El pueblo judío es reconocido por su generosidad; se sabe que no abandona a sus necesitados. Somos un pueblo que en sus días festivos, cuando nos reunimos en familia y nos regocijamos, simultáneamente nos preocupamos y nos ocupamos para que también las personas de escasos recursos puedan festejar apropiadamente.
Maimónides dice al respecto que no existe alegría más grande que la que tenemos cuando sabemos que nuestro vecino puede también, a través de nuestra ayuda, celebrar la fiesta. O de otra manera podemos reflexionar: en las fiestas se nos ordena estar felices y alegrarnos. ¿Acaso podemos sentir la felicidad en una noche de fiesta, reunidos con familiares y amigos alrededor de una mesa servida, sabiendo que en la casa de nuestro vecino hay silencio y oscuridad porque no tiene los medios necesarios?
Esta es una de las motivaciones para hacer colectas, actividad muy antigua en nuestra tradición. Ya la Torá nos relata algunas que se llevaron a cabo en el desierto por varias razones. Las colectas tienen por objeto recaudar fondos, deseando que los donantes sean lo más generosos posible; el que pueda y desee dar más, bendito sea.
Es por eso que resulta muy extraño leer en nuestra Parashá que se realiza una colecta, y que la suma requerida a donar está limitada: majatzit hashékel, medio shékel. No se acepta un mayor monto por parte del rico, y no se percibe menos del pobre. ¿Por qué?
Nuestros sabios ofrecen varias respuestas. Por un lado, aprendemos aquí el valor de la igualdad. Al menos una vez, todos deben sentir que son socios en la misma proporción, que tienen la misma parte en el aporte público.
Quizá la Torá quiere a través de este hecho, darnos una respuesta a la famosa pregunta que muchos nos planteamos. “¿Por qué hay tantas cosas en este mundo que no entiendo?”. Muchas de ellas parecen negativas, incluso injustas, y en muchos casos crueles.
La Torá nos enseña, con todo respeto hacia el género humano, que podemos ser muy inteligentes y capaces, pero no somos Dios. Sencillamente no podemos entender su manera de manejar el universo; vemos solo una parte, y muy limitada por cierto, del panorama. No conocemos las trayectorias de los componentes, solo apreciamos el momento. Es como mirar por un agujero pequeñito a un gran salón y pretender ver todo lo que hay adentro.
Dios nos pide medio shékel, la mitad de la unidad monetaria, con el objeto de indicarnos que tengamos confianza en Él. A pesar del esfuerzo, todo el esfuerzo, se obtiene solo la mitad. Simboliza que no podemos entender completamente la voluntad del Todopoderoso. Debemos tener fe en que lo que ocurre, es para nuestro bien.
Sea Su voluntad, que podamos apreciar, sentir y entender que el Creador desea únicamente nuestro bienestar. Sin embargo, hasta que llegue ese momento, aun cuando nuestras dudas sean intensas, expresemos: Aní maamín beemuná sheleimá, “Yo creo con fe absoluta”.
Shabat Shalom.