Esta organización es una muestra de lo mejor que tiene la kehilá venezolana: la solidaridad con quienes están pasando por dificultades para solventar sus necesidades básicas. Desde hace varias décadas surte de alimentos a un número creciente de familias judías afectadas por los problemas que plantea el entorno, trabajando en forma estrictamente confidencial. Entrevistamos a Silvia Mizrahi y Rachel Benchimol sobre esta poco conocida pero esencial institución comunitaria
Sami Rozenbaum
Las “hormiguitas” y el alma de Keren Ezra: Mazal Suiza, Silvia Mizrahi, Syma Farache y Rachel Benchimol
NMI. ¿Cuándo empezó a funcionar Keren Ezra? ¿Quiénes lo fundaron?
Rachel Benchimol. Ya tiene 35 años. Lo fundaron las señoras Hana Harrar, Sisi Benhayón, Sara Bendayán, Ivette Darwich y Molly Hachuel, que en paz descanse, ella no está allá con nosotros y era la que llevaba impecablemente la parte administrativa. En aquella época había unos 15 o 20 donantes.
Al principio Keren Ezra funcionaba en casas de diferentes personas, pero hace mucho tiempo al señor Alberto Benchimol se le “iluminó” la idea y aportó esta casa. Aquí se acondicionó el espacio, se amplió porque ya no era suficiente, y es nuestra sede permanente.
¿Cuántos beneficiarios había en esa época?
Creo que no pasaban de 20.
¿Y actualmente?
Silvia Mizrahi. Hoy en día estamos por encima de 300 beneficiarios, 300 familias. En los últimos meses el incremento ha sido fuerte. Ahora están entrando familias más jóvenes debido a la situación económica. Antes la mayoría era gente mayor que estaba sola, o una pareja, pero hoy en día están incorporándose familias con niños, es algo muy duro.
¿Se hace un estudio socioeconómico para determinar qué personas necesitan este apoyo?
Lo único que exigimos para entrar a Keren Ezra es que estén inscritos en la Asociación Israelita de Venezuela o la Unión Israelita de Caracas. Y cuando vienen a solicitar apoyo, claro, uno sabe quién es quién. La comunidad es muy pequeña. Si no lo conoces tú lo conozco yo, y más o menos sabemos en qué situación está cada persona. Entonces no se les niega la ayuda; se trata de comida, no es una cosa superflua. Les damos lo que necesitan.
¿Los paquetes son todos iguales, o hay diferencias?
Todas las “cestas” (ahora son cajas, pero seguimos llamándolas así) tienen lo mismo, pero las de las familias grandes contienen más cantidad de algunas cosas. Hay dos tipos de “cestas”, grandes y pequeñas. Depende de la cantidad de miembros de cada familia.
¿Qué tipo de productos contienen?
Son productos básicos: aceite, arroz, pasta, avena, azúcar, café, caraotas, Corn Flakes. Es una cesta completa. También se incluyen productos de limpieza y de higiene personal. Normalmente deberían alcanzar para una familia durante un mes. Claro, tres latas de atún no alcanzan para un mes, pero tres harinas Pan sí. Todo depende de cómo uno se organiza. La “cesta” grande tiene más aceite, más arroz, más leche en polvo, más pasta. Aparte se les entregan unos tickets que usan para comprar verduras, carnicería y otros productos.
¿Dónde se pueden cambiar esos tickets?
Hay varios lugares: en el mercado de Guaicaipuro y en el mercadito de San Bernardino, por ejemplo. Hemos hecho convenios con ellos, y cada dos semanas les pagamos. Las carnicerías son solamente las kosher como “Ana”, “Kosher World”, “TQM”, “Dani” aquí en Los Caobos, la de San Bernardino que queda frente al Otorrino. La AIV acepta los tickets para comprar pollo. Aparte entregamos un cartón de huevos, un pan de sándwich, un kilo de queso; esos productos no van en las cajas, sino que se entregan aparte.
¿Cuántas personas trabajan en esto?
Nosotras cuatro, más el señor Jesús, quien trabaja constantemente aquí, y Judith Gemer.
¿Cómo hacen las entregas cuando las personas no pueden venir a buscar sus cajas, por ejemplo la gente mayor?
Nosotras mismas nos organizamos para repartirlas con choferes, y también hay voluntarios como la señora Yojeved.
“Cestas” aún por distribuir, con productos especiales para Pésaj
¿Keren Ezra trabaja solamente en Caracas?
Tenemos dos familias del interior, una de Maracay y otra de Puerto la Cruz, que vienen a buscar sus cajas; también hay una familia en La Guaira. Esas “cestas” no las podemos enviar, ellos tienen que venir a buscarlas.
¿Cuál es el costo de cada “cesta”?
La pequeña aproximadamente $130, y la grande $160.
¿Todo esto se mantiene solo con donaciones, o existe algún aporte institucional?
¿Te acuerdas de la época de la escasez, cuando no había absolutamente nada? La gente del Joint había venido y nos dijo: “Estén atentos, aquí va a pasar esto y esto”. Nosotros no creíamos que una persona podía llegar a ganar menos de 100 dólares mensuales. Nunca llegamos a pensar en una situación en que la gente ganara 10 dólares de sueldo básico. Entonces ya no teníamos manera de subsistir, porque además ya no recibíamos donaciones. Entonces los del Joint empezaron a ayudarnos; ellos nos pagan las “cestas”, prácticamente.
¿Cómo conseguían los productos durante esa época de escasez?
Al principio con los “bachaqueros”. Yo vivía con tres teléfonos al lado, y cuando un bachaquero llamaba había que salir corriendo, llevarle la plata en efectivo y traer los productos en tu carro. Íbamos a Quinta Crespo, o nos decían que estaban en Catia. “Bueno, ya voy, voy a donde sea. Dime dónde tienes la harina, yo voy y la busco”. Nos arriesgábamos a traerlo en nuestros carros. Gracias a Dios, nunca pasó nada.
A partir de entonces el Joint empezó a hacer todos los aportes, porque ya no tenemos donantes nacionales; no es el costo total de la cesta, cubren como un 80%. Al principio, los donantes que se fueron seguían aportando, pero me imagino que se tuvieron que adaptar a los países adonde llegaron, incorporarse y ayudar en sus nuevas comunidades, salir adelante ellos también. Eso es así, nadie va a sacar de su bolsillo si no le está entrando. Entonces, lamentablemente mucha gente ya no nos está aportando.
En cuanto a los productos, ahora trabajamos con la Polar y otras grandes compañías, son las que nos despachan.
¿Cómo hicieron durante la pandemia?
Estuvimos trabajando aquí todo el tiempo, nunca paramos. Pero estrictamente solo nosotras: nadie podía entrar, nadie pasaba. Cuando venían a buscar las “cestas”, el día del reparto, tenían que dejar espacio entre persona y persona y se les despachaba afuera. No había contacto directo. Claro que así era más lento el despacho, pero no paramos ni un solo día, porque si parábamos no llegábamos a armar todas las cajas a fin de mes.
Obviamente, las “cestas” de Pésaj contienen productos especiales.
Sí, damos lo que se necesita para cada festividad. En este momento todos los productos son de Pésaj. También celebramos Purim: todos los años organizamos una lectura de la Meguilá a la que todos pueden venir, no solo los beneficiarios del Keren, y les damos refrigerios. En Janucá entregamos cajitas de velas y unos paqueticos especiales con caramelos.
Keren Ezra es un ejemplo de compromiso y sobre todo de tzedaká basseter, concepto judío que significa justicia y beneficencia con discreción. Representa un gran esfuerzo para quienes le dedican todo su tiempo, con amor por sus semejantes y por su comunidad.