L a entrega de la Torá, con todos sus pormenores, fue lo más significativo que nos pasó a nivel nacional y personal. No se trató de la proclamación de nuestra constitución y promulgación de estatutos, ya que la mayoría de nuestras leyes y preceptos las recibimos a lo largo de nuestra estadía en el desierto, y mucho tiempo después casi al entrar a la tierra de Israel. La entrega de la Torá fue algo más grandioso, mucho más fundamental que los 613 preceptos, como veremos a continuación.
Explica rabí Shlomo Wolbe, Z”L: “Toda persona en el mundo posee una fuerza espiritual llamada émuná (creer en..., confiar en...), y esta es tan básica y esencial que sin ella sería imposible vivir. El hijo confía en sus padres, el alumno en su maestro, etc. Toda relación social, económica, nacional o internacional, está basada en la confianza mutua, sin ella la vida no sería vida. Y así como toda relación humana tiene su raíz en la confianza mutua, también el hombre siente un impulso interno para descifrar su enigma existencial a través de la emuná. No existe persona en el mundo que no sea creyente. Inclusive el hereje cree en algo, en alguna filosofía, idea o en alguna personalidad. A veces se encuentran tan apegados a esta creencia que no consiguen ver en ella ninguna falla o error. Continúan creyendo en ese ídolo, aun después de haberse caído y roto en mil pedazos ante el mundo entero. ¡Esta es realmente una fe ciega!”.
Hasta aquí sus palabras.
En los últimos momentos del séder de Pésaj cantamos el famosísimo “Dayenu” (Nos sería suficiente). En cierto momento decimos: “Si nos hubiese acercado al Monte Sinaí, y no nos hubiese dado la Torá, ya nos sería suficiente”. Si reflexionamos un poco, aparentemente esta frase no tiene sentido, ya que el objetivo de ese acercamiento al Monte Sinaí era recibir la Torá y con ella los Diez Mandamientos. Sin embargo, de acuerdo a lo mencionado por R. Wolbe, todo se entiende a la perfección.
Es verdad, la entrega de la Torá en el Sinaí estableció ese inquebrantable vínculo con Dios, que hasta nuestros días se mantiene gracias al cumplimiento de las mitzvot. Sin embargo, recibimos algo más sublime y vital llamado emuná. Cualquiera podría argumentar con razón: ¡También los gentiles tienen emuná en el Creador, sin haber estado en el Monte Sinaí! Es verdad, tienen emuná; pero si les preguntamos cuál es el origen de esa emuná, señalarían como referencia a la Biblia (la Ley de Moisés). Es decir, obligatoriamente deben pasar por el proceso de emuná por el que pasó Israel, y la revelación pública de Dios en Sinaí.
Esta emuná no es una simple creencia, como se podría malinterpretar; es, más bien, una conciencia práctica. Tanto es así, que si hay algo de monoteísmo en los pueblos gentiles, es porque llevamos un comportamiento ejemplar y una conducta íntegra según los parámetros de nuestra Torá, ya que por principio no somos proselitistas.
Por otro lado, sin emuná es imposible cumplir ni siquiera una sola mitzvá, y de la misma manera, el objetivo de todas las mitzvot es desarrollar, perfeccionar y purificar en nosotros el sentido natural de la emuná en Dios, pues el cumplimiento de las mitzvot nos hace percibir en cada instante a Dios, y abre nuestros ojos para verlo en cada rincón del mundo.
Por medio de esta relación, logramos fortalecer nuestro potencial espiritual y obtenemos la fuerza para continuar adelante con el gran compromiso de difundir la verdadera y auténtica emuná, hasta el final de los tiempos.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda