A diferencia de los cristianos occidentales, los cristianos del Medio Oriente nunca trabaron amistad con los judíos, pero el auge del islamismo ha llevado a algunos a ver a Israel como el enemigo proverbial de su enemigo
En su visita al Medio Oriente en enero pasado, el vicepresidente estadounidense Mike Pence planeaba reunirse con los líderes cristianos locales y hacer seguimiento de la promesa que había hecho apenas unos meses antes a las comunidades cristianas que sufrían en Iraq y Siria: “la ayuda está en camino”. Para su consternación, ni un solo líder cristiano aceptó reunirse con él. La razón: el anuncio de la administración de Trump de que mudaría su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén.
Pocos casos en la memoria reciente ilustran tan crudamente la brecha entre los cristianos estadounidenses y los del Medio Oriente como el contraste entre el entusiasmo por la mudanza de la embajada, expresado por los cristianos evangélicos de EE. UU., y la ira de sus correligionarios de las tierras árabes. Además de esta diferencia en las actitudes ante el Estado judío, existen actitudes fundamentalmente diferentes ante los propios judíos.
Los principales cambios que tuvieron lugar en la relación de las iglesias occidentales con el judaísmo —algunos a raíz del Holocausto, y otros que se remontan a la Reforma Protestante— nunca ocurrieron en las iglesias orientales. El clero del Medio Oriente no habla de una tradición «judeocristiana» o de una relación especial con los judíos, ni siquiera de la necesidad de distanciarse a sí mismos y sus rebaños del antisemitismo histórico. Por lo tanto, la última manifestación de armonía judeo-cristiana —Evangelius gaudium del papa Francisco en 2013, en la que escribió que “la Iglesia cree que el judaísmo, la respuesta fiel del pueblo judío al pacto irrevocable de Dios, es salvífico para ellos, porque Dios es fiel a Sus promesas”— es simplemente inimaginable en el oriente. Aún menos imaginables son los motivos y las convicciones que han llevado a tantos evangélicos estadounidenses a apoyar a Israel.
En su mayor parte, el cristianismo del Medio Oriente ha rechazado Nostra Aetate, la declaración del Concilio Vaticano II que condenó el antisemitismo y exculpó al pueblo judío de responsabilidad colectiva por la crucifixión de Jesús. En cambio, las teorías de conspiración antisemitas, que abundan hoy en día en el mundo islámico, también encuentran terreno fértil entre los cristianos de Oriente Medio. En años recientes, un sacerdote copto egipcio consiguió escribir sobre los peligros que, como suposición, representaban para su iglesia los judíos y masones controlados por los sionistas; el obispo de la Iglesia Ortodoxa Siria en el Líbano, citando como evidencia Los Protocolos de los Ancianos de Sión, culpó a los judíos por las guerras civiles y la violencia que arrasaron el mundo árabe; y el patriarca católico melkita griego en Iraq atribuyó un ataque terrorista mortal en 2003 a «una conspiración sionista contra el Islam».
La sabiduría convencional sostiene que detrás de tales actitudes se encuentra el conflicto árabe-israelí, ya sea porque los cristianos del Medio Oriente se ven a sí mismos como árabes y, por tanto, se alían automáticamente contra Israel y los judíos, o porque como minoría religiosa vulnerable temen provocar la animosidad de sus amos musulmanes antiisraelíes y con frecuencia antisemitas. Pero estas explicaciones, aunque cuentan parte de la historia, de ninguna manera la explican toda. No solo hay factores históricos y teológicos más profundos en juego, sino que las actitudes ante los judíos e Israel son a la vez más intrincadas y más contradictorias de lo que podrían parecer a primera vista.
Cualquier examen de este tema se complica por el mosaico multicolor que es el cristianismo del Medio Oriente. Si bien la Iglesia Católica Romana y varias denominaciones protestantes tienen presencia en la región, la mayoría de los cristianos locales pertenecen a alguna de las docenas de iglesias nativas ortodoxas que se separaron del cristianismo europeo como resultado de los debates teológicos del siglo V, o el gran Cisma Oriental-Occidental del año 1054.
En términos generales podemos discernir tres grupos principales. Las iglesias ortodoxas orientales, por ejemplo la iglesia copta que predomina en Egipto, están en comunión entre sí pero no con las iglesias europeas más importantes. Luego están las iglesias ortodoxas orientales de Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Finalmente, y en menor número, existen las iglesias católicas orientales, de las cuales la más importante es la iglesia maronita del Líbano.
Tampoco las iglesias nativas se dividen claramente a lo largo de líneas geográficas. Los cristianos sirios están divididos entre las iglesias ortodoxas orientales y la iglesia siríaca oriental, mientras que la mayoría de los cristianos iraquíes son caldeos católicos o asirios. En particular, los cristianos maronitas, coptos y asirios no se consideran a sí mismos árabes, a pesar de ser el árabe su idioma principal, en contraste con muchos cristianos sirios, israelíes y palestinos que sí se identifican de ese modo.
Sin embargo, históricamente hablando, ciertos patrones comunes emergieron desde un principio en la relación entre los cristianos del Medio Oriente y los judíos. Padres de la Iglesia como San Juan Crisóstomo, San Jerónimo y San Efrén, emitieron diatribas culpando a los judíos por la crucifixión o condenándolos como herejes. Aunque esto fue similar a lo que sucedía en Occidente, en el Oriente también estaba en juego un problema regional en el que una mayor presencia judía dio lugar a animosidades competitivas.
La tensión era quizá más clara en Alejandría, hogar de una importante comunidad judía. Allí, los continuos enfrentamientos entre las comunidades llevaron finalmente a que el papa Cirilo de Alejandría expulsara a los judíos de la ciudad en el año 415. Esta rivalidad entre cristianos y judíos también debe verse en el contexto de una lucha aún mayor entre la Iglesia y las autoridades civiles. Por lo tanto, una respuesta de los cristianos al apoyo del emperador Juliano el Apóstata para reconstruir el Templo en Jerusalén fue volcar la ira contra los judíos locales.+
La situación se volvió aún más compleja tras las conquistas islámicas del siglo VII, cuando tanto judíos como cristianos se convirtieron en minorías vulnerables. Bajo el Islam, ambos grupos fueron vistos como dhimmis, tolerados pero sujetos a un complejo sistema de políticas discriminatorias que incluían un impuesto especial (jizya), vestimentas distintivas y prohibiciones de montar a caballo y portar armas. Algo que contrarrestó este duro patrón de discriminación fue la necesidad que tenían varios califas y gobernantes locales de los talentos de algunos judíos y cristianos, que así ascendieron a posiciones de alto nivel en los gobiernos musulmanes. Por desgracia, la escasez de tales oportunidades solo reforzó la competencia entre ambas comunidades.
Como ejemplo, un califa fatimita relativamente tolerante, al-Mu’izz li-Din Allah (969-973), fue anfitrión de disputas religiosas en las que su visir, un judío convertido llamado Yacoub ibn Kalas, se enfrentaría con el obispo copto Severo Ibn al-Muqaffa. En uno de esos debates, Ibn Kalas citó a Mateo 17:20: «Si tienes una fe tan pequeña como una semilla de mostaza, puedes decirle a esta montaña muévete de aquí para allá y se moverá», desafiando a su interlocutor cristiano a que lo demostrara. Milagrosamente, según la historiografía copta tradicional, la montaña se movió, salvando así a la comunidad copta de las terribles y quizá fatales consecuencias que de otro modo podría haber sufrido.
Dejando a un lado la historicidad de este detalle, cabe destacar que los relatos coptos atribuyen el espíritu anticristiano del visir no a su religión adoptada del Islam, sino precisamente a su judaísmo. En este sentido, tipifican la representación, en las historias de la iglesia oriental, de la lucha entre las comunidades cristiana y judía por las migajas que les arrojaban sus gobernantes musulmanes.
Junto con los factores históricos y sociales que han sido instrumentales en la configuración de las actitudes cristianas, la teología también ha desempeñado un papel durante mucho tiempo. Hasta el día de hoy, un elemento central en la enseñanza de las iglesias del Medio Oriente ha sido la llamada teología del reemplazo: el concepto —abrogado formalmente, como hemos visto, tanto por la Iglesia Católica moderna como por muchos teólogos protestantes— de que los cristianos reemplazaron a los judíos como los “elegidos de Dios”. En 1977, en una visita a Estados Unidos, al papa copto Shenouda III lo interrogaron sobre este punto durante una visita privada al presidente Jimmy Carter. Como más tarde relató en sermones, la respuesta del Papa fue rápida y decidida: «Si ellos son el pueblo elegido de Dios, ¿quiénes somos nosotros?».
La teología del reemplazo también ha encontrado expresión en la práctica, por ejemplo en la persistencia generalizada de la circuncisión, un ritual rechazado por los primeros cristianos pero mantenido por la iglesia copta y su iglesia hija en Etiopía. Aunque la influencia islámica también se puede detectar aquí, la visión de la iglesia copta de sí misma como el nuevo Israel es también un factor significativo.
Esto no quiere decir que toda la teología cristiana oriental sea antijudía. Al igual que algunos evangélicos en otros lugares, algunos cristianos del Medio Oriente creen que el regreso del pueblo judío a Tierra Santa marca el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham, y que la reconstrucción del Templo desempeñará un papel en la Segunda Venida. El difunto obispo copto Gregorio, a pesar de su antagonismo ante el Estado de Israel como tal, fue un destacado exponente de esta opinión.
A finales del siglo XIX, un nuevo factor afectó la visión de los cristianos del Medio Oriente sobre los judíos: la importación del antisemitismo europeo. Como señala Bernard Lewis en su libro Semitas y antisemitas, los musulmanes, a diferencia de los cristianos, nunca habían visto al judaísmo como una amenaza o rival importante. No fueron los musulmanes, entonces, sino los cristianos levantinos quienes primero trajeron el antisemitismo moderno a la región, décadas antes de que los muftíes de Jerusalén o los fundadores de la Hermandad Musulmana comenzaran a incorporar propaganda nazi en sus escritos. Nabil al-Hajj, el autor del primer libro antisemita que apareció en árabe, Los secretos de los judíos, desenmascarados (1893), fue un cristiano levantino. También lo fue el padre Antun Yassin, quien preparó la primera traducción de Los Protocolos de los Sabios de Sión al árabe en la década de 1920.
Los puntos de vista de Hajj, Yassin y otros estuvieron influenciados de forma decidida por los escritos y la prédica de los misioneros católicos a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, especialmente cuando, durante el caso Dreyfus, surgió una gran cantidad de antisemitismo clerical específicamente francés. Otra influencia clave se originó en la Rusia zarista, donde tanto el gobierno como la Iglesia ortodoxa rusa se interesaron especialmente en los cristianos ortodoxos otomanos. Con su propia y larga historia de antisemitismo, la Iglesia ortodoxa rusa estaba particularmente preocupada por los judíos en este punto, y difundió sus ideas sobre ellos entre sus nuevos fieles otomanos. Afortunadamente, gracias a las divisiones teológicas, ninguna relación de este tipo se forjó con los coptos o miembros de otras iglesias orientales.
Por último, llegamos al papel frecuentemente citado del conflicto árabe-israelí. Los cristianos del Medio Oriente están inundados por narraciones implacablemente antiisraelíes y antisemitas, recibidas en sus hogares, escuelas y medios de comunicación, al igual que sus compatriotas musulmanes. La disidencia de esta cosmovisión puede dar lugar al ostracismo social o incluso al peligro físico. Y si eso es cierto para los cristianos de alto rango, lo es aún más para sus líderes religiosos, quienes, al verse a sí mismos como responsables del bienestar de sus comunidades, temen poner a sus seguidores en riesgo si se desvían de la línea oficial o del consenso popular.
El papa copto Shenouda III, consciente de estas circunstancias, justificó su decisión de prohibir las peregrinaciones a Tierra Santa diciendo: «Los coptos no se convertirán en los traidores del mundo árabe». Y esto ocurre en Egipto, país que tiene relaciones diplomáticas con Israel. En pocas palabras, en el ambiente político actual del Medio Oriente, ser visto como pro-israelí equivale a una sentencia de muerte.
En la Tierra Santa misma, las tensiones son aún más palpables. Tanto los israelíes cristianos como los cristianos palestinos están profundamente afectados por el conflicto, cuyo impacto no se limita al escenario político sino que se manifiesta en encuentros diarios con el gobierno israelí o con israelíes individuales. Un ejemplo reciente fue la disputa legal sobre los ingresos de la iglesia en Jerusalén; otra, que va más allá de las fronteras de Israel, es la querella entre los coptos y el gobierno israelí sobre el monasterio de Deir al-Sultan, en el techo de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, cuyo control es reclamado por las iglesias coptas y etíopes.
Sin embargo, también en este frente, las opiniones de los cristianos del Medio Oriente no son totalmente monolíticas ni uniformemente hostiles. El padre Gabriel Nadaf ha liderado un movimiento entre los cristianos israelíes para rechazar la identidad árabe (sus seguidores se llaman a sí mismos arameos), cumplir el servicio militar y asumir un sentido de orgullo por su país. Además, para algunos cristianos fuera de Israel, el odio a los palestinos supera el odio a Israel y los judíos, una actitud compartida incluso por algunos musulmanes. En Egipto, la decisión del presidente Anwar Sadat a fines de la década de 1970 de hacer las paces con Israel coincidió con una campaña oficial de los medios de comunicación contra los árabes palestinos, representándolos como no merecedores de apoyo, traidores a su propia causa y fuente de los fracasos económicos de Egipto. De manera similar, muchos cristianos maronitas ven a los palestinos, que lucharon contra ellos durante la guerra civil libanesa, con una hostilidad implacable.
Esto nos lleva a un punto más amplio: muchos cristianos del Medio Oriente nunca se sintieron cómodos con la naturaleza árabe-islámica del conflicto con Israel, por la sencilla razón de que no se consideran a sí mismos árabes, y mucho menos musulmanes, y no dejan de percibir que a menudo se les ha impuesto esa identidad. El aumento actual del islamismo, y la amenaza que representa para el futuro de los cristianos en el Medio Oriente, ha llevado a muchos a ver a Israel como el proverbial enemigo de su enemigo.
Para algunos, de hecho, tal camaradería va más allá del interés común percibido para crear un sentido de coincidencia con los judíos como minorías religiosas en el Medio Oriente. Durante la década de 1940, los manifestantes de la Hermandad Musulmana en Egipto, que tenían como objetivo las propiedades judías o hacían marchas contra los judíos y el sionismo a menudo gritaban: “¡Hoy es sábado, mañana será domingo, oh cristianos!». El significado de esa amenaza es bastante fácil de comprender, y también lo es su gravedad. En años recientes, las legiones del Estado Islámico la volvieron realidad con barbarie sistemática por todo el Medio Oriente.
*Investigador principal en el Centro para la Libertad Religiosa del Instituto Hudson.
Fuente: Mosaic Magazine. Traducción NMI