Ver más resultados...
“C uando llegareis a la tierra que el Eterno, tu Dios, te da, y la heredareis y te asentareis en ella, y digas: ‘Pondré sobre mí un rey como todas las naciones a mi alrededor’, ciertamente pondrás sobre ti un rey que elija el Eterno, tu Dios, de tus hermanos pondrás sobre ti un rey…” (Debarim 17, 14-15).
He aquí la permisión de la Torá de nombrar un rey como el resto de las naciones. No es realmente una obligación, sino una opción. De hecho, durante mucho tiempo el pueblo de Israel se condujo sin reyes, el líder era el más sabio de la generación, el juez era el más allegado a Dios.
No obstante, si el pueblo exige imponer un rey, como sucedió con Shemuel (el último juez), será bajo las condiciones que establezca la Torá: deberá ser uno de nuestros hermanos, no podrá ser un gentil por más capaz y carismático sea, no podrá tener muchas mujeres, ni mucho dinero. No tendrá demasiados caballos y no podrá ceder a su honor; es decir, cualquier falta a su nombre, o a su condición, o incumplimiento de su palabra, significaba la pena capital.
El “Shitá Mekubetzet”, rabí Betzalel Ashkenazi, ZT”L, explica: “Nuestros sabios aprendieron que, por cuanto está escrito en la Torá, ‘Ciertamente pondrás sobre de ti un rey’, y este no podrá perdonar la falta a su honor, en otras palabras: su temor estará siempre sobre nosotros. ¿Dónde se refleja esta ley dentro del texto de la Torá? La respuesta es que la Torá enfatiza el hecho de asumir su dominio y su temor de forma constante, una y otra vez. Si en algún momento él perdona su dominio sobre la persona, inmediatamente entraría en vigor una nueva orden de recibir sobre sí mismo su conducción. Por este motivo, no hay lugar para ser condescendiente en la falta de su honor”.
Hasta aquí sus palabras.
Uno podría pensar: Ok, una ley interesante, pero ¿qué tiene que ver conmigo? Actualmente en el mundo ya casi no existe reyes, y menos aún en Israel. De hecho, la mayoría de nuestra historia la pasamos sin ellos.
Se sabe que el ser humano es un complejo sistema que une fuerzas físicas y espirituales. En la parte de la cabeza reside lo más elevado que tenemos: el cerebro. En ese lugar se haya el alma, que tiene como función la de dominar al resto del cuerpo: al corazón, núcleo de los sentimientos, y al hígado, sede de los bajos instintos. En hebreo sería: moaj (cerebro), leb (corazón), y kabed (hígado). Si tomamos la primera letra de cada una de estas palabras nos quedaría: מלך rey. En otras palabras, el cerebro dominaría sobre los demás miembros, llevándolos así a desarrollarse de manera óptima en el plano espiritual y físico. De otra manera, si llegare a dominar el hígado, los bajos instintos, sobre el resto de los órganos, de la persona no quedaría nada más que כלם nada o vergüenza en hebreo.
Si asumimos que nuestra parte espiritual es justamente como un rey que ha de dominar sobre nosotros, y que no puede tolerar una falta a su honor o a su mandato, entonces constantemente nuestra vida se regiría de acuerdo a la justicia y a la voluntad de nuestro Creador. Así nos conduciríamos de forma certera a mejorar nuestra vida, a llevar a nuestros hijos a aprovechar al máximo su potencial, a ser más pacientes y a elevar de forma significativa nuestra calidad de vida, además de guiarnos sin equívocos al objetivo por el cual fuimos creados.
Esta es la gran enseñanza: saber que dentro de nosotros hay un rey, una chispa divina que puede elevarnos a los más altos estratos, y hacernos superar cualquier tipo de dificultad.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda