidad de certificación rabínica de quién es judío.
Sin entrar en detalles sobre la disputa en sí, o sobre los acuerdos aprobados por el gobierno de Israel y luego desconocidos, es quizá mucho más importante considerar las implicaciones para el mundo judío en general.
El tono de las recriminaciones entre ambas partes, las acusaciones y, sobre todo, las descalificaciones, han llegado a un nivel nunca visto, por lo cual se plantea por primera vez un cisma de enorme importancia entre el Judaísmo de la diáspora y la colectividad judía de Israel. La pregunta que todo judío debe hacerse en este momento es si las causas de la discusión pueden ser tan importantes como para permitirnos llegar a un punto de rompimiento que tendría implicaciones incalculables.
Lamentablemente, la política en el Estado de Israel, en cuyo gobierno participan partidos que representan sectas religiosas, es el detonante principal de la crisis. Grupos minoritarios religiosos, que conforman la coalición, tienen un poder e influencia en las decisiones que sobrepasa por mucho el porcentaje que representan de la población de Israel y el mundo judío en general. Es inevitable que situaciones de este tipo, que contradicen la lógica y la justicia, provoquen en algún momento graves conflictos en una sociedad, y son sin duda una de las mayores debilidades de los sistemas democráticos de gobierno. En este caso particular, ello se debe a que en Israel la política y la religión no están separadas como en la mayoría de las democracias occidentales.
Se puede plantear una discusión interminable sobre si los “padres fundadores” del moderno Estado de Israel tenían o no razones para permitir que la religión formara parte de la política; pero lo que sí parece evidente a raíz de esta disputa es que 69 años después de la refundación del Estado debería plantearse de nuevo este tema que, por cierto, tiene mucho que ver con la definición de a quién se puede calificar como judío. Hoy podemos decir que este asunto tiene tanta importancia que su falta de definición, clara y objetiva, nos puede llevar a la destrucción del Tercer Templo aun antes de haberse iniciado su construcción, y por las mismas causas que llevaron a la destrucción de los dos Templos anteriores.