N uevamente encaramos el pecado del becerro de oro, el cual nos ha acompañado a lo largo de la historia. Al bajar Moshé Rabeinu del Monte Sinaí y ver el becerro y lo que estaba aconteciendo, con toda razón reclama a Aharón, quien fue, a final de cuentas, el que lo construyó. Aharón le explica las razones que lo llevaron a hacerlo, y entonces Moshé declara: “Y vio Moshé al pueblo, pues se había expuesto a su vergüenza, como así había expuesto Aharón su deshonra ante quienes se levantaron frente a ellos” (Shemot 32, 25).
Moshé Rabeinu entendió que la grave falta que se demostró en ese triste episodio es que el pueblo sacó a flote un mal interno, una cualidad opuesta a lo que se espera de quien vio milagros revelados en Egipto y a su paso por el desierto.
Así lo expone rabí Eliyahu Dessler, ZT”L: “Israel fue exiliado a Egipto, llamada por ellos mismos la tierra promiscua, un concepto profundo de impureza y de la falta de presencia divina. La impureza de Egipto llegaba al grado cincuenta: destrucción absoluta de toda espiritualidad. Y los hijos de Israel bajaron ahí hasta el grado cuarenta y nueve. Al nivel cincuenta no cayeron, por la promesa de Dios de ‘no los aborreceré’ que protege al pueblo judío de una aniquilación espiritual y física, como se sabe.
El mismo Paröh, rey de Egipto, insinúa el contenido esencial de su tierra —Egipto-Paröh = Descubierto— que es la develación de la impureza, sacar lo que está oculto a la vista de todos. Y este es uno de los métodos que utiliza la fuerza de la impureza: retirar todo límite y anular cualquier traza de vergüenza interna. Esta es justamente la idea de lo mencionado en el pecado del becerro de oro: ‘ya que se había expuesto su vergüenza, pues así había expuesto Aharón su deshonra’. Este concepto de ‘exilio espiritual interno’ puede darse en cualquier época y en todo lugar”.
Hasta aquí sus palabras.
De lo dicho por rabí Eliyahu se entiende que una impureza revelada es mucho más grave que la que no lo es. No obstante, de acuerdo a lo que explican los comentaristas sobre nuestra parashá, aquello que hizo Aharón de poner al descubierto la impureza interna de Israel para que pudiera ser evidente a los ojos de todos, fue algo verdaderamente positivo. Siendo así, aparentemente tenemos una pregunta en lo comentado por rabí Dessler. Sin embargo, es posible explicar el asunto de la siguiente manera. Es verdad, la impureza es la misma en cualquier lugar y circunstancia, pero hay diferentes niveles de impureza. Hay una que llega al grado de ocupar todos los espacios del ser humano, y no puede ser contenida por nada. Traspasa todos los límites y se desborda, al grado de que ni siquiera la opinión pública consigue frenarla. A este nivel llegó el pueblo egipcio —el grado número cincuenta— y de ahí ya no era posible salir.
Israel bajó al nivel cuarenta y nueve, y les quedó un resto de vergüenza que, finalmente, les ayudo a salir de ese estado espiritual y subir por la escala del temor a Dios hasta lograr limpiarse internamente y declarar: “Haremos y escucharemos”. Pero cuando cometieron el pecado del becerro de oro, Aharón consideró que era mucho mejor revelar esa “suciedad” ante todos para que pudiera ser inmediatamente limpiada y rectificada. Ese fue el camino que utilizó Aharón para el bien espiritual del pueblo de Israel, y para el aprendizaje de las generaciones venideras.
Esto mismo es el trabajo del estudio de ética y moral en Israel, pues por medio del análisis de las distintas cualidades que puede contener el ser humano, y de las formas en que se presentan, uno puede reflejar su situación interna y verificar si lleva consigo ese mal o no, y de qué manera rectificarlo. Esto lo refleja su nombre en hebreo: Mussar, cuya raíz está en la palabra Issurim, sufrimientos o golpes, ya que a veces la única manera de recapacitar y reconocer nuestras faltas y debilidades internas es por medio de una buena sacudida o azote. Así mismo para limpiar la suciedad, en ocasiones, es necesario dar algunos golpes.
Es curioso que cuando la mancha profunda está en proceso de ser retirada, primero sale a flote y se hace más notoria, pareciendo que toma mucha más fuerza, pero en realidad está a punto de ser eliminada. Lo mismo pasa con nuestras características personales, pues cuando más nos esforzamos en rectificar algún aspecto interno o fortalecer nuestra emuná, en esos momentos llegan las pruebas y las dudas invaden nuestras convicciones. Así es el proceso, y es una buena señal. Este es el gran mensaje que nos legó Aharón.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda