Bret Stephens*
Durante las últimas décadas, hasta tres millones de personas murieron en una hambruna en Corea del Norte que fue inducida principalmente por el gobierno. Cientos de miles de sirios fueron gaseados, bombardeados, muertos de hambre o torturados hasta la muerte por el régimen de Assad, y se estima que 14 millones se vieron obligados a huir de sus hogares. China ha internado a más de un millón de uigures en campos de reeducación similares a gulags, en un intento apenas disimulado de suprimir y borrar su identidad religiosa y cultural.
Pero Corea del Norte, Siria y China nunca han sido acusadas de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia. Israel lo ha sido. Qué curioso. Y qué obsceno.
Es obsceno porque politiza nuestra comprensión del genocidio, erosionando fatalmente el poder moral del término. La guerra entre Israel y Hamás es terrible, como lo es toda guerra. Pero si esto es genocidio, ¿qué palabra tenemos para los campos de exterminio en Camboya, el Holodomor de Stalin en Ucrania, o el Holocausto mismo?
Las palabras que llegan a significar mucho más de lo que originalmente se pretendía terminan por no significar casi nada: una victoria para futuros genocidas, a quienes les gustaría que el mundo pensara que no hay diferencia moral o legal entre un tipo de asesinato y otro.
Casa destruida en el kibutz Beeri
(Foto: AP)
Es obsceno porque pervierte la definición de genocidio, que es precisa: “Actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”. Observemos dos características clave de esta definición: habla de actos, mientras que parte del caso de genocidio contra Israel implica la interpretación errónea de citas de funcionarios israelíes que han prometido la eliminación de Hamás, no la eliminación de los palestinos. Y utiliza el término como tal, lo que significa que los actos son genocidas solo si están dirigidos a los palestinos como palestinos, no como miembros de Hamás o, desgarradoramente, como muertes colaterales en intentos de destruir a Hamás.
Si Israel estuviera tratando de cometer genocidio, no estaría poniendo en riesgo a sus soldados, ni permitiendo que llegue ayuda humanitaria desde Egipto, ni retirando muchas de sus fuerzas de Gaza. Se dedicaría simplemente matar a palestinos en todas partes, en cantidades mucho mayores, como los alemanes mataron judíos o los hutus mataron tutsis.
Es obsceno porque pone en el banquillo a la parte equivocada. Hamás es una organización genocida por convicción y diseño. Su carta fundacional exige que Israel sea “eliminado” y que los musulmanes maten a los judíos que “se esconden detrás de piedras y árboles”. El 7 de octubre, Hamás asesinó, mutiló, torturó, incineró, violó o secuestró a todo el que pudo. Si no se le hubiera detenido, no se habría detenido. Desde entonces, uno de sus líderes ha prometido hacerlo “por segunda, tercera, cuarta” vez.
Fue Hamás, no Israel, quien inició la guerra, la mantiene y la reanudará en el momento en que tenga el arsenal y la oportunidad.
Las palabras que llegan a significar mucho más de lo que originalmente se pretendía terminan por no significar casi nada: una victoria para futuros genocidas, a quienes les gustaría que el mundo pensara que no hay diferencia moral o legal entre un tipo de asesinato y otro
Es obsceno porque valida la estrategia ilegal y bárbara de Hamás de esconderse entre, detrás y debajo de los civiles palestinos. Desde el comienzo de la guerra, Hamás ha tenido un doble objetivo: matar a tantos judíos como sea posible, e incurrir en muertes palestinas para ganarse la simpatía internacional y la influencia diplomática.
Lo que está sucediendo ahora en La Haya nunca será una victoria para los habitantes comunes de Gaza, sin importar el veredicto de la CIJ. Su victoria solo llegará cuando tengan un gobierno interesado en construir un Estado pacífico y próspero, en lugar de destruir a un vecino. Pero servirá a Hamás como un triunfo propagandístico sin precedentes: todo un giro para un grupo que hace solo unos meses se filmó con orgullo asesinando niños.
Es obsceno porque es históricamente hipócrita. Estados Unidos, Reino Unido y otras naciones aliadas mataron a un número asombroso de civiles alemanes y japoneses en el camino hacia la derrota de los regímenes que habían iniciado la Segunda Guerra Mundial, a menudo conocida como la Guerra Buena. Acontecimientos como los bombardeos de Dresde o Tokio, por no hablar de Hiroshima y Nagasaki, fueron trágicos y mucho más indiscriminados que cualquier cosa de la que se acusa a Israel. Pero ninguna persona seria considera que Franklin Roosevelt esté a la par moral de Adolfo Hitler. Lo que hicieron los aliados fueron actos de guerra al servicio de una paz duradera, no genocidio al servicio de un objetivo fanático.
¿La diferencia? En la guerra, la matanza termina cuando un bando deja de luchar. En un genocidio, es entonces cuando comienza la matanza.
Lo que está sucediendo ahora en La Haya nunca será una victoria para los habitantes comunes de Gaza, sin importar el veredicto de la CIJ. Pero servirá a Hamás como un triunfo propagandístico sin precedentes: todo un giro para un grupo que hace solo unos meses se filmó con orgullo asesinando niños
Es obsceno por su extraña selectividad. Personas razonables pueden argumentar que Israel ha sido excesivo en su uso de la fuerza, o deficiente en su preocupación por los civiles palestinos, o imprudente al pensar en el final. No estoy de acuerdo, pero está bien.
Pero qué curioso que la discusión haya girado hacia el genocidio (y lo hizo casi desde el primer día de la guerra), porque lo que está en cuestión es el comportamiento del Estado judío. Y qué revelador es que la acusación sea la misma que los rabiosos antisemitas han estado haciendo durante años: que los judíos son, y han sido durante mucho tiempo, los verdaderos nazis, culpables de los peores crímenes de la humanidad y merecedores de sus peores castigos. Un veredicto contra Israel en la Corte Internacional de Justicia sería una señal de que otra institución internacional, y la gente que la aplaude, ha adoptado la perspectiva moral de los antisemitas.
Han pasado casi 50 años desde que Daniel Patrick Moynihan condenó la resolución de la ONU “El sionismo es racismo” como “este acto infame”. “A la abominación del antisemitismo”, advirtió, “se le ha dado la apariencia de aprobación internacional”. Quizá la CIJ cometerá un error similar. Si es así, la vergüenza y la desgracia recaerán en los acusadores, no en los acusados.
*Columnista de opinión de The New York Times.
Fuente: The New York Times.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.